Dominio público

HOMENAJE A JAVIER ORTIZ: Una luz en la cárcel de Girona

Xavier Corominas

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Conocí a Javier Ortiz en la cárcel de Girona. Bueno, conocí primero a un tal Francisco Javier Pérez Borderías, que es así como fue conocido Javier Ortiz a su entrada en presidio. Fue detenido en el Valle de Nuria –ese magnífico valle pirenaico que tiene como gran paradigma que solamente se puede llegar a él en tren o caminando–, intentando pasar la frontera acompañado de otros militantes del partido en el otoño de 1974.

Como director o redactor de Servir al Pueblo, órgano del Movimiento Comunista, Javier estaba pasando los Pirineos con mucho material que había recogido durante las huelgas del Bajo Llobregat de aquel mismo año. Uno de los guardias civiles que le arrestó le dijo, ya en el momento de la detención y posterior registro de las mochilas, que aquel DNI a nombre de Francisco Javier Pérez Borderías era falso. Según contaba Javier, el viaje desde la montaña hasta el puesto de la Guardia Civil de Ribes de Freser lo hicieron atados con cuerdas –pues los agentes carecían de esposas– bajo la mirada espantada de los montañeros que compartían el vagón de cremallera con los jóvenes detenidos.
Su llegada fue la luz en mi detención aislada: yo era, en aquellos momentos, el único preso político entre los más de 130 reclusos de la pequeña prisión de Girona. La llegada de los tres compañeros significó para mí poder ejercer plenamente como preso político ante los carceleros y ante los comunes.

Los dos compañeros de Javier salieron pronto en libertad provisional, por lo que nos quedamos solos en celdas individuales y siguiendo nuestra rutina diaria. A nosotros se unieron dos presos comunes muy especiales allá en la cárcel Pont Major, con los que constituimos un grupo de paseo por el patio. Pierre era un viejo ladronzuelo bruxellois conocido de la Gestapo. Como recuerdo de esta brutal Policía tenía un cráneo desencajado, cuya calvicie dejaba ver como recuerdo permanente de los métodos policíacos usados durante la ocupación nazi de Bélgica. Ramón era el segundo miembro del grupo. Gran ajedrecista y vegetariano, nos hizo descubrir el valor energético y calorífico de las pipas, que comía siempre y engullía después de masticar –como mínimo– 24 veces. Estaba en la cárcel porque su patrón no le había pagado la liquidación y él se la tomó por su cuenta. Javier, el tercer miembro, de un día para otro se convirtió por fin en Javier Ortiz. El tal Pérez Borderías, ciudadano aragonés, denunció el robo de su DNI y quiso sacarse el pasaporte, pero los certificados de penales no llegaban nunca, lógicamente, porque formalmente él estaba en la cárcel. Gracias a su abogado, Javier Ortiz fue notificado previamente de este proceso y, una vez comunicada a la dirección de la cárcel su identidad verdadera, conocimos a Javier Ortiz por su verdadero nombre, aunque el inicial no se me olvidó nunca más.
Los cuatro teníamos la vida bien organizada: 7.30, diana; 8.00, paseo por el patio; desayuno; y luego, o bien estudiábamos francés con Pierre, o enseñábamos catalán a Javier. Al mediodía, antes de la comida, solíamos jugar alguna partida de ajedrez, o de parchís, que era otro de los pasatiempos, sobre todo entre los comunes que se jugaban ilegalmente dinero.

La comida, hecha en la cárcel por los prisioneros, se llamaba rancho. Judías, lentejas, arroz, patatas con salsa... Nosotros la complementábamos con ensaladas muy completas que hacía en mi celda con los productos que me traían mis familiares y amigos cada semana, en las dos visitas semanales autorizadas. Después de la siesta, volvíamos a pasear por el patio o leíamos nuestros libros. Javier se interesó siempre por los poetas catalanes y ello era motivo de conversación. Por la tarde podíamos ver un poco la televisión del momento, que, como la prensa, estaba censurada, pues a la censura franquista se añadía la del director de Servicios que, con unas tijeras, iba cortando las noticias que él consideraba no aptas para los reclusos.

Al cabo de unos meses de hablar mucho, leer más y discutir sobre el futuro y el pasado, Javier consiguió ser trasladado a Carabanchel y se fue con rabia por mi parte, porque yo quería irme con él a esa otra prisión donde se estaba cociendo, en muchos aspectos, el futuro del país.
Con la libertad, la transición y la ley de amnistía, de la alegría inicial fuimos descubriendo que aquella ley (como la transición) no
coincidía del todo con aquello por lo que habíamos luchado y acabado de bruces en aquellas húmedas habitaciones con rejas.

Javier fue a lo suyo, a la prensa; yo a luchar por mi pueblo desde la alcaldía. Un día, en Madrid, cenamos todos y yo le pregunté qué hacía en un periódico que a mí me daba mal sabor y que no compraba. Al cabo de bastante más tiempo descubrí un nuevo periódico y en él reencontré a mi verdadero Javier. En nuestra misma trinchera. ¡Aquí estamos y vamos a continuar, Javier!

Xavier Corominas es preso político del franquismo (14-1-74/11-4-75) y
alcalde de Salt (1991-1999)

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