Dominio público

Austerexit

Antonis Ntavanellos

Consejo político de la Unidad Popular, Grecia

Antonis Ntavanellos
Consejo político de la Unidad Popular, Grecia

Olivier Besancenot
Nuevo Partido Anticapitalista, Francia

Miguel Urbán
Europarlamentario de Podemos

 

Estos últimos meses han sido ricos en comentarios en relación al pulso entre la Troika y el pueblo griego. Algunos economistas han puesto mucho empeño, sin escatimar esfuerzos, y a veces desgañitándose, en propagar la buena nueva, la oficial por supuesto, a los cuatro vientos en Europa. Estos abogados de los acreedores de la UE han saturado nuestras pantallas de TV con cifras para que no quede ninguna duda en cuanto a la idea de que los planes de austeridad eran la única opción viable para poner a la economía griega en el buen camino.

Al principio, con el aire apesadumbrado de quienes se ven obligados a reclamar sacrificios suplementarios a las clases populares, nos decían que estas nuevas vueltas de tuerca eran trágicamente necesarias. Una especie de mal necesario. Más tarde, fuera de quicio por nuestra tenaz falta de comprensión e, incluso, nuestra franca hostilidad, en determinados casos, llegaron hasta pretender que la gestión de los expertos está por encima del resultado de las consultas democráticas, disertando, de paso, sobre la inmadurez del pueblo griego.

Sin embargo, estas marionetas del liberalismo son los primeros en saber que en Grecia, el problema fundamental no es tanto económico como profundamente simbólico, desde el punto de vista político.

Porque si bien la aplicación estricta del programa, sobre los salarios, el empleo o las pensiones o, incluso, sobre el no-reembolso de la deuda griega, por el que Syriza fue elegido va contra el espíritu de los tiempos, todas esas medidas eran, en gran medida, asimilables por el capital europeo. Todas ellas no exigían mas que una modesta financiación si se compara con las colosales fortunas de los acreedores; y, en todo caso, pesan muy poco en relación a las ganancias obtenidas por los especuladores del sistema bancario europeo, especialmente el alemán y el francés, que han zampado intereses del 6  y del 7% a costa del déficit público griego.

A la luz de lo que ocurre en los circuitos financieros, la anulación de la deuda no plantea ningún problema para quien no haya olvidado que en enero de 2015 el BCE puso más de 1.000 millardos de euros sobre la mesa, creados expresamente para comprar las deudas públicas o privadas. Por lo tanto, nada impide anular la deuda griega; a no ser la despiadada voluntad, totalmente política, de los acreedores de condicionar su recompra a meter en cintura la orientación del gobierno griego. Que es lo que finalmente ha ocurrido con el gobierno Tsipras a pesar de la legitimidad del masivo NO que se expresó en el referéndum de julio; una legitimidad que la Unidad Popular intenta mantener viva en las próximas elecciones. Los expertos-contables del pensamiento único se han dado un malévolo placer, dirigido a nuestros bolsillos, repitiendo sin fin una mentira trillada y tortuosa según la cual la factura griega la tendrían que pagar las y los contribuyentes de otros países.

Esta voluntad de confrontar unos pueblos a otros es tan vieja como el mundo y su función es ocultar las razones reales de la lucha actual. Ahora bien, ésta se resume en una demostración política real que querría cortar de raíz las protestas contra la austeridad que se desarrollan por todas partes. Fundamentalmente, para los dirigentes de la UE se trata más de imponer una derrota política ejemplarizante que de reflexionar como gestores teledirigidos por sus calculadoras.

Del Tratado de Roma en 1957 al Acta Única de 1986, del Tratado de Maastricht de 1992 al Tratado de la Constitución Europea de 2005, la casta política y económica jamás ha estado motivada por otra cosa que no sea la voluntad de construir un amplio mercado económico con el fin de satisfacer los intereses inmediatos de algunos grupos capitalistas y financieros para de ese modo rivalizar con EE UU y, después, también con Asia. Una paciente construcción financiera ritmada, en cada ocasión, por la sempiterna promesa de refundar Europa, cambiarla y hacerla más social.

Actualmente, esta Europa se muere ante nuestros ojos, implosiona bajo el peso de las contradicciones de la crisis capitalista, una crisis de sobre-acumulación y de rentabilidad del capital agravada por las políticas de austeridad que alimentan la recesión económica.

También muere porque el barrizal económico y el marasmo social provocan el rechazo de los pueblos que constatan, cada vez con más amargura, que los derechos sociales y la democracia no tienen nada que ver con la UE. El caso griego no tiene otro objetivo que enviarnos un mensaje eminentemente político: remarcar que en esta Europa no tiene cabida ninguna alternativa a la austeridad impulsada desde un gobierno. ¡Toda alternancia electoral debe ceñirse a los límites impuestos por la austeridad, versión dura o versión blanda! Reivindicar otra cosa es correr el riesgo de ser expulsado. Hacia delante, la alternativa la define la Troika: "Memorándum" o "Grexit".

Ante este chantaje, nosotros respondemos: "Con Grecia" y "Austerexit". Es urgente hacer converger las resistencias sociales y políticas y a los movimientos que, en los diferentes países, luchan, día a día, para expulsar la austeridad de nuestras vidas cotidianas.

Estamos huérfanos de una  gran campaña unitaria europea a favor del "Auxterexit" que, de entrada, tiene que sumarse al aliento que proviene de las fuerzas militantes que se rebelan desde hace meses en Grecia y en el Estado español. Hay que ser conscientes de que, inexorablemente, se ha cerrado un período. A partir de este verano nada es como antes para nadie.

Sea cual sea nuestra afiliación política concreta o nuestra nacionalidad, no podemos ignorar que la más mínima medida progresista, para ser aplicada, exige inexorablemente una relación de fuerzas inmediata frente al poder de los acreedores, es decir, del capital.

Ahora sabemos, en el caso griego, hasta qué punto la pertenencia al sistema monetario del euro es contradictoria con una política a favor de la emancipación.

Para nosotros, lo fundamental es acabar con las políticas de austeridad: en el marco del euro, si la situación lo permite, o fuera de él, si la población no logra imponer sus aspiraciones. No confundimos el fin con los medios, no somos favorables a una u otra moneda; la verdadera cuestión es la de saber quién controla el sistema monetario. Que el sistema crediticio se emita en moneda nacional o europea no cambia gran cosa mientras continúe bajo la influencia de los tradicionales grupos de la especulación financiera que imponen su ley en el sistema bancario. Expropiar a los accionistas de ese sector, socializar los bancos en un monopolio público bajo el control de las y los asalariados y de los usuarios y usuarias, constituye una medida de una candente actualidad en Grecia y, también, un objetivo común de todos los pueblos de Europa. Si bien creemos necesario romper con esta Europa, con sus tratados y su sistema bancario, no renunciamos al internacionalismo.

Más que nunca, si de lo que se trata es de doblegar los diktats de la austeridad, la alianza de los pueblos constituye una necesidad. Los repliegues patrióticos y chovinistas no hacen más que alimentar a largo plazo a la extrema derecha. Para nosotros salir de la Europa del capital no significa concebir las fronteras como un paraguas contra la austeridad. Constituye un punto de partida para construir otra Europa, tan fiel a los intereses de los pueblos como la actual lo es a los intereses de los banqueros. Rechazamos tanto el reinado de la Troika como el reinado de nuestras castas nacionales.

A todos aquellos y aquellas que no quieren seguir doblegándose les proponemos discutir en común la organización de una gran conferencia europea de la resistencia social  y política en las próximas semanas y debatir el significado que podríamos darle a una campaña a favor del "Austerexit".

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