Dominio público

La libertad y el Once de Septiembre

Jaume Asens

Teniente de alcalde de Derechos de la Ciudadanía, Transparencia y Participación de Barcelona

Jaume Asens
Teniente de alcalde de Derechos de la Ciudadanía, Transparencia y Participación de Barcelona

"Catalunya y la libertad son una misma cosa; donde vive la libertad, allí es mi patria". Con estas palabras el presidente Companys consideraba en 1938 ese ideal como un principio elemental definidor de la catalanidad. Más de dos siglos antes, el diputado Manuel Ferrer escribía sobre ello en un tono dramático en vísperas de la derrota de 1714. "¿Qué importancia tiene la vida cuando no hay libertad? ¡O muerte o libertad! Ésta es la elección". Un alto funcionario borbónico, José Patiño, lo constataba también en un famoso informe militar un año después. En él definía con desprecio y preocupación a los catalanes como "amantes de la libertad". Uno de los hispanistas más reconocidos internacionalmente, J. H. Elliott reconocía que la estructura constitucional catalana se diferenciaba como nación de todas las otras de su entorno. Y añadía que "Catalunya es un país libre, la libertad del cual estaba subrayada por la elección voluntaria de su príncipe". También el catedrático madrileño Elías de Tejada señalaba que Catalunya –"una de las naciones más antiguas de Occidente"– es "la cuna de las libertades burguesas de nuestro tiempo".

El Once de Septiembre es una fecha en la que se conmemora esa persistencia, manifestada a lo largo de los siglos, por ser y recuperar la libertad de quienes viven en Catalunya. Se evoca, precisamente, el coraje de una población que resistió casi dos años el asedio feroz de las tropas castellano-francesas. Una vez abandonada por las potencias europeas, su espíritu de sacrificio fue admirado por muchos europeos. Incluso Voltaire mostró respeto "a su amor extremo por la libertad" y proclamó que "Catalunya podía prescindir del universo entero, pero sus vecinos no podían prescindir de ella". La derrota de 1714 comportó la imposición del absolutismo y el fin de un Estado que era miembro de la comunidad internacional. Fueron abolidas la Generalitat, las Cortes Catalanas, el Consell de Cent barcelonés y los regímenes municipales del resto de ciudades. Las entidades históricas de la Corona catalano-aragonesa quedaban anexionadas a la de Castilla, la única de todas las entidades de la monarquía de los Austrias que conservará sus instituciones y soberanía. Los catalanes fueron víctima, entonces, de todo tipo de injusticias. Entre otras, las derivadas de un siglo de ocupación militar, la sobrecarga fiscal, la imposición del castellano como única lengua oficial y la supresión de la Universidad de Barcelona.

El temor a su carácter indomable es el que hay detrás de prohibiciones como las de poseer cualquier arma –incluso los cuchillos de cocina– a partir de esa derrota. Quevedo alertaba, de hecho, de que "en tanto en Cataluña quedase algún solo catalán, y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigo y guerra". Tras el 1714, no obstante, fueron muchas las revueltas catalanas. En el 1841, por ejemplo, los milicianos barceloneses derrocaron la muralla de la Ciutadella al grito de "Libertad y Catalunya". "Lo hemos hecho porque somos libres, porque somos catalanes", decían a modo de explicación. Como represalia, el general Espartero reaccionó con un cruel bombardeo. Y un nuevo levantamiento el año siguiente provocó otro lanzamiento de bombas. La odiada Ciutadella encarnaba para los catalanes algo parecido a lo que representaba la Bastilla para los parisienses del 1789. La había construido Felipe V tras la derrota del 11-S del 1714 con el propósito de dominar a una población considerada potencialmente peligrosa. Se erigió tras destruir la ciudad, con la mitad de los sobrevivientes sin casa, en una zona donde ahora se ubica el espacio memorial del Born. Ese tipo de episodios ha quedado, sin duda, grabado en el inconsciente colectivo catalán pero también de una parte de la sociedad española. Buen ejemplo de ello son las declaraciones de uno de los padres de la Constitución, Gregorio Peces Barba, cuando en una charla con abogados hace cinco años afirmaba, entre aplausos y risas de los asistentes, que "quizá nos hubiera ido mejor con los portugueses y sin los catalanes" o "no sé cuántas veces hubo que bombardear Barcelona, creo que esta vez se resolverá sin hacerlo".

Uno de los primeros teóricos del catalanismo republicano de izquierdas, Roca i Farreras, vivió el episodio del 1841 en primera persona. Aquella reacción contra la muralla era –para él– una prueba más del "amor a la libertad" del pueblo catalán. Y de que la lucha nacional venía de abajo. Las clases populares, y no las acomodadas, eran las que durante aquellos años y los posteriores levantaban barricadas y arriesgaban su vida. También las que hacían de la lucha social y nacional una misma lucha, en aquello que Roca i Farreras denominó "patriotismo popular defensivo".

Ni en 1841 ni después se borrará nunca el recuerdo del 1714. Durante la guerra civil, por ejemplo, fue una afirmación más del frente antifascista. Y, en particular, de las fuerzas republicanas de izquierdas. Incluso la CNT-FAI vinculaba la resistencia antifascista a la del 1714. O el propio presidente de la República, Juan Negrín, participó en su conmemoración. El que fue presidente del Parlament en el exilio, Rovira i Virgili, sostenía que "en cada siglo, en cada época, Cataluña se ha alzado contra los poderes absolutos, opresores, reaccionarios o totalitarios. Ha rechazado siempre el fascismo bajo las formas que este ha revestido históricamente. Joan II, Felip VI, Felip V representan en el fondo el mismo que hoy representa Franco". No es ninguna casualidad, por eso, que el franquismo en Catalunya escribiera uno de sus principales epitafios después de una soleada Diada del 1977. Más de un millón de personas salieron a la calle bajo el lema de "Libertad, amnistía y estatuto de autonomía". Poco después se restableció la Generalitat y se aprobó la ley de amnistía.

Visto desde esta perspectiva, no resultan muy acertadas las tesis de quienes -tanto desde la izquierda como la derecha- han pretendido desvincular la lucha antifascista del 1714 a raíz de la polémica veraniega sobre el Born. Buen ejemplo del primer caso son las declaraciones de un exdirigente de ICV, Jordi Guillot, en las que sostenía que el 1714 no formaba parte de su memoria histórica. Una posición que, en el fondo, parece partir de la creencia de que su significación es conservadora. Nada más lejos de la realidad. Históricamente, de hecho, el republicanismo no ha dudado nunca al hacerlo suyo mientras la derecha lo vivía con recelo. El propio Roca i Farreras lo consideró el "dos de mayo catalán". En las primeras reivindicaciones, en cambio, la Lliga Regionalista se mantuvo al margen. En posterioridad, es cierto, el nacionalismo de derechas también lo ha acabado reivindicando. Eso sí, desde la institución, casi nunca desde la calle. Por el contrario, ciertos sectores de este espacio ideológico viven con incomodidad la asociación del 1714 a la lucha antifranquista. O que el Born pueda ser un hilo rojo conductor de las dos memorias, y no un simple "lugar de veneración nacional". La memoria antifascista, de hecho, no ha formado nunca parte de su "santoral" político. Entre otros motivos, por su ausencia mayoritaria en la lucha contra el franquismo. O, incluso, su colaboración activa. El mismo Cambó que decía "Monarquía? República? Cataluña¡" se abrazaba después sin rubor a las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco. A pesar de reconocer -en su dietario- que el 1939 podía ser "un nuevo 1714", para él era un mal menor a la hora de salvar su mundo del "peligro rojo".

Lo que, en verdad, estaba en juego en el 1714 era el orden constitucional. En su dimensión española, esa guerra lo fue entre dos concepciones antagónicas del poder político. Una pretendía imponer un modelo de Estado, su soberanía más allá de la su jurisdicción territorial y, con ello, su propia identidad. La otra, en cambio, defendía una concepción confederal y una soberanía compartida entre el monarca y el poder civil. La supresión de ese alternativa eliminó cualquier posibilidad de entendimiento, pactismo o federalismo. De allí vienen las palabras de Azaña en el 1932 –citadas por Xavi Domènech en el Congreso– cuando recordaba que "Catalunya fue el último Estado peninsular que sucumbió al peso de la corona despótica y absolutista y el defensor de las libertades catalanas pudo decir, con razón, que él era el último defensor de las libertades españolas". O las famosas palabras de otro presidente republicano, Francesc Pi i Margall, cuando escribió que "en el fuego de 1714 ardieron no sólo las instituciones de Catalunya, sino también la libertad de España". Con ello, se significa que el 1714 marca el nacimiento del Estado unitario y la derrota de quienes lucharon por las libertades. En Catalunya, pero también en el resto del Estado.

Sea como fuere, el Once de Septiembre es desde hace tiempo un momento reivindicativo para hacer balance del presente. En esta ocasión, sin duda, lo ha vuelto a ser. El Gobierno del PP, en efecto, hace años que impulsa un proceso de recortes y recentralización que ha limado el autogobierno de Catalunya y sus municipios. Lo ha hecho en ámbitos como el económico y político pero también en el lingüístico. El pacto PP-C's por la investidura fallida de Rajoy ha sido, de hecho, una ofensiva en toda regla contra el modelo de escuela catalana. Muchas de las expresiones de rechazo a esta situación, por otro lado, han sido criminalizadas. En primer lugar, a raíz de la consulta del 9-N. Y recientemente con la intención de sentar en el banquillo a la presidenta del Parlament y al resto de miembros de Mesa, por no impedir un debate soberanista en la Cámara. El mismo discurso de Rajoy en la sesión de investidura confirma los instintos centralistas y antisociales de la derecha española. Este bloqueo regresivo es el que hace que desde el 2011 se produzcan las movilizaciones de masas seguramente más grandes vistas nunca en el continente europeo. Desde entonces, han pasado muchas cosas pero la situación continúa enrocada.

Es en este contexto que resulta indispensable acumular musculatura pero también plantar cara y hacer actos de fuerza. Y hacerlo buscando aquello que nos une, más que lo que nos separa, a quienes reivindicamos el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los del Estado y del resto del mundo. El 11-S debería ser no sólo la fiesta nacional catalana. También la de todos aquellos que defienden una alternativa anticentralista al régimen del 78 surgido tras el franquismo. Un símbolo de fraternidad para conquistar la propia libertad y la de los otros que tampoco la tienen. Vivimos momentos excepcionales. Nos tenemos que hacer dignos de la responsabilidad histórica que nos ha tocado vivir. Son momentos de salir a la calle. En Catalunya lo haremos hoy, un año más, para recordar que las libertades no se regalan. Se conquistan con esfuerzo y sin pedir permiso a nadie. Para recordar que, como decía el viejo dirigente del PSC de los años 7O Josep Pallach, "ningún ciudadano es libre si su pueblo no es libre". O mejor, que ¡ningún pueblo es libre si los otros no son libres!

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