Dominio público

Política líquida y partidos fluctuantes

José Antonio Pérez Tapias

Miembro del Comité Federal del PSOE

José Antonio Pérez Tapias
Miembro del Comité Federal del PSOE

A quien sentenció que el hombre es animal de costumbres le asombraría lo rápido que en estos tiempos nos habituamos a ciertas cosas. Ello forma parte del devenir de esta época acelerada. Y así nos hemos hecho a ver políticos que se presentan como no-políticos, partidos que pugnan por un perfil de no-partidos y hasta un Estado que, si pudiera, aparecería como una ONG para parecer no-Estado. El desprestigio de la política es tal que nadie muestra su extrañeza de que ocurran tales cosas. No se puede negar que la corrupción instalada en los partidos "tradicionales" ha socavado su credibilidad como organizaciones políticas; tampoco es refutable el efecto demoledor para la política que tiene la impotencia mostrada por el Estado, como institucionalización de lo político, frente al mercado, como ámbito desde donde el poder económico se enseñorea sobre toda la realidad social. Entre una cosa y otra, el descrédito de la política llega a los individuos que se dedican a ella, percibidos socialmente como parte de una profesionalizada casta —el término ha tenido indudable éxito como descriptor—, sostén de endogámicas burocracias de partido y lastre que determina las inercias institucionales. Sin embargo, sería parcial nuestra visión de la realidad política si el análisis de la misma no tuviera en cuenta otros factores contextuales de enorme peso.

Cuando vemos, por la derecha, que el partido hegemónico en ese lado del espectro trata de camuflarse tras un lenguaje equívoco y, por ejemplo, anuncia a bombo y platillo la utilización de un nuevo logo identificativo, diseñado como pieza clave de política de imagen destinada a contrarrestar su mala imagen política...; cuando comprobamos que las referencias a la centralidad, desde procedencias múltiples, hacen pensar que ésta va a ser un lugar tan abarrotado como el camarote de los hermanos Marx...; cuando observamos el ir y venir por la izquierda entre propuestas, ya a favor de concurrir a elecciones cada cual con inconfundible marca propia, ya inclinadas a conformar candidaturas de "unidad popular"...; cuando todo eso y muchos fenómenos más los ubicamos en un cuadro de conjunto, entonces nos aparece el denominador común de fuerzas políticas un tanto a la deriva en un mar de confusiones, unas epocalmente dadas y otras interesadamente provocadas. En cualquier caso, si tantas cosas han cambiado en nuestro mundo, es un hecho que tampoco la política es como era.

Vida social determinada por la aplastante lógica del mercado y mercado configurado como global, gracias a las potentes tecnologías de la información y la comunicación que, por otra parte, han penetrado hasta los más recónditos rincones de nuestra cotidianidad, llevan a dar por verificado con creces el dictum de Marx y Engels en el Manifiesto acerca de que "todo lo sólido se desvanece en el aire". La capacidad hacedora de mundo de la tecnología y la potencia configuradora del mismo de la economía capitalista han hecho que las más sólidas instituciones se tambaleen y que incluso lo que parecía más "sagrado" -intocable, por tanto- haya sido "profanado". Los movimientos reactivos de identidades fuertes o incluso de fundamentalismos muy destructivos son parte de ese cuadro de conjunto que el sociólogo Zygmunt Bauman ha ido descubriendo a base de presentarlo como el propio de un mundo "líquido", donde las estructuras no son estables, sino que se ven alteradas por los irresistibles flujos que las atraviesan, o donde las coordenadas culturales se ven desplazadas hasta en sus recursos de sentido en un tiempo que por la fluidez de sus cambios también puede calificarse de "líquido". Impensable sería que la política, sus instituciones, sus organizaciones y sus protagonistas no se vieran afectadas por todo lo que supone el estado "líquido" de la sociedad. Sin embargo, tampoco es cuestión de adaptarse sin más, de forma acrítica, a las condiciones sociales del nuevo tiempo, como si fueran objeto de inapelable destino fijado de antemano. Las realidades humanas son ambiguas y su "liquidez" puede dar lugar a derivas indeseables y hasta perjudiciales, por lo que es obligado atender a lo que en su seno fluctúa.

También los partidos políticos, tratando de responder a demandas que desde la ciudadanía les llegan, proporcionan ejemplos de organizaciones fluctuantes, que se debaten entre contradicciones, queriendo además innovar -otra palabra elevada a la categoría de concepto definitorio del momento histórico, no viéndose libre de usos ideológicos-, en sus prácticas y en sus discursos, para no verse hundidos en la "liquidez" del revuelto mar de la política actual. Las nuevas formaciones políticas, las reconocidas como emergentes, han aflorado ya bajo el signo de los tiempos "líquidos", por lo que navegan mejor por las aguas que les han visto nacer. Pero ahí están, no obstante, oscilando, como es el caso de Podemos, entre apelaciones genéricas a la gente, como si fuera reedición posmoderna de aquella terminología que hacía referencia a las masas —recordemos el aristocratismo de Ortega o la apreciación crítica de Canetti—, y llamadas convocando a la participación ciudadana constituyente del pueblo como demos; o debatiéndose entre la apertura propia de quienes vienen de movimientos sociales muy activos y la discutible manera de organizar unas elecciones internas regladas de manera muy centralista. Llama la atención, igualmente, la presentación de propuestas propias del legado de la izquierda, pero apadrinadas desde denominaciones que, a base de usar verbos u otros recursos lingüísticos —Ganemos, Ahora Madrid, Barcelona en común...—, eluden aparecer como políticamente definidas. No deja de explotar similar recurso "Ciudadanos", con nombre que no identifica nada, sino que sólo muestra la tan recurrente pretensión de transversalidad.

No por venir de posiciones asentadas —las que daban pie a lo designado como bipartidismo, aunque no fuera exactamente tal—, el PP, por un lado, y el PSOE, por otro, se libran de los vaivenes a los que les ha llevado la desestabilización que padecen. Así, el primero, habituado a conjugar de manera exitosa el tándem neoliberalismo-conservadurismo, se ha tenido que embarcar en el ir y venir entre su acusado nacionalismo españolista y una poco creíble voluntad de regeneración democrática, nada convincente como apoyo a su proclamado patriotismo. El segundo, parece desarmarse entre declaraciones de centralidad para conservar imagen de "partido de orden", incluyendo derivas españolistas, y los necesarios pactos con Podemos en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas para poder gobernar. Al fin y al cabo, en el caso del PSOE es fluctuación entre el consentido declinar de una socialdemocracia claudicante y la necesidad de reconstruir un proyecto socialista creíble.

Con todo, allá la derecha con sus fluctuaciones, las cuales son rodeos para apuntalar sus puntos fijos en medio de las turbulencias de esta sociedad "líquida". Preocupante para otros es que por la izquierda las fluctuaciones acaben entre partidos que se escinden y fragmentan sucesivamente, a la vez que hablan de unidad. Hay muchos ciudadanos y ciudadanas dispuestos a una fecunda articulación de la pluralidad, deseando la claridad política necesaria para adivinar el rumbo a seguir en medio de tantos torbellinos. Sobran rigideces en mares tan agitados, pero no hay que tirar la brújula. Que, además, necesita memoria para ser manejada.

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