Dominio público

Armas y desarme

Nicole Thibon

NICOLE THIBON

dominio-02-11.jpgNo hacía falta ser pitonisa para prever que el anuncio de una instalación de bases estadounidenses en Colombia –cuyo acuerdo es aún secreto– iba a precipitar una carrera armamentística en América Latina. Ya estamos en ello. Mientras que Venezuela se declara dispuesta a recibir bases rusas, y Argentina, Perú, Ecuador y Bolivia incrementan su compra de armas, el negocio más bonito es, sin embargo, el del Brasil de Lula da Silva, concluido el último 8 de septiembre con la Francia de Nicolas Sarkozy. Por un total de 8.500 millones de euros, el pedido comprende helicópteros de combate, la construcción de cuatro submarinos convencionales y uno nuclear, 36 aviones Rafale y la transferencia de la tecnología necesaria, empezando por los helicópteros. Se trata del mayor contrato de compra militar jamás firmado por Brasil; y, por lo que respecta a Francia, finalmente es una victoria sobre las presiones estadounidenses que hasta ahora le impedían vender su super avión.

Uno puede inquietarse por el futuro de una América Latina sobremilitarizada, en la que Brasil esté llamado a desempeñar un papel preponderante. Pero uno puede también interrogarse acerca del desmesurado esfuerzo financiero que significa la nueva ley de programación militar francesa, votada en París este mes de julio para los años 2009 a 2014. El presupuesto prevé 180.000 millones de euros para dicho período, y un aumento en los años siguientes hasta un total de 337.000 millones. Por lo general, las previsiones presupuestarias anuales desbordan hasta en un 30% el presupuesto provisional, para alcanzar, por ejemplo, los 50.000 millones de euros en 2008. Si la línea divisoria entre la seguridad exterior e interior es algo bastante borroso, no es posible soslayar los cerca de 18.000 millones de euros del presupuesto consagrados a la seguridad interior propiamente dicha en el año 2006 y aumentados anualmente. Y hay que añadir generosamente al presupuesto militar los alrededor de 20.000 millones de euros anuales para la investigación.

Es cosa de todos sabida que en el campo de la investigación y de la tecnología punta, nada es nunca demasiado bello; y que nada frena el progreso. Así, el conjunto de satélites Helios será sustituido por el sistema Musis, más eficaz para la escucha de todas las comunicaciones del planeta. El nuevo helicóptero Tigre reemplazará al obsoleto Alouette –cuya hora de vuelo era diez veces menos costosa–. Los Mirage 2000 siguieron a los Mirage a secas, cuyo mérito fue el no haber servido para gran cosa. Submarinos y portaaviones nucleares sustituirán a otros submarinos y portaaviones nucleares. Y los célebres aviones Rafale, que desde hace 20 años absorben buena parte de la inversión, han servido por primera vez hace poco en Tayikistán. Pero estas sumas fastuosas no significan una pérdida para todos, puesto que Serge Dassault, de las Industrias Dassault que los fabrican, ha triplicado la fortuna heredada de su padre.

Es verdad que hace falta tener mal carácter para quejarse de las inversiones militares francesas –es decir, de todos los ciudadanos franceses o extranjeros que viven en Francia– justamente cuando este país acaba de arrancar el negocio del siglo con Brasil.

Pero es bueno recordar que el gasto militar ocupa el tercer lugar en los presupuestos de Francia, detrás de la educación nacional y los 40.000 millones de intereses anuales de la deuda. No obstante, aunque la educación pública ocupa el primer lugar en dichos presupuestos, la carencia de plazas y de efectivos en este comienzo de curso claman al cielo. Faltan 23.000 plazas en la enseñanza secundaria, de las que 19.750 corresponden a los liceos técnicos. Los analistas consideran que el gasto militar es lo esencial del déficit del Estado, y que si se hubieran economizado esos gastos durante tantos años, los 1,2 billones de deuda actuales se habrían reducido como una piel de zapa.

Los presupuestos militares habrían debido reducirse al final de la Guerra Fría. Hasta 1989, aunque absurdos, podrían intentar justificarse por la tensión que mediaba entre el bloque socialista y el mundo libre. Se podría haber dudado de la justificación del gasto ya cuando las cabezas nucleares se multiplicaron por encima de toda capacidad defensiva o disuasoria. En realidad, si los presupuestos al principio se mantuvieron y hasta en ciertos años se redujeron, hoy han subido muy por encima de los anteriores, en particular desde el 11 de septiembre de 2001 y la "amenaza terrorista". Y esto vale tanto para Francia como para Inglaterra o Estados Unidos (productores ellos solos de la mitad del armamento mundial), y para Alemania y Japón (dos países que conocieron sus mejores años de prosperidad cuando tuvieron prohibido el rearme). Se ha calculado que la enorme masa salarial del Ejército no representa siquiera un tercio de su presupuesto. Sería mucho más económico pagar a estos trabajadores por no hacer nada o por dedicarse a obras de utilidad social.

La realidad es que todos estos países se empobrecen, y que cuando el absurdo llega a semejante nivel, el militarismo parece un simple delirio ideológico.

Parece que esta obviedad está entrando en la cabeza de quienes tienen la posibilidad de remediarla, o sea, el Consejo de Seguridad de la ONU, que aprobó el 24 de septiembre por unanimidad la resolución propuesta por Barack Obama para atajar la proliferación nuclear y las pruebas atómicas. "Son necesarias nuevas estrategias y nuevas actitudes", dijo el presidente de EEUU, quien confía mucho en el "rol estratégico de la ONU en la prevención de una crisis". Para Obama, "el mundo debe demostrar que la ley internacional no es una promesa vacía". Es "un momento histórico", dijo el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
Pues, ¡Inch’Allah!

Nicole Thibon es periodista

Ilustración de Patrick Thomas

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