Dominio público

Globalización y universalidad

Augusto Klappenbach

Escritor y filósofo

Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo

¿Somos más universales, menos provincianos y más cosmopolitas los ciudadanos europeos gracias a la globalización? No cabe duda de que en los últimos años el mundo está más presente en nuestras vidas que hace un siglo: y no solo por los medios de comunicación y las redes sociales sino también por un comercio cada vez más extendido y por relaciones internacionales que cada vez más influyen más en nuestras vidas. Los hábitos de consumo, los gustos artísticos, las modas y hasta el idioma tienden a expandirse y uniformarse en los países industrializados. Como dijo René Girard, el capitalismo globalizado "ha arrastrado, primero a Occidente, y luego a toda la humanidad, hacia un estado de indiferenciación  relativa nunca antes conocido, hacia una extraña suerte de no-cultura o de anticultura que es lo que denominamos, precisamente, lo moderno".

¿Consiste en esto la civilización universal que soñaron algunos de los protagonistas de la Ilustración e incluso algunos de los padres de la Unión Europea, una sociedad en la cual las fronteras no fueran obstáculos sino puentes? Resulta sintomático que esta globalización haya coincidido con la época en que se han puesto más obstáculos a la libre circulación de personas por el mundo; si bien ha aumentado el turismo, cada día se construyen nuevos muros y vallas para impedir el intercambio de poblaciones entre países, algunos con sistemas muy agresivos. Y aun dentro de los Estados Europeos ya se oyen voces que proponen suspender la libre circulación del tratado de Schengen y privar de ayudas sociales a ciudadanos de Estados vecinos, estableciendo fronteras internas.

Hay dos maneras de entender la universalidad, que dependen a su vez del modo de interpretar la igualdad. Una de ellas es la que podríamos llamar "empírica", que consiste en la tendencia a la uniformidad que describíamos antes. Esa uniformidad en los modos de vida que estamos viviendo en los países industrializados constituye una parodia del universalismo, sobre todo porque se trata de una uniformidad que coincide con un aumento creciente de la desigualdad. Y esto no es casual: el eje ideológico de la civilización neoliberal que domina en el mundo desarrollado no es la libertad, como podría sugerir su nombre, sino la competencia, que conduce a una desigualdad creciente. Como están demostrando economistas como Piketty, esta no constituye un accidente de esta etapa del capitalismo financiero sino su consecuencia necesaria. Y esa desigualdad es lo contrario del universalismo, porque, como veremos enseguida, se refiere no a las semejanzas culturales sino a la igualdad de derechos.

La otra manera de concebir la universalidad, aquella que reclamaba la Ilustración, no consiste en la uniformidad empírica sino en la igualdad que exige la razón en su dimensión ética, a la que Kant llamaba "la facultad de lo universal". Es decir, aquella que postula el reconocimiento de los derechos humanos en igualdad de condiciones para todos los que habitan este planeta. Un reconocimiento que es compatible –necesariamente compatible- con el respeto a las diferencias empíricas. No se trata de exigir la unidad de costumbres sino de derechos: a la razón no le interesan las diferencias en el modo de vestir, en los gustos artísticos o en los distintos idiomas. La razón práctica exige –al menos- la extensión universal, a todos los seres humanos y sin distinción de nacionalidades ni de etnias, de aquellos derechos reconocidos jurídicamente por las Naciones Unidas en su declaración de 1948, comenzando por los que exigen un nivel de vida digno. Dice J. Baudrillard: "Globalización y universalidad no van de la mano, son más bien excluyentes. La globalización se da en las técnicas, en el mercado, en el turismo, en la información. La universalidad es la de los valores, los derechos del hombre, las libertades, la cultura, la democracia".

Donde más claramente se muestra esta opción de Europa por la globalización y el rechazo por la universalidad es en la reciente crisis de los refugiados. Europa se cierra en sí misma: la globalización termina en sus fronteras, internas y externas y en sus socios comerciales. La irrupción de millones de ciudadanos que huyen de la guerra y de la miseria se considera una invasión indeseada de la que hay que defenderse, hasta el punto de que en Dinamarca les confiscan sus posesiones mientras se presenta una propuesta en la Unión Europea que propone castigar la ayuda a estos refugiados convirtiéndola en tráfico de personas. Mientras tanto, se amenaza con penalizar a Grecia por su falta de diligencia en el control de esos flujos mientras se tolera el rechazo de muchos países –gases lacrimógenos incluidos- a aceptar su parte de responsabilidad en su acogida. Y se ofrecen compensaciones económicas a Marruecos y Turquía para que contengan la llegada de refugiados con los métodos que ellos decidan y que podemos suponer en qué consisten.

No hay que olvidar que una parte importante de esos refugiados no están solicitando un favor sino reclamando el derecho, jurídicamente reconocido por los tratados internacionales, a pedir asilo en nuestros países, puesto que huyen de zonas de guerra donde sus vidas corren peligro. Y los que no tienen ese derecho legal, como los refugiados económicos, también forman parte de ese "universo" en el que vivimos y del que todos somos responsables en distinta medida. Como tampoco hay que olvidar que las corrientes migratorias seguirán dirigiéndose hacia nuestros países independientemente de nuestra voluntad y de las medidas defensivas que podamos tomar. Por el momento, la opción de Europa consiste en reforzar sus fronteras y limitar la acogida de refugiados a unos pocos países voluntarios – en Europa hemos acogido a 272 y en España 16 hasta fines de enero- aceptando la negativa de muchas otras naciones de la Unión a colaborar con su parte de responsabilidad ante este problema.

Resumiendo. La globalización que estamos viviendo poco tiene que ver con la universalidad. Se trata más bien de fomentar la apertura de Europa al mundo financiero, al comercio y la información, mientras la extensión de los derechos humanos a los habitantes del planeta queda fuera de ese proceso expansivo.  Y, lo que es más preocupante, asistimos a un aumento de movimientos racistas y xenófobos que intentan potenciar ese aislamiento con objetivos que abogan abiertamente por la "limpieza ética" de Europa y que han dejado de ser fuerzas marginales para convertirse en partidos capaces de disputar mayorías electorales, como por ejemplo en Francia, Dinamarca, Hungría, Grecia. Sin olvidar a Estados Unidos y su candidato Trump. De lo cual todavía nos estamos salvando en España. Por ahora.

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