Dominio público

Terrorismo y terrorismos

Augusto Klappenbach

Escritor y filósofo

Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo

Relata San Agustín el supuesto diálogo entre el emperador Alejandro Magno y un pirata a quien había capturado. Alejandro le reconviene: "¿Cómo osas molestar al mar? ¿Y cómo osas tú molestar al mundo entero –responde el pirata- Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Tú tienes toda una flota, por eso te llaman emperador."

En los organismos internacionales no resulta fácil ponerse de acuerdo en la definición de terrorismo, ya que se trata de un concepto político que es interpretado de manera distinta según los intereses de cada país. El concepto de terrorismo de Estado, por ejemplo, resulta especialmente conflictivo y tiende a evitarse en los textos jurídicos. Sin embargo, la Decisión Marco sobre la lucha contra el terrorismo, de 13 de junio de 2002 del Consejo de la Unión Europea incluye algunos párrafos interesantes. Entre ellos, una condición que figura en casi todos los textos que se ocupan del tema: "intimidar gravemente a una población" y "desestabilizar gravemente o destruir las estructuras fundamentales políticas, constitucionales, económicas o sociales de un país". Mediante, por ejemplo, "atentados graves contra la integridad física de las personas", "liberación de sustancias peligrosas o provocación de incendios, inundaciones o explosiones cuyo efecto sea poner en peligro vidas humanas".

No pretendo aquí desarrollar un enfoque jurídico del tema; sabios existen capaces de hacerlo, y quizás técnicamente no se pueda aplicar ese texto jurídico a la situación de Oriente Medio.  Pero desde el sentido común de un lector de a pie, me parece que estos textos –y otros- describen fielmente, por ejemplo, la invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak o los ataques israelíes a la franja de Gaza. Con una única diferencia: mientras el terrorismo es siempre marginal y limitado, estos atentados fueron masivos y globales contra la población civil, es decir, mucho más graves que el terrorismo convencional. Porque hay que recordar que la población de Oriente Medio ha sufrido y sufre el terrorismo en una proporción muy superior a nuestro occidente. Y no solo porque los grupos yihadistas perpetran  sus atentados más crueles y masivos en territorio árabe en el contexto de las luchas entre suníes y chiíes, sino porque la mayoría de las intervenciones de Estados Unidos y sus aliados utilizan recursos bélicos que solo se distinguen en sus alcances y dimensiones del concepto de terrorismo, compartiendo sus métodos y resultados.

La guerra de Afganistán de 1978, que fue el comienzo de esta generalización de la violencia en la zona, se dirigió ante todo a evitar la hegemonía de Rusia en ese país, cuya ocupación aseguraba un cierto orden laico. Para ello se apoyaron y financiaron grupos terroristas de los  cuales surgieron los talibanes, Al Qaeda y el liderazgo de Bin Laden. La invasión a Irak por tropas de Estados Unidos y sus aliados, realizada sin ninguna cobertura jurídica, causó muchos miles de muertos civiles y dejó al país en un estado de anarquía que propició el nacimiento del Daesh o Estado Islámico. Eso sí, terminó con Sadam Husein, uno más de los tantos dictadores de la zona. Libia era uno de los Estados de mayor nivel de vida de medio oriente y de cultura laica; la intervención occidental  lo ha convertido en un Estado fallido con un alto coste de vidas humanas. Eso sí, sin el dictador Gadafi. Y ahora Siria, cuyo dictador no es atacado por las barbaridades que cometió contra su pueblo sino por representar los intereses rusos en la zona. Mientras tanto, otros dictadores como los de Arabia Saudí gozan del respeto del mundo libre mientras condenan a muerte a un escritor acusado de ateísmo y financian a grupos terroristas para comprar su propia seguridad. Y nunca las potencias occidentales han denunciado ni sancionado a Israel por la masacre que cometió en la invasión a Gaza, entre otras cosas.

¿Puede negarse la similitud con el terrorismo de estos procesos que han logrado desestabilizar a todo Oriente Medio al precio de combatir selectivamente a algunos dictadores de la zona a costa de la vida de cientos de miles de personas y de millones de refugiados? ¿Existe alguna diferencia cualitativa entre las bombas que hacen estallar los terroristas suicidas y las que dejan caer aviones de combate sobre la población civil? ¿Es menos terrorismo destrozar cuerpos humanos bombardeando escuelas que degollar en público a víctimas inocentes? Por supuesto que la responsabilidad por los atentados de las torres gemelas, de Atocha, de París, de Londres y de Kabul es de quienes los han cometido y que estos delincuentes no tienen derecho a aducir nuestros errores para excusar o reducir su culpa, que es toda de ellos. Como tampoco es verdad  que la intervención de Estados Unidos y sus aliados haya sido la única causa de esa desestabilización. Y hay que recordar también que el proyecto político del Daesh quiere acabar con nuestro concepto de una sociedad civilizada, tratando de imponer una inmoralidad pública fundamentada religiosamente. Pero lo que no es de recibo es atribuir el monopolio del terrorismo al yihadismo islámico, excusando el empleo de los mismos métodos por parte de las intervenciones occidentales en la zona, incluso cuando estas acciones han causado muchas más víctimas inocentes. Hay que recordar que el terrorismo es un método y no una finalidad, y que los medios que se utilizan para lograr un fin terminan contagiando el fin que se persigue. Es indudable que las finalidades no son las mismas y que el objetivo al que apunta el terrorismo islámico es construir una sociedad donde hayan desaparecido todas las conquistas éticas y políticas que hemos ido consiguiendo en los últimos siglos. Pero en cuanto al método, hay que reconocer que los yihadistas no han sido los únicos que  han empleado el terror y el ataque a la población civil para lograr sus fines, y que en lo que se refiere a la cantidad de víctimas inocentes son muchas más las que han provocado Estados Unidos y sus aliados que las del extremismo islámico.

Con el agravante de que esos métodos terroristas, además de inmorales, no solo son ineficaces sino también contraproducentes, al menos sin que se realice una invasión terrestre masiva y permanente a los territorios controlados por el Daesh, opción que ningún país occidental está dispuesto a considerar después de la experiencia de Vietnam. Según los expertos en temas de seguridad es absurdo suponer que bombardeando un territorio y generando miles de víctimas entre la población civil se puede terminar con combatientes fanáticos dispuestos a perder la vida, que están apoyados por Estados que los utilizan, a quienes no les interesa contarlos entre sus enemigos y que les proveen generosamente de armas y medios económicos. Esos atentados consiguen más bien ampliar la base de apoyo al terrorismo islámico entre la población árabe y reclutar nuevos terroristas suicidas.

¿Habrá que recordar una vez más que afirmar estas cosas no significa justificar, disculpar ni atenuar la culpa de los terroristas islámicos, cuyos atentados se revisten además de una teatralidad repugnante, como el sacrificio ritual ante las cámaras de ciudadanos occidentales? Y que tampoco implica conocer las soluciones a un problema cuya gravedad no se debe despreciar y que puede marcar toda la política internacional de este siglo que comienza. Es evidente que hay que combatir el fundamentalismo islámico con todos nuestros recursos, entre los cuales tienen un lugar los medios militares y policiales. No se trata de apuntarse a un buenismo que busque la raíz de todos los males y sus soluciones en apelaciones moralizantes a la tolerancia y el diálogo ni de recrearse en las injusticias históricas que están en la raíz de la violencia. Las respuestas no son fáciles. Pero eso no impide –más bien exige- denunciar los graves errores que se han cometido en esta lucha y que han favorecido al enemigo, errores que  han llegado a ser reconocidos hasta por algunos de sus protagonistas, como Tony Blair y Hilary Clinton. Seguir por este camino fácil de las bombas y el fomento de la xenofobia implica aceptar las reglas que proponen los terroristas y cumplir sus expectativas. Porque es evidente que los atentados yihadistas en Estados Unidos y en Europa no persiguen un imposible triunfo militar, sino obligar a occidente a intensificar sus acciones armadas en su zona de influencia, radicalizando así a la población para obtener su apoyo y provocando a la vez sentimientos xenófobos en nuestros países. En cualquier caso, sería de desear que el discurso oficial de occidente abandonara sus posturas moralizantes sobre el terrorismo y reconociera que sus propios errores constituyen una causa importante -repito, no la única- de los problemas actuales, aceptando que son necesarias otras estrategias. Y que, como primera medida, en lugar de desentenderse de los millones de refugiados que esas políticas han contribuido a provocar asegurara la atención a sus necesidades básicas hasta que puedan regresar a sus países o ser acogidos por países europeos.

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