Dominio público

Supremacía blanca

Joaquim Sempere

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La Europa de posguerra se ha construido sobre la idea de que el nazifascismo, después de su derrota, fue definitivamente extirpado del orden sociopolítico y del imaginario colectivo. ¿Es realmente así? Hay razones para dudarlo. El Holocausto se presenta a veces como un fenómeno absolutamente excepcional, un desvarío de crueldad y barbarie en una Europa que con las Luces había efectuado un cambio básico e irreversible de civilización.
No obstante, se pueden detectar en la historia de Occidente continuidades inquietantes que vienen de antes del Holocausto. No pretendo que Occidente haya sido una excepción en cuanto a crueldad genocida. Como dijo Walter Benjamin, todo documento de civilización ha sido a la vez un documento de barbarie a lo largo de la historia. Ni racismo ni xenofobia ni crueldad han sido patrimonio exclusivo de Occidente. Es más: es mérito de Occidente haber alumbrado la noción de derechos humanos universales. En otras civilizaciones se han dado ejemplos de tolerancia y convivencia respetuosa entre diferentes, pero ninguna proclamó la universalidad de los derechos de todos los seres humanos.

Pero es saludable saber que las Luces no acabaron por completo con las pulsiones bárbaras. Nos lo advirtió Nietzsche. Como ocurre tan a menudo, en nuestra cultura han coexistido ambos impulsos: el constructivo y el destructivo. Podríamos remontarnos al genocidio de los indios americanos y al exterminio de otros pueblos colonizados, así como a la trata de esclavos durante tres siglos. Pero como ha puesto en evidencia Domenico Losurdo, hay raíces más inmediatas del racismo nazifascista del siglo XX. Un precedente fue el Ku Klux Klan, nacido en Tennessee en 1866 como reacción a la abolición de la esclavitud, que perduró organizado hasta 1966. Además, la fundación de los Estados Unidos incluye el genocidio o la deportación forzosa de las poblaciones indias. La idea de supremacía blanca tuvo formulación escrita en la obra de Lothrop Stoddard, The Revolt against Civilization. The Menace of the Under Man, publicada en Nueva York en 1922. La expresión nazi Untermensch (hombre inferior) es la traducción alemana de la de Stoddard, admirado por el nazi Alfred Rosenberg. Este libro se tradujo al alemán en 1925.

Hay otras genealogías del mal, ligadas en general a experiencias de opresión violenta de pueblos considerados inferiores. El colonialismo fue una eficaz escuela de desprecio y destrucción de otras etnias. En las guerras coloniales los militares españoles, ingleses, franceses, holandeses y alemanes aprendieron o practicaron medios y estrategias que luego fueron aplicados a los "infrahombres" del propio territorio (judíos y gitanos, sobre todo), a los enemigos extranjeros en situación de guerra e incluso a los propios conciudadanos en las guerras civiles por la toma del poder. El gas mostaza usado en las trincheras europeas de la Primera Guerra Mundial había sido utilizado por el Ejército español en la campaña del Rif. Los militares alemanes habían experimentado tácticas de exterminio en la ocupación del África del Sudoeste (actual Namibia) antes de la Primera Guerra Mundial. En 1908 sofocaron con 100.000 asesinatos una rebelión iniciada años antes por los herero. Pero el mayor genocidio europeo en África tuvo lugar en el Congo belga, donde, al decir de Vargas Llosa, murieron diez millones de autóctonos en el curso de su sometimiento por el rey Leopoldo II. El segregacionismo practicado en Sudáfrica fue elogiado como modelo por el mismo Rosenberg. Y tuvo tan larga vida que se convirtió en Apartheid en 1949 y duró hasta finales del siglo XX.

Este hilo rojo subterráneo de supremacía blanca que recorre la reciente historia de Europa sigue ahí latente. Puede salir a la superficie en cualquier momento. Se da una coyuntura favorable para ello: una inmigración masiva de los países del Sur, que despierta el temor injustificado al otro, al diferente. Hay una regla psicológica según la cual quien inflige daño a otra persona odia a su víctima porque le devuelve como en un espejo la imagen de su maldad. Tal vez esta regla funcione en este caso, y el odio al negro, al moreno, al indio, refleja la intuición, aunque sea vaga, de una historia secular de injusticias de la que somos beneficiarios.

Hay al menos dos maneras de abordar el fenómeno, o considerar que debemos compartir la única Tierra que tenemos, y que hace falta acabar con las sangrantes desigualdades planetarias en el disfrute de los bienes disponibles, o consolidar y reforzar el actual orden internacional. De momento prevalece esta segunda opción. Por ejemplo, cuando se imponen reglas de inmigración que ven a los inmigrantes como medio para satisfacer nuestras necesidades de mano de obra dispuesta a trabajar en empleos poco considerados y mal pagados, y no como personas humanas con sus propias necesidades y aspiraciones. Es particularmente sórdido que se den facilidades de entrada a los trabajadores muy cualificados, alentando la fuga de cerebros desde unos países que se ven privados de su gente mejor preparada, cuya contribución a la economía necesitan vitalmente y cuya formación escolar y académica han financiado con sus propios recursos.

De momento en España podemos estar razonablemente satisfechos del clima social en torno a la inmigración extracomunitaria. Pero no deberíamos olvidar que el peligro de racismo y xenofobia expresado como ideología de la supremacía blanca está ahí de forma latente. ¿Cómo evitar que estalle? Con información, pero sobre todo con generosidad y con conciencia de que nuestra situación de privilegio se asienta sobre una historia de depredación colonial y sobre una deuda ecológica y económica invisible que tenemos contraída con los países del Sur.

Joaquim Sempere es  profesor de Teoría Sociológica y Sociología Medioambiental
de la Universidad de Barcelona.

Ilustración de Gallardo. 

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