Dominio público

Andalucía, digna como la que más

Noelia Vera

Diputada de Podemos por CádizEl 4 de diciembre de 1977 un millón y medio de andaluces y andaluzas salieron a las calles de las principales ciudades para reclamar su derecho a decidir y a la identidad  histórica y cultural que hasta entonces se les había negado. Ese día, a pesar de la represión y del miedo que acompaña al despertar social, se inició una lucha colectiva que supo transformar la rabia y la miseria en unión hacia un cambio político que se terminaría de conquistar el 28 de febrero de 1981, con la aprobación, a través de referéndum, del Estatuto de Autonomía. Por fin, después de tanto sudor, Andalucía sería considerada como un pueblo con derecho al futuro, a su propio sentir y a su propio autogobierno.

Noelia Vera
Diputada de Podemos por Cádiz

El 4 de diciembre de 1977 un millón y medio de andaluces y andaluzas salieron a las calles de las principales ciudades para reclamar su derecho a decidir y a la identidad  histórica y cultural que hasta entonces se les había negado. Ese día, a pesar de la represión y del miedo que acompaña al despertar social, se inició una lucha colectiva que supo transformar la rabia y la miseria en unión hacia un cambio político que se terminaría de conquistar el 28 de febrero de 1981, con la aprobación, a través de referéndum, del Estatuto de Autonomía. Por fin, después de tanto sudor, Andalucía sería considerada como un pueblo con derecho al futuro, a su propio sentir y a su propio autogobierno.

Poco tendríamos que celebrar hoy sin aquel 4 de diciembre que, aunque algunos parecen empeñados en borrar del calendario, supo iniciar el proceso hacia la  justa mayoría de edad del pueblo andaluz. Una mayoría de edad que costó huelgas, detenidos e incluso la muerte de García Caparrós, y que exigía la conquista de derechos sociales, el fin de la marginación, del subdesarrollo, de la falta de trabajo y de la creciente desigualdad. Se trataba de garantizar lo más positivo del sentimiento andaluz, acabando, de una vez por todas, con aquello de negativo que trae la vivencia de un pueblo históricamente sometido a una mala división de su riqueza dentro de sus fronteras y a una dependencia del Estado impuesta desde fuera. Se trataba de dejar de ser víctimas del señorito andaluz de cortijo, de los cargos públicos inmortales y de la autoridad central. Se trataba, en definitiva, de dejar de tener que pasear el hambre, la necesidad y las vergüenzas por las calles de la ciudad.

Hoy, un día que estará marcado por la celebración de todo tipo de actos  oficiales, maquillados y rebosantes de hipocresía para desempolvar el orgullo de ser andaluz, los hijos e hijas de aquella época nos preguntamos qué fue de la salud de aquel pacto entre la ciudadanía y sus nuevos representantes democráticos del Partido Socialista que tantos avances hacia el bienestar consiguieron durante los primeros años. Han pasado casi cuatro décadas en las que, sin haber oído ningún tipo de autocrítica, volvemos a vernos obligados a reclamar pan, trabajo y dignidad en una tierra rica en la que la corrupción se ha convertido en la máxima evidencia de cómo sus dirigentes políticos rompieron de forma consciente ese contrato al desviar unos recursos escasos e imprescindibles hacia tramas de enriquecimiento y redes clientelares que solo les beneficiaban a ellos o a sus conocidos.

Nos encontramos, en 2016, ante una Andalucía real que poco se diferencia de la de entonces: 1.400.000 andaluces y andaluzas en paro, 1.000.000 de personas que viven en situación de pobreza severa, un 51% de niñas y niños desnutridos, un 61% de jóvenes sin esperanza, que se ven de nuevo obligados a la condena de la emigración. Cifras de la vergüenza que, de nuevo, ponen en juego nuestra dignidad y la de aquellos que vendrán.

No es de extrañar entonces que, a pesar de haber intentado mantenernos dormidos con los tópicos de la peineta y de la Virgen del Rocío y con los programas de entretenimiento fácil en la televisión pública, el 15 de mayo de 2011 saliéramos de nuevo a las calles para gritar que aquellos a quienes muchos habían votado, no nos representaban. Tampoco es de extrañar que, ante esta situación, nacieran mareas blancas y verdes como nuestra bandera para frenar la privatización de los servicios sociales; o plataformas ciudadanas que, con valentía, pusieron y siguen poniendo sus cuerpos frente a excavadoras para evitar el 20% de los desahucios que se practican en el sur. No es de extrañar que hayan surgido nuevas formaciones políticas, como Podemos, para intentar hacer política de forma diferente y al servicio de las mayorías sociales; ni que la gente haya colocado a 10 nuevos representantes del pueblo andaluz en el Congreso de los Diputados, que, dentro de dos días, tendrán que votar si quieren que lo que está pasando en el Gobierno de Andalucía se traslade al central.

Si el PSOE de Susana Díaz y sus compañeros de viaje de Ciudadanos hubiesen querido, hoy no habría ningún andaluz pasando frío por no poder poner la calefacción; no habría ningún desahuciado sin una alternativa habitacional ni ninguna mujer víctima de la violencia machista sin tener adónde ir. La Ley de Emergencia Social se habría aprobado. Si los de Pedro Sánchez y los de Rivera hubiesen querido, todos sabríamos a través de la Ley de Cuentas Abiertas cómo y en qué se han gastado el dinero de los andaluces y de las andaluzas. Los niños y niñas de esta tierra, además, también podrían recibir una atención temprana para asegurar su inclusión social y su calidad de vida. Sin embargo, por razones difíciles de asimilar, no han querido hacer ninguna de estas cosas. Como tampoco han querido reconocer la valía de aquel 4 de diciembre y de los que dejaron su sangre en el asfalto por nuestro futuro.

Hoy, los fieles a la presidenta de Andalucía hablarán de nuestra tierra. La llenarán de farolillos, de serpentina y de papelillos blancos y verdes. Destacarán sus bondades, sus éxitos y su incuestionable belleza. No lo harán solos. Irán de la mano de aquellos que dicen abanderar el cambio sensato. Escucharemos discursos  vacíos sobre qué significa nuestra patria. Mientras tanto, la Andalucía real, la que se levanta temprano para trabajar en las industrias o para echar currículos,  seguirá pensando en cómo construir un nuevo pacto adaptado a las necesidades del siglo XXI.

La gente ya cumplió. La gente conquistó sus propios derechos y creyó las promesas de sus representantes políticos. Se apretó el cinturón, trabajó duro, se siguió formando, emprendió, sostuvo a sus familiares en paro, salió a la calle de nuevo. Ahora es el momento de tener unas instituciones a la altura y que luchen  sin excusas, con compromiso y cada día por acabar con las miserias del sur; que peleen sin descanso por situar a Andalucía a la altura de Europa, que obedezcan a su gente y que, contra viento y marea, no duden ni un solo segundo de que la naturaleza de su mera existencia fue, es y siempre será defender esta Andalucía, digna como la que más.

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