Dominio público

El terrorismo también tiene categorías

Rosa Cañadell

 

Rosa Cañadell 

Psicóloga y profesora. 

Estamos viviendo un verano terrible por lo que a muerte de mujeres en manos de sus parejas o exparejas se refiere. Pero no es sólo el verano, año tras año vamos viendo cómo se acumulan estos asesinatos, atroces como cualquier otro asesinato, pero con algunos agravantes: los asesinos son o han sido compañeros de vida y/o de cama de las asesinadas;  y son, además, muertes anunciadas, por lo tanto, deberían ser mucho más fáciles de evitar. Pero no es así.

La cuestión es compleja, ya lo sabemos. Muchos factores se mezclan y se debería enfrentar desde muchos ámbitos, desde la educación hasta la familia, la psicología y la patología, los medios de comunicación, el cine y la publicidad, el rechazo social y la protesta, las leyes y la seguridad, y, por supuesto, la ideología, este patriarcado que no conseguimos eliminar.

Pero, más allá de todo ello hay un factor que debería hacernos reflexionar: la diferencia abismal en preocupación y recursos que se destinan a un tipo de terrorismo o a otro. Porque del uso sistemático del terror estamos hablando.

El terrorismo que más ha afectado a nuestra sociedad desde el franquismo es, sin duda, el terrorismo de ETA. En 51 años ETA mató a 857 personas.  Ello es terrible. Pero resulta que el terrorismo machista, en sólo 12 años ya lleva 800 víctimas. Y sin embargo, la cantidad de recursos, legales, policiales, servicios de inteligencia, etc., que se destinaron para acabar con el primer terrorismo es abismalmente superior a los que se destinan para intentar eliminar el terrorismo machista.

Cuando una persona era posible que estuviera en el punto de mira de ETA, había todo un servicio de escoltas que velaban por su seguridad. Cuando el terrorismo machista señala una víctima, no hay quien vele por ella. Cientos de escoltas,  miles de policías, leyes y juicios, proclamas políticas, manifestaciones masivas, y todo el arsenal represivo se puso en marcha para acabar con las muertes de ETA. Pero todo ello brilla por su ausencia en el caso de las mujeres amenazadas por sus futuros verdugos.

Ya sé que estamos hablando de situaciones distintas y de problemas distintos, no pretendo igualarlos, ni tampoco pretendo decir que sólo con más recursos policiales eliminaríamos la violencia de género, pero sí quiero señalar la desproporción existente, tanto de recursos como de alarma social,  que generó un terrorismo que, a pesar de todo su horror, tiene en su haber muchas menos muertes que las que provocan los asesinos de mujeres.

Deberíamos, sin duda, desde la sociedad toda y desde las instituciones todas, tomar con mucho más interés y destinar muchos más recursos, de todo tipo, para tratar de erradicar uno de los fenómenos más dañinos y vergonzosos que arrastra nuestra sociedad.

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