Dominio público

Después no se queje

Ángel Gabilondo

JOSÉ BORREL FONTELLES

Ya no es hora de pedir el voto para tal o cual partido, pero todavía lo es para evitar que la abstención sea la ganadora de las elecciones europeas.

Habiendo presidido el Parlamento Europeo (PE) durante la mitad de la pasada legislatura, sé muy bien cuan importantes son las decisiones que allí se toman, tanto para las pequeñas cosas de la vida como para las grandes cuestiones del mundo globalizado.

Y sin embargo parece que muchos ciudadanos se preguntan para qué votar o qué, a fin de cuentas, les va en ello.

En estas elecciones no se elige al presidente de un Gobierno. Y nuestras elecciones nacionales, que llamamos legislativas, en realidad son "ejecutivas" porque todo el mundo sabe que con su voto elige a la persona que va a gobernar. Los diputados, o los concejales, son intermediarios en esa elección.
Eso no ocurre en Europa, porque no existe un Gobierno resultado del juego de mayorías y minorías. Y el PE no funciona sobre el enfrentamiento Gobierno-oposición. En las elecciones al PE se eligen diputados que van a hacer leyes europeas compartiendo poder legislativo con los gobiernos reunidos en el Consejo en un complejo proceso de "codecisión".

Eso suena más distante y, desde luego, es menos mediático que el duelo entre candidatos, de carne y hueso, a gobernar. Pero esas leyes europeas son de una extraordinaria importancia y los ciudadanos deberían preocuparse muy mucho en elegir a los que van a votarlas. Si no lo hacen ahora no podrán quejarse después de que Europa está dominada por una burocracia que escapa al control democrático.

Las razones para ir a votar en las europeas son tanto o más importantes que en las nacionales. Pero como son menos evidentes, la campaña electoral debería servir para evitar que la no percepción de diferencias entre la Europa que proponen unos y otros genere la indiferencia que conduce a la abstención.

No siempre es así. En todos los países es difícil despegarse de la política nacional. En Reino Unido serán más importantes los gastos de los parlamentarios y en Italia la vida privada de Berlusconi. Alemania ya tiene en mente sus elecciones de septiembre donde la canciller Merkel se enfrentará con su ministro de Exteriores.

En Bélgica coinciden con las regionales donde se decide la supervivencia del país en medio de graves problemas de corrupción. Y también en España la campaña se ha visto afectada por cuestiones que nada tenían que ver con Europa.

Y, sin embargo, la construcción europea es un asunto muy serio en el que nos jugamos el futuro. Es el gran éxito político de los europeos, que pronto solo seremos el 5 % de la población mundial, y a los que sólo la unidad permitirá influir, o simplemente sobrevivir, en un mundo de gigantes.

Ni más ni menos, de eso se trata. Y en ese proceso, el papel del PE, que al principio era un órgano consultivo pero que ya lleva 30 años elegido por sufragio universal, es cada vez más importante.

Hoy es la institución clave de la Unión Europea. Frente a un Consejo más dividido que nunca, frente a una Comisión indecisa que parece haber renunciado a ejercer su poder de iniciativa, el PE ha resuelto los problemas planteados por las legislaciones mas controvertidas.

Entre ellas la famosa directiva sobre la liberalización de servicios, llamada Bolkenstein por el comisario que la propuso, que era una bomba en los cimientos del sistema social europeo al permitir que los trabajadores emigrantes pudiesen trabajar en el país de destino bajo la legislación laboral de su país de origen. O la duración de la jornada laboral, evitando que pudiese llegar hasta 65 horas. O los difíciles equilibrios entre los productos químicos y la protección del medio ambiente. O el funcionamiento de los mercados energéticos, el desarrollo de las energías renovables, el transporte, la inmigración, la protección del consumidor, lucha contra el cambio climático, reducción de precios en la telefonía móvil y un largo etc.

Sobre estas cuestiones, el PE aprobó durante la pasada legislatura 142 directivas y 145 regulaciones, de forma que más del 60 % de la legislación que nos afecta se elabora en el PE y las normas nacionales no son muchas veces más que la transposición de normas europeas.

Europa fue en un principio obra de sus gobiernos. Pero si hoy celebramos elecciones al PE es porque hemos querido que Europa funcione bajo el principio de una doble legitimidad: la de los gobiernos, reunidos en el Consejo y la de los ciudadanos representados por el PE.

El eurodiputado es la voz del ciudadano en Europa. Sus opiniones no tienen por qué coincidir con la de los gobiernos y, de hecho, el PE ha modificado el 71% de las directivas aprobadas por el Consejo.
Y en la próxima legislatura el PE será más importante todavía porque con el Tratado de Lisboa la codecisión se extiende a muchos más campos. Los representantes de los ciudadanos estarán en pie de igualdad con el Consejo. Los eurodiputados elegidos hoy deberán reformar la política agraria común y regular tanto la inmigración legal como la ilegal, cuestiones esenciales que merecerían que los ciudadanos los escogieran con tanto interés como a sus diputados nacionales.

Del resultado de estas elecciones dependerán las respuestas europeas a los retos sociales y económicos derivados de la crisis. La energía, el transporte y la sanidad son ejemplos de servicios públicos esenciales que se van a prestar de formas diferentes en función de la composición del PE.

Estoy seguro de que si los ciudadanos fuesen conscientes de la importancia que para su vida tienen las decisiones del PE no dejarían de votar para influir en su composición. Esperemos que su participación dé nueva fuerza y mayor legitimidad a un proceso que corre el riesgo de morir de su propio éxito.

José Borrel es ex presidente del Parlamento Europeo.

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