Dominio público

No desvíen la atención

Marià de Delàs
@mdelasm

Periodista

Las denuncias sobre la existencia de entramados criminales, culpables de la muerte de personas migrantes en desastrosas  travesías, se suceden con pocas variaciones a lo largo de los años. Se habla una y otra vez de la responsabilidad de malhechores que organizan esos viajes siempre que resulta imposible cerrar los ojos ante una catástrofe humana tan descomunal como la que vemos este verano.

Responsables políticos e informadores señalan reiteradamente a las mafias que aprovechan la extrema desesperación de quienes quieren abandonar su país, que se acercan a los puntos en los que se concentran y prometen medios para viajar a Europa a cambio de grandes cantidades de dinero.

Ese transporte de personas se realiza, como sabemos, en condiciones infrahumanas, en embarcaciones y vehículos cargados hasta lo imposible y en los que no se dan siquiera las mínimas garantías de supervivencia.

Ante esa realidad, dirigentes europeos suelen insistir también en la necesidad de buscar solución a las crisis migratorias en los países de origen, pero en muy raras ocasiones se puede informar sobre iniciativas encaminadas a atender civilizadamente y como personas a quienes lo han perdido todo, huyen de la muerte desde Siria, Irak, Somalia, Nigeria, Eritrea... e intentan llegar a las costas de Europa o pretenden cruzar desesperadamente sus fronteras.

Dirigentes neoliberales y medios dóciles señalan esa parte de la realidad, la de gentes sin escrúpulos que ven en la multitud desesperada una oportunidad de negocio y la de los gobiernos de países que no pueden evitar que gran parte de su ciudadanía opte por emigrar. Destacan esos aspectos y desvían la atención  sobre la responsabilidad de nuestros pueblos y gobernantes.

Por eso resulta más que apreciable la propuesta lanzada por el portavoz de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona, Alfred Bosch, y que ha recogido sin dudar la alcaldesa Ada Colau, en favor de que la capital de Catalunya forme parte de una red de ciudades refugio que acojan a las víctimas de las guerras y la miseria.

Por eso resulta deplorable la actitud de los ministros de Transportes e Interior de nueve países de la Unión Europea, que se reunieron este sábado en París. No sólo no fueron capaces de proponer una sola disposición para paliar el drama de los refugiados, sino que acordaron medidas de control para quienes pretendan viajar en tren por Europa. Recurrieron una vez más a la amenaza terrorista para restringir el derecho de las personas a circular libremente.

Su prioridad siempre es la misma. Vigilancia, vallas y represión, sin entender que tales medidas, además de ser moralmente deplorables, no conducen a ninguna parte, porque las personas que necesitan huir lo seguirán haciendo, aunque sea con mayor peligro.

Intentan limitar más que nunca una libertad que, como advierte incansablemente nuestro colaborador Joseba Achotegui, ha sido esencial en la historia de la humanidad: la libertad de moverse por nuestro planeta.

Esos gobernantes, obedientes hasta el ridículo con el poder económico, esconden que las personas que hoy buscan acogida en Europa no son más que una parte muy pequeña de la población directamente damnificada por sus políticas militaristas postcoloniales y por las guerras que ellos han provocado.

Estúpidamente ignoran además que, para los países de acogida, la inmigración ha sido siempre mucho más una fuente de riqueza que un coste.

Lo que hace falta ahora, en vez de medidas represivas, son medios suficientes para atender con dignidad y eficacia a quienes piden asilo.

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