Dominio público

Terrorismo, extrema derecha y recorte de libertades

Jon S. Rodríguez

Marina Albiol Guzmán
Eurodiputada y portavoz de la delegación de Izquierda Plural en el Parlamento Europeo

Jon S. Rodríguez
Especialista en migraciones y Mundo Árabe

Las primeras reacciones a los terribles atentados terroristas que han sacudido Bruselas en los últimos días no se han hecho esperar. El grupúsculo de extrema derecha Generación Identitaria, escindidos del Frente Nacional francés por considerar a Marine Le Pen demasiado blanda, ha anunciado manifestaciones el próximo sábado en Molenbeek, el barrio bruselense estigmatizado por la derecha política y mediática desde que tres de sus 94.000 habitantes estuvieran involucrados en la matanza de París del pasado noviembre.

No es la primera vez que esto ocurre, y los terribles ataques terroristas que se han sucedido en Europa han provocado reacciones violentas por parte de la extrema derecha, como los neonazis del Hogar Social Madrid y su lanzamiento de bengalas a la mezquita de la M-30. Pero igualmente grave que este auge de los movimientos fascistas es la asimilación del discurso político más hostil contra las personas de origen no europeo por parte de las fuerzas conservadoras, liberales y socialdemócratas que ostentan la práctica totalidad de los gobiernos de la Unión Europea.

Estamos ante un círculo vicioso en el que agresiones imperialistas, pobreza, marginación y ataques terroristas se suceden con unos únicos vencedores: los que tienen el odio por ideología política y apuestan por el levantamiento de muros en nuestras fronteras y la restricción de nuestras libertades. Ante quienes se empeñan en insistir que la apuesta por tener sociedades diversas ha generado esta situación, cabe recordarles que es precisamente la desigualdad lo que hace que muchas y muchos jóvenes europeos se entreguen a organizaciones que defienden un supuesto martirio como salvación. Al igual que la heroína en los años ochenta, estos grupos criminales ofrecen a jóvenes de clase trabajadora una alternativa a la realidad en la que son sistemáticamente discriminados por el origen de sus padres o abuelos.

Pero conviene dejar claro que estos grupos no surgen de la nada. En Arabia Saudí la familia Al-Saud utiliza políticamente el wahabismo, una versión fundamentalista de la religión islámica, para justificar un Estado completamente patriarcal y represivo. Riad, según varias estimaciones, tiene en la actualidad detenidos a 30.000 presos políticos y el caso de Ali Mohammad al-Nimr, sentenciado a pena de muerte por fundar una organización de estudiantes crítica con las autoridades, pone de manifiesto que no existe respeto por las libertades fundamentales mínimas.

Arabia Saudí es uno de los principales socios militares del Estado español. Y no sólo. La monarquía del Golfo mantiene unas relaciones comerciales muy estrechas con la mayor parte de los Estados de la UE, que han decidido mirar hacia otro lado ante las acusaciones de que los saudíes están permitiendo la financiación de grupos terroristas como el Daesh. Durante décadas han hecho lo mismo con los millones de dólares que la dinastía Al-Saud ha invertido en las principales ciudades europeas para financiar centros religiosos y culturales de marcado carácter wahabita.    

Arabia Saudí es además junto a Qatar uno de los países más involucrados en la guerra de proximidad que se libra en Siria, tablero de juego de intereses extranjeros que ha alcanzado el esperpento de que los combatientes de Fursan al-Haq, en castellano Caballeros de la Justicia, (financiados por la CIA) y los de las denominadas como Fuerzas Democráticas Sirias (financiadas por el Pentágono) estén actualmente librando un batalla sobre el terreno en los alrededores de Alepo.

Las y los habitantes de Oriente Medio y el Norte de África, y las personas que puedan sentir algún tipo de identificación cultural con esta región, ven como desde los despachos gubernamentales europeos y estadounidenses se destruyen países enteros como Libia, Irak o Siria.

Son, casualmente, países con importancia clave en la producción o distribución de recursos naturales como el petróleo o el gas, lo que está condenando a su población a la pobreza más absoluta y, en el caso de que intenten huir, a sortear mil obstáculos, vallas, redadas racistas, y políticas migratorias agresivas que hacen que muchos se queden por el camino.

Es inocente pensar que la utilización del mundo como un tablero de juego para promover los intereses económicos particulares no trae ninguna consecuencia. La realidad que presenciamos diariamente demuestra que nuestros gobernantes pueden tener unas intenciones terribles para las mayorías, pero no son ingenuos. Simplemente priman unos intereses por encima de otros.

Por eso, frente al auge de la violencia, el odio y el terrorismo, hemos de poner en valor nuestra solidaridad. Frente a quienes creen que la solución pasa por construir vallas más altas y restringir nuestra libertad de expresión y monitorizar cada uno de nuestros movimientos, hay que recordar que las personas que cometen estos ataques han nacido y crecido en la Unión Europea, por lo que este no es un fenómeno importado, sino que tiene que ver con nuestro modelo social.

Uno modelo social que aboca a amplias capas de la población a la marginación y que se comporta de manera absolutamente xenófoba cuando, por ejemplo, pide que sólo lleguen migrantes y demandantes de asilo cristianos a su país, como ha hecho el gobierno socialdemócrata de Eslovaquia.

Frente a quienes creen que imponer el Registro de Nombres de Pasajeros en la UE -pese a que el Parlamento Europeo lo ha rechazado en varias ocasiones-, o hacen discursos xenófobos, hay que poner en valor la contribución neta que realizan las personas migrantes a nuestras sociedades.

Frente a los amigos de las monarquías absolutas del petróleo y los que hacen guerras para controlar recursos naturales ajenos, debemos poner en valor una política exterior basada en el respeto a los derechos de los pueblos a poseer sus recursos y en la no agresión.

Mientras la extrema derecha se frota las manos viendo cómo las autoridades europeas le hacen el juego y asumen su agenda, tenemos que ser capaces de demostrar que los pueblos estamos a la altura del momento, que somos solidarios con todas las víctimas: desde Bruselas a Lahore. Y que luchamos contra toda forma de discriminación.

No podemos permitir que utilicen el pánico generado por un grupo criminal para imponer los recortes de derechos y libertades que llevaban tiempo planeando.

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