Dominio público

Bolivia, adiós al colonialismo

Germán Ojeda

GERMÁN OJEDA

12-05.jpgA la tercera va la vencida: después de las históricas derrotas frente al dominio imperial español de Tupac Amaru y Tupac Katari, después de la sublevación de independencia iniciada en 1809 –hace ahora 200 años– y de las grandes pérdidas territoriales a manos de sus vecinos, después de cinco siglos de saqueo internacional, las mayorías indígenas y mestizas del viejo "Alto Perú" van a ratificar masivamente, salvo sorpresas, el 6 de diciembre a Evo Morales como presidente del país con el propósito de certificar el fin de la Bolivia colonial.

Para Evo; para los indígenas aymaras, quechuas, guaraníes y pueblos amazónicos; para la Bolivia de origen precolombino –la inmensa mayoría de la población– el camino hacia la definitiva descolonización ha sido dramático. Lo ha sido después de soportar durante siglos un sistema de "repartimiento" que desde comienzos de la conquista les arrebató las tierras y un régimen de encomienda que les privó de su libertad personal. O sea, de padecer un colonialismo interno donde, hasta la revolución de 1952, existía legalizada la servidumbre personal –pongüeaje– y donde hasta ahora el racismo secular marcaba las relaciones sociales y la extrema pobreza definía la situación económica de las mayorías indígenas.

Por eso, la nueva victoria del indio Evo Morales será histórica, y lo será además porque durante estos últimos cuatro años su Gobierno ha tenido que dedicar todas sus energías a combatir a los movimientos oligárquicos separatistas de las regiones del rico oriente del país, a recuperar el control de los grandes recursos estratégicos –sobre todo petróleo y gas– entregados a las multinacionales por los anteriores gobiernos militares o neoliberales, y a conseguir la aprobación de una nueva Constitución democrática que pone fin al colonialismo interior y exterior y reconoce de una vez por todas la pluralidad étnica y los derechos históricos de los pueblos indígenas.

Y es que los indios, empezando por el aymara Evo Morales, no tenían derechos porque eran seres inferiores, seres sin alma, según los colonizadores, o como escribió el autor que da nombre a la Universidad de Santa Cruz, Gabriel René Moreno, "el indio incaico es sombrío, asqueroso, huraño, prosternado y sórdido".

Un ser inferior sin derechos, tal como contaba el propio Morales solemnemente en la sede de la ONU hablando de su madre, "pues cuando iba a la ciudad no tenía derecho a caminar libremente por las calles y aceras". Mientras, al otro lado, está la oligarquía criolla, dueña absoluta del poder y las riquezas del país. Sin ir más lejos el anterior presidente neoliberal Sánchez de Lozada –hoy prófugo de la justicia boliviana por la masacre ocurrida en 2003 y refugiado en Estados Unidos–, un terrateniente que vendió a la multinacional Glencore grandes yacimientos de oro, plata y zinc que eran de propiedad familiar.

Una Bolivia, dos mundos; un país, dos colonialismos: esa es la brutal realidad histórica de Bolivia, y esa es precisamente la razón de la refundación que propone Evo Morales, una refundación sin revanchismos, sin exclusiones y sin privilegios, basada en el socialismo comunitario y democrático.

Para ello, Morales ha demostrado estos cuatro años un gran talento político, pues ha tenido que afrontar una desestabilización institucional permanente de la oposición golpista, soportar continuas campañas mediáticas, someterse a un referéndum revocatorio, ganar cuatro consultas electorales, enfrentarse a las sanciones de EEUU expulsando al embajador Goldberg, e incluso ha tenido que realizar este mismo año una huelga de hambre para que se aprobara una nueva ley electoral que habilitara la convocatoria anticipada de estos comicios presidenciales y legislativas, donde el oficialismo aspira a controlar las dos cámaras para poder realizar sin sobresaltos el cambio histórico prometido.

Un cambio basado en esta dificilísima gestión de cuatro años donde el Gobierno ha sido capaz de derrotar a la oposición separatista, de frenar las transferencias de excedentes sin control al exterior y de lograr además un importante despegue económico en plena crisis internacional, lo que le ha permitido promover avances en las políticas públicas y sobre todo en educación, hasta el punto de que Bolivia ha sido declarado por la ONU país libre de analfabetismo.

Durante su segundo mandato, Morales se propone arrancar de raíz la hidra de los colonialismos y plantar con la nueva Constitución –refrendada por los bolivianos a comienzos de este mismo año– un nuevo Estado plurinacional y autonómico que respete los derechos de los pueblos indígenas y ponga fin a la marginación integral de la gran mayoría de los bolivianos.
El cambio pasa ante todo por descolonizar Bolivia, porque como ha dicho con razón el vicepresidente Linera, el país estaba "colonizado hasta los tuétanos: acá había que pedir permiso a los embajadores para escoger ministros, acá el ministro de Gobierno tenía que pasar por el visto bueno de la Embajada de Estados Unidos, el ministro de Hacienda por el visto bueno del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial, etc.".

Con la victoria de la revolución democrática encabezada por Evo Morales se trata de decir definitivamente adiós al colonialismo, de acabar de una vez con la humillante política del visto bueno, de fundar un nuevo Estado donde se respete a la madre tierra –los derechos de la Pachamama–, se promueva el desarrollo social y económico, y donde Bolivia tenga por fin –según repite el presidente– "socios pero no amos", en una Latinoamérica libre y confederada, como quería el gran Simón Bolívar, que le da nombre al país.

Germán Ojeda es profesor Titular de Historia Económica de España y América de la Universidad de Oviedo

Iliustración de Patrick Thomas

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