Dominio público

Ciscología

José Francisco Mendi

Psicólogo y miembro del Colectivo Espacio Abierto

José Francisco Mendi
Psicólogo y miembro del Colectivo Espacio Abierto

El CIS nos ofrece la mayor y mejor encuesta, con los datos más correctos y consistentes, para analizar los comportamientos sociológicos y electorales de los españoles. Pero saber no es predecir. Hay que conocer para prever. Aunque no es suficiente. Por muy necesaria que sea la erudición sólo podremos resolver las ecuaciones del comportamiento si despejamos las incógnitas adecuadas. Vengo insistiendo últimamente en la importancia de las variables psicológicas como elementos básicos que debemos introducir en los estudios sociológicos para inferir conductas electorales de grupos e individuos. Me remito a mis previsiones publicadas en este mismo medio el último día de campaña electoral del pasado diciembre ("Es la psicología, estúpido". Público 19-12-2015). Las variables aplicadas desde ese punto de vista de la psicología me permitieron aproximarme, tanto en las previsiones reales de participación como en el resultado, a un escenario más a la izquierda del que sociológicamente nos ofrecían la mayoría y la media de los sondeos del momento.

Resulta muy atractiva, profesionalmente, la patología "mitomaniaca" de los españoles. Me refiero a la excelente capacidad de mentira que expresamos en las respuestas del CIS y que son todo un síntoma de nuestro futuro comportamiento electoral (¿y personal?). Antes de las pasadas elecciones generales manifestamos con rotundidad que acudiríamos a votar el 87% del censo. La importancia de esa cita electoral lo justificaba al menos. Pero al final fuimos en realidad a las urnas el 73,2 %. No me negaran que son datos encantadores (¿o encantados?). Eso sí los ciudadanos mantenemos la falsedad ya que en el barómetro del CIS del pasado abril seguimos afirmando que fuimos a votar en diciembre de 2015 un 84% de los encuestados. ¿Se nos ha perdido alguien por el camino? Poca cosa. ¡Sólo tres millones de personas!

Otro de los datos que resalta el último estudio del CIS es que, según las respuestas de los interrogados, votaron al PP en diciembre pasado un 22,6%, al PSOE un 20,1%, a Ciudadanos el 12,5%, a Podemos el 18,7% (contando todos sus componentes) y a IU-UP un 4,4%. La realidad fue que el PP obtuvo un 28,7%, el PSOE un 22,01, Ciudadanos un 13,9, Podemos y coaligados un 20,6% e IU-UP el 3,6%  Todos los partidos, salvo en el caso de IU, fueron menos votados en el recuerdo que en la realidad. ¿Mala memoria o cierta vergüenza? Las diferencias oscilan entre el punto y dos puntos. Normal digamos. Pero en el caso del PP la distancia es más que notable. ¡Seis puntos porcentuales! Hay más de un millón cuatrocientos mil votantes del PP que han "olvidado" su reciente voto a Rajoy. Si alguien los encuentra que sepa que los necesitan desesperadamente en su sede de la calle Génova de Madrid.

No pretendo moralizar con estos datos. Pero sí quiero destacar la importancia de las más visibles de las variables psicológicas que salen a relucir de forma tan natural como inocente en los números de esta encuesta. Y si esto pasa, se observa, mide y puede ser contrastado por cualquiera con una calculadora ¿Qué ocurre de verdad con los datos y comportamientos psicológicos, no tan visibles, de enjundia? A eso voy.

La psicología social consiste en el estudio científico de los pensamientos de las personas, de sus sentimientos, de sus acciones, y de la forma en que éstos son afectados por otros individuos. Y es aquí donde mi profesión puede y debe cooperar con la sociología para predecir comportamientos electorales que ya no pueden explicarse, exclusivamente, en términos de movimientos grupales. La repetición de las elecciones en el próximo mes de junio constituye un laboratorio magnífico, por peculiar, para aplicar el conocimiento de la psicología a la predicción del resultado político. Veamos cómo podemos diseñar un modelo de comportamiento predictivo sobre la relación entre psicología y política.

Un trabajo muy interesante de Teresa Mata (Los factores de la ecuación del voto: un análisis empírico) publicado en la Revista Española de Investigaciones Sociológicas (143, 43-74) desarrolló un modelo predictivo de participación electoral muy acertado e interesante. Sin embargo resulta mucho más complejo diseñar desde la psicología un modelo con validez, al menos teórica, de la propia elección de una candidatura sobre otras. Debemos añadir, además, que en este caso el ambiente de decisión (repetición electoral) es más estresante incluso que la propia decisión. Incluso la opción elegida se superpone a una decisión anteriormente tomada para que sea ratificada o no. Y como consecuencia de todo ello las expectativas de los sujetos varían en función de todos estos factores.

De ahí que el modelo que expongo se pueda sintetizar en la siguiente ecuación comportamental:

Voto = Ideología x Emoción / Frustración

Razón por la cual una opción política puede tener mucho respaldo tanto si los factores ideológicos son elevados como si lo son los emotivos. Pero sus resultados se incrementan proporcionalmente en la medida en que se multiplican ambos. Ahora bien disminuirán a su vez en función de la frustración que minorará el empuje de la ideología y la emoción hasta reducirlas al umbral básico que sería igual a uno. Y si el valor de la frustración de este denominador fuera mayor que el numerador marcaría un voto con valor inferior a la unidad lo que indicaría la tendencia a cambiar de opción de voto y que será mayor cuanto más reducido sea el cociente de esta fracción. Este índice, llamémosle de "votabilidad", es la clave en la toma de decisiones electorales. Y el hecho de que la frustración sea más elevada que la posible multiplicación de la ideología y de la emoción nos indicará que el sujeto tiene un alto grado de "disonancia cognitiva". El término fue acuñado en 1957 por el psicólogo Leon Festinger y hace alusión a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con sus creencias. Este es para mí el concepto clave de las elecciones del próximo 26 de junio. Y tiene dos componentes, uno cuantitativo y otro cualitativo.

El resultado electoral de estas nuevas elecciones se jugará en un bloque muy concreto del electorado que resalta el CIS con destellos y que, a pesar de su importancia, está pasando relativamente desapercibido. El sondeo poselectoral nos dice nada más y nada menos que, de quienes no acudieron a las urnas en diciembre pasado, un 27,5% de los encuestados hubieran votado la opción de Pedro Sánchez. Más de tres puntos por encima del PP y ¡más de doce puntos! por encima de Podemos y sus confluencias. Vamos que hay dos millones y medio de personas con predisposición, al menos, a votar al PSOE. Incluso si la variable de engaño que recorre las respuestas del CIS la aplicamos para ajustar mejor esa previsión, nos encontramos que el candidato socialista tiene un enorme nicho de dos millones de posibles clientes dispuestos a escuchar su propuesta. Esas personas fueron o serían votantes de un partido de izquierda sensata con capacidad de gestión, de cambio y de gobierno. Sin duda la "disonancia cognitiva" a la hora de no ir a votar les llevó a desconfiar del compromiso de Pedro Sánchez de no gobernar con el PP. Son personas a las que la capacidad de frustración tras su apoyo a Zapatero en los años 2004 y 2008 les llevó a no votar en diciembre de 2015 porque tampoco les sedujo lo suficiente la novedosa oferta de Podemos. Son votantes, en definitiva, a los que el candidato socialista debía mostrar previamente su inocencia de no apoyar por activa o por pasiva a Rajoy.

Ahora ese decisivo grupo de electores ha disminuido su frustración de voto, por lo que están en disposición de acudir más favorablemente a las urnas. Es cierto que arrastran lo que llamamos en psicología una "frustración adherida". Es decir son víctimas de una parte de la frustración generada en el conjunto de la izquierda por no haber sido capaces de facilitar un acuerdo amplio para un gobierno de cambio presidido por un socialista. Si de aquí a la campaña Pedro Sánchez sabe mantenerse en la izquierda, con contundencia frente al Partido Popular pero con amabilidad y cercanía a esos votantes que se mueven entre el deseo y la frustración, el resultado puede sorprender desagradablemente a la derecha. Para ello el PSOE debe mostrar más atrevimiento y capacidad de renovación que el expresado hasta la fecha. Especialmente en su programa y en sus propuestas. Valga como ejemplo el giro que necesita sobre su política en torno a la Red que requiere, para comenzar al menos, el compromiso de derogación de la llamada "Ley Sinde". De seguir inamovible el PSOE, en aspectos tan sensibles como este para los nuevos y jóvenes votantes, da la impresión de optar más por empatar el partido que por salir a ganarlo. Y ya sabemos lo que ocurre en el fútbol con este tipo de estrategias. Pedro tiene tiempo, recursos, banquillo y un buen  puñado de posibles votantes a sumar con un adecuado cambio de táctica para ganar... con permiso de su propio partido.

Por otra parte el acuerdo de Podemos y sus confluencias con IU no es relevante para esos votantes expectantes en el entorno de la socialdemocracia. Sí que lo es para sus propios actores ya que la coalición Podemos-IU no sólo disimulará o invertirá la bajada de votos y diputados del partido de Pablo Iglesias sino que permitirá, ¡gracias a la denostada Ley D´Hont!, que el PP pierda escaños por su izquierda. Tras la fallida investidura socialista la "disonancia cognitiva" de los votantes de Podemos se había elevado hasta niveles peligrosos ya que su deseo de quitar a Rajoy chocó con los intereses de los máximos responsables de Podemos. Esa elevación de la frustración en la ecuación de "votabilidad" llevaba como consecuencia un mal resultado que reflejaba una pérdida de apoyos tan rápida como fue la emergencia de los magníficos resultados de Podemos en el año 2015. Ahora bien, otro tipo de "disonancia cognitiva" puede instalarse en quienes votaron a Podemos en diciembre. Una confrontación enorme que choca entre dos mensajes. ¿El voto a la coalición Podemos-IU es para ganar al PSOE o para ganar al PP? No es posible romper esa contradicción en el votante que con su papeleta pretende, fundamentalmente, un cambio a mejor en su país. Nada más y nada menos que eso. El éxito de las fuerzas de izquierda depende, en buena medida, de que cada una de ellas por separado sepa trasladar a la ciudadanía un mensaje. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias deben repetir a la vez este "mantra": Prefiero ganar a Rajoy a que mi partido gane al tuyo. Quien lo consiga ganará las elecciones.

 

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