Dominio público

El ‘postmachismo’ se revuelve

Domnio Público 04/01/2010PILAR LÓPEZ DÍEZ

Ha llegado a la calle el eco del debate político y mediático sobre si se está yendo demasiado lejos en la lucha por la igualdad en nuestro país. Las mujeres van avanzando poco a poco en el logro de sus derechos; ellos, algunos, se sienten intimidados, en ciertos casos incluso amenazados. De cualquier forma, hay que mirar con optimismo y perspectiva el futuro, el logro de la igualdad, del mismo modo que cualquier otra lucha liberadora –por los derechos laborales, contra la segregación racial, contra el colonialismo y la arbitrariedad– conlleva dolor y sufrimiento. Es el precio que hay y que habrá que pagar; no hay que olvidar que el de las mujeres es el más sangriento.

Antes de finalizar el siglo XX sólo se conocían dos posiciones respecto a la violencia de género. Una era la de quienes la habían definido y conceptualizado, como Kate Millett, sin cuya tesis doctoral, escrita en 1963 y que recogía la frase "lo personal es político", muy probablemente hoy, en nuestro país, no nos encontraríamos a la vanguardia en la lucha por la igualdad con leyes que son referencia en más de 52 países. Antes de 1997, sólo las organizaciones feministas y de mujeres enfocaron el problema y empezaron a darle solución. Seguían la estela de las radicales de Boston, que abrieron la primera casa de acogida hace 37 años: hoy nadie se sorprende cuando ve que son las instituciones, sin distinción de partidos, las que subvencionan los cientos de casas de acogida para mujeres maltratadas que hay en España. La segunda posición frente a la violencia de género era la del resto de la sociedad, incluidas las propias mujeres maltratadas, que no sabía del fenómeno porque aún no se había nombrado públicamente; por eso, incluso durante los primeros 20 años de democracia, los poderes públicos se desentendieron de todas las mujeres que sufrían violencia por parte de hombres protegidos por las leyes existentes, diseñadas con arreglo a las ideas, intereses y necesidades masculinas.

Pero el mito cayó y debemos felicitarnos porque se esté visibilizando la desigualdad, la discriminación y las relaciones de poder que ejercen muchos hombres contra sus compañeras. Ante esta realidad, la sociedad tiene que tomar posición respecto a este problema. Por una parte, sigue vigente el estado de alerta de las asociaciones de mujeres, a quienes acompañan las instituciones, conscientes de la gravedad del problema y de la necesidad de intervenir para paliar los efectos de la violencia masculina y prevenirla (en este sentido, la educación y los medios de comunicación son fundamentales) con el objetivo de desactivarla en el menor plazo posible, que muy probablemente será, por su carácter estructural, más a largo que a corto plazo.

El resto de la sociedad, incluso sectores preparados e informados, ha sufrido una gran convulsión al detectar que algo que afecta a las mujeres pueda concitar tanto interés en las agendas mediática y política, siendo, además, ese algo un asunto en el que está comprometido el buen nombre de tantos hombres que hasta ahora eran considerados buenos por el solo hecho de ser hombres.

La visibilización del maltrato masculino ha caído sobre la mayoría de las mujeres que se acercan al problema como una realidad incuestionable. La gran mayoría, muchas veces conocedora de relatos hasta entonces inconfesables, se sitúa al lado de las mujeres y manifiesta el desprecio por los delincuentes. No se puede negar que el rechazo a este delito ha trascendido, entre muchas mujeres, las diferencias de partido. También en este grupo se encuentran muchos profesionales que, de una u otra forma, se han interesado o involucrado en la resolución de este problema y empiezan a ser conscientes de los efectos perversos del control y dominio masculinos.

Pero hay una parte no desdeñable de hombres, significativa porque se hacen oír a golpe de artículos y piezas en los medios y a través de comentarios virtuales, hostiles e insultantes contra las mujeres, que se están moviendo para entorpecer el proceso. Entre ellos se encuentran maltratadores todavía no descubiertos (recordemos los dos millones aún no denunciados); personajes que después de un primer momento de estupor, cuando no daban crédito a lo que veían y oían (se empezó a hablar de mujeres maltratadas cuando muchos de ellos las venían sometiendo con total impunidad y naturalidad desde hacía décadas) se han visto obligados a diseñar otro tipo de estrategia más eficaz que la burda negación del problema. Son quienes han diseñado la ofensiva del "sí, pero no". Admiten que hay bárbaros machistas, abusadores viles, que merecen un castigo (ya no es posible, al menos en España, negar los daños más cruentos), pero reducen tanto las cifras, que se trataría, según ellos, de un problema menor, "de una violencia más, como otras muchas; ni más ni menos". Dicen defender a esas "pocas" mujeres que, por culpa de las medidas actuales, no pueden ser protegidas por la cantidad de recursos distraídos hacia las que, dicen ellos, fingiendo y poniendo denuncias falsas, acaparan los medios disponibles. Es un sector minoritario pero cada vez más presente, cuyo objetivo consiste en desactivar y entorpecer el camino de la igualdad en el que muchas mujeres y cada vez más hombres, se están involucrado.

No estamos yendo demasiado lejos; sólo los delincuentes que utilizan la violencia van demasiado lejos. Hay hombres que entienden y defienden la lucha de las mujeres. Ojalá sigan confiando en la justicia de sus reivindicaciones. Y que las manifestaciones que empiezan a verse de postmachismo no pasen de ser una excepción.

Pilar López Díez es Doctora en Ciencias de la Información. Especialista en Comunicación y Género

Ilustración Mandrake

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