Dominio público

¿La Complutense se mueve?

José Luis Villacañas

Director de Departamento de Historia de la Filosofía. Facultad de Filosofía. Universidad Complutense de Madrid

José Luis Villacañas
Director de Departamento de Historia de la Filosofía. Facultad de Filosofía. Universidad Complutense de Madrid

Recién llegado a la Complutense, me preguntaban mis amigos qué me parecía mi nueva Universidad. Solía decir que la UCM era algo así como un gran mamut, pero no sabríamos si estaba muerto o congelado hasta que alguien lo deshelara. Nada más oírles hablar, comprendí que los anteriores rectores, Berzosa o Carrillo, no tenían calor suficiente para poner en movimiento un cuerpo que llevaba entumecido desde el inicio de la glaciación Villapalos. Voté a Andradas, desde luego. Le tenía simpatía y gratitud. Él era vicerrector cuando llegué a Madrid y facilitó mi incorporación. Si quedaba algo de vida en el Leviatán de la UCM, ya no se podía esperar más a reanimarlo. O ahora o nunca. Eso estaba en la mente de todos. Era nuestra última oportunidad. Así que esperamos con expectación que el equipo de Andradas pensara bien sus propuestas de reforma. Se lo exigíamos. La reserva y la discreción de todos estos meses era una buena señal.

Quiero que se me entienda bien. Yo tenía dudas de si la UCM era un cuerpo muerto o congelado. Pero quiero proclamar que, en régimen de simbiosis, como el musgo sobre la piedra, crecían por doquier pequeños organismos, grupos de investigación, profesores individuales, revistas, iniciativas culturales y científicas, plataformas de transferencias sociales de la ciencia, actividades todas ellas inspiradas en la responsabilidad, la vocación y el sentido profesional. Muchos de esos buenos profesionales, en conversaciones particulares, expresaban su sentimiento de desolación y abandono, su desamparo ante la multitud de actividades que tenían que realizar, su carencia de apoyo administrativo para desplegar proyectos de investigación nacionales y europeos, su sobrecarga de trabajo, su imposibilidad de aplicar normativas sobre reducción de créditos docentes. Todas las opiniones coincidían: los recursos disponibles eran muy escasos y su administración, sesgada y parcial, empeoraba las cosas. La mejor parte de la UCM esperaba que el nuevo Rectorado supiera discriminar. Y los tuviera en cuenta.

No ha sido así. El resultado de estos meses de trabajo, el llamado Plan de Reestructuración de Centros, es decepcionante desde el punto de vista universitario. El principio básico de este Plan es forjar centros más grandes para que sean más homogéneos entre sí. Su preocupación central es que las distancias entre el centro más grande y el más pequeño no sean tan amplias como ahora. Así que el principio del Plan es que el cuerpo de mamut de la UCM se divida en pequeños elefantes de la India. ¿Por qué se acoge este principio? Sencillamente porque las grandes facultades reciben pocos recursos en comparación con las pequeñas. Por ejemplo, Derecho tiene un presupuesto de un millón de euros. Filosofía, unos 300.000 euros. Sin embargo, Derecho tiene más del triple de profesorado que Filosofía y casi siete veces más alumnado. Lo mismo podríamos decir de Medicina, Económicas o Periodismo. Así que, es verdad, la situación es injusta para los grandes centros.

Sin embargo, el Plan del Rectorado, en lugar de proclamar que Derecho, Medicina o Periodismo están mal financiadas y de reclamar ante las autoridades de la Comunidad Autónoma que siete mil alumnos no pueden ser atendidos con apenas 120 euros por alumno y año, decide eliminar a los centros pequeños, porque no comparten el espíritu de gigantismo de la UCM. Pero el gigantismo en la Universidad es un problema, no una solución. La magnitud de ciertos centros es un obstáculo para la calidad de la docencia e investigación. Carece de sentido que, para mejorar algo su ratio de financiación y su personal de administración, se eliminen centros pequeños que son eficientes en el cumplimiento de sus tareas y sus funciones. Y ese es el problema de este Plan: no propone ningún criterio de eficiencia, de buena gestión de recursos, de evaluación de la tarea docente e investigadora, ni adelanta criterios de cómo todo eso podría mejorar, ni del seguimiento de la futura racionalización y su autocorrección. Así que puede destruir centros eficientes, sin aportar recursos suficientes para hacer eficientes a los grandes.

Un ejemplo: la Facultad de Filosofía ocupa el sexto lugar de toda la UCM por sexenios por profesor permanente, por delante de Medicina, Matemáticas, Derecho y Periodismo. Es lógico que sea así, porque su tamaño es muy eficiente. Otro criterio, que el informe del Rector esconde de forma poco ejemplar, es que Filosofía atiende 699 créditos docentes por cada profesor de jornada completa, muy por encima de las facultades de Química, Física, Biológicas, Veterinaria, Medicina, Matemáticas, Farmacia, Geológicas, e incluso Económicas. Así que, si medimos eficiencia conjunta en investigación y de docencia, una facultad pequeña como Filosofía quedaría en los primeros lugares de la UCM. De la misma manera, muchos de los centros que se quieren hacer desaparecer tienen una eficiencia docente muy por encima de otros que permanecen. Es el caso de Enfermería, Trabajo Social y Comercio y Turismo.

Sin embargo, el Plan no quiere saber nada de eficiencia, sino de tamaño. Y esto es muy decepcionante. Y para ello utiliza tres magnitudes y evita cuidadosamente los criterios de eficiencia en docencia e investigación. Esas tres magnitudes son: el número de créditos matriculados, el número de sexenios y el número de profesores permanentes. Y esto resulta falaz. Un buen plan de racionalización, como lo haría cualquier empresario responsable, podría decir: la medida ideal de créditos matriculados impartidos por profesor debería ser "X", y el número de sexenios ideal por profesor debería ser "Y". La financiación ideal por crédito impartido y por sexenio conquistado debería ser "W" o "Z". Esto propondría un criterio de justicia basado en la igualdad. Fuera el centro grande o pequeño estaría financiado de manera justa. Sobre esto se podría decidir que los centros no eficientes deberían mejorar, y si no lo hacen desaparecer. Esto nos ofrecería unas reglas de juego claras y sencillas. Pero en la realidad no se ha operado así.

Sin embargo, el Plan presentado abandona todo ideal. Se asume como bueno el intenso deterioro que la Universidad ha sufrido en la última década. En estos años se ha perdido alrededor del 20% de la plantilla. Sin embargo, centros como la Facultad de Filosofía ha aumentado ligeramente el número de alumnos. A pesar de eso, el Plan no menciona una palabra que sugiera que el Rectorado quiera recuperar lo perdido. Pero no solo eso. Aunque se reconoce que un centro como Filosofía tiene el equivalente de 71 profesores de tiempo completo, para definir el tamaño que deben tener los centros se cuenta solo los 50 profesores permanentes. Todo el mundo sabe que el Estado apenas ha permitido que un profesor sea permanente en los últimos 10 años. Esto es: los más de 20 profesores permanentes perdidos se han sustituido por Profesores Asociados a tiempo parcial, pero el Plan no los computa en absoluto. Como si no existieran. Contando así, la Facultad no cumple ese criterio: tiene más sexenios de los necesarios y los créditos de matrícula de alumnos. Por supuesto tampoco se cuentan los alumnos de Doctorado ni se computan las Tesis en créditos, lo que es una barbaridad. Pero al no cumplir un criterio de magnitud, debe desaparecer. Es evidente que Filosofía no es la única que padece este agravio. La injusticia de no sacar plazas permanentes desde hace una década y de reemplazar esas plazas con Asociados a tiempo parcial precarios, se eterniza ahora en tanto que no se les computa para nada para definir el tamaño de la Facultad. Ahora esta se hace desaparecer como el último acto de una continua, paulatina e insidiosa destrucción.

A estas alturas de la argumentación la cuestión no es preguntarse por qué esos números y esa forma de contar (pues resulta evidente que se ha usado como línea roja los números que cumple la Facultad de Matemáticas –la del Rector y del Vicerrector- como criterio de salvación y de condenación). La cuestión es por qué se proponen unos criterios numéricos que no hacen referencia a la eficiencia en docencia e investigación, sino al puro tamaño. Eso es afincar en un espíritu formalista, mecanicista, externo, que no puede inspirar un auténtico espíritu universitario. Y eso, que los centros sean homogéneos en tamaño, es tener una idea de Universidad más bien propia de arquitectos o de proyectistas platónicos, pero no estar interesado por las funciones básicas de la vida universitaria. Pues las ventajas presupuestarias que tendrán los centros grandes con ese Plan (las migajas que recibirán por ello) no están en absoluto claro que sean superiores a los costes que implicará la supresión de centros que son eficientes desde un punto de vista docente e investigador.

Concluyo. El Plan se pretende justificar porque se conseguirá mejoras en la administración y en la gestión, en la docencia y la investigación. Pero en realidad no da criterios de lo que esto implica, ni ofrece evidencias de quién los cumple o no, ni refleja una idea de una Universidad mejor, ni nos da ánimos a los que venimos manteniendo esa Universidad con voluntarismo y esfuerzo. En realidad, no nos propone el Plan de la Complutense ideal, sino que meramente propone una intervención de albañilería sobre la Universidad herida que nos ha dejado una administración hostil. Lo más triste que se me ocurre decir es que, suponiendo que este plan se llevase a cabo, a pesar de no haber captado la voluntad de los profesionales y de los alumnos, nada habría cambiado verdaderamente para bien en la Complutense. Un mamut habría parido unos cuantos elefantes pequeños, y las pocas formas de vida ligera, versátil, flexible, eficiente y aventurera que crecían en su seno, casi como guerrilleras, serán arrancadas de una forma externa y sin criterio, destruyendo buena parte de su esforzado trabajo pegado al terreno, para ser engullidas como migajas por un monstruo que pronto volverá a su hibernación. En lugar de canalizar y aumentar el entusiasmo que haya en la Complutense, y de ofrecerle soluciones flexibles e innovadoras según sus proyectos, y en lugar de luchar con coraje para aumentar recursos y administrarlos mejor, el Rectorado lanza sobre nosotros una estructura de hormigón, quizá válida para sostener un cuerpo gigantesco, pero sin dotarlo de la menor sabiduría política y de espíritu universitario. Y esto es decepcionante.

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