Dominio público

El PSOE y el gobierno alternativo

José Andrés Torres Mora

Diputado del PSOE

José Andrés Torres Mora
Diputado del PSOE

En varias ocasiones, durante los últimos meses, me han preguntado por qué el PSOE no ha querido formar y liderar un gobierno de izquierdas. Se trataba, generalmente, de una pregunta retórica. Quienes me la hacían tenían ya sus propias respuestas. De modo que les respondía con otra pregunta: ¿cuántos escaños suma la izquierda en el Congreso? En todos los casos me he encontrado con que mis interlocutores desconocían el dato. Haga la prueba el amable lector, o lectora, con la primera víctima que tenga a mano y podrá comprobarlo personalmente. Lo cierto es que, cuando se hace la suma de todas las fuerzas de izquierdas en el Congreso, incluidas las independentistas, se descubre que tienen menos escaños que las fuerzas de derechas. No se me ocurre una explicación más limpia y sencilla de por qué el PSOE no ha formado un gobierno de izquierdas.

¿Por qué tantas personas dan por supuesto que la izquierda tiene mayoría? Sencillamente porque es lo lógico, o mejor dicho, lo ideológico. Uso aquí ideología, no como conjunto de principios y valores, sino en el sentido marxista de falsa conciencia. Dice Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo que: "Una ideología es muy literalmente lo que su nombre indica: la lógica de una idea". La ideología nos ahorra tener que mirar el mundo, porque nos permite, sencillamente, deducirlo lógicamente a partir de nuestras premisas ideológicas. Por eso, como dice Arendt  muy bellamente: "Las ideologías nunca se hallan interesadas en el milagro de la existencia". Las ideologías llevan muy mal la aparición de nuevas ideas o nuevos acontecimientos en el mundo real que interrumpan su proceso argumentativo.

Hay una incierta izquierda que está convencida de que allí donde crece la humillación brota la dignidad, de que cuando se intensifica la explotación surge la fuerza, de que cuando aumenta la alienación nace la consciencia, de que allí donde se expande la dominación emerge la libertad. Hay una incierta izquierda que en cada crisis de capitalismo, con cada empresa arruinada, cada nuevo parado, en cada expectativa de una vida digna frustrada, ve la oportunidad de un amanecer revolucionario. Esa es su ideología, una ideología más resistente que cualquier realidad que se le oponga.

En mayo de 2010 el gobierno socialista recortó cinco mil millones de euros y en 2011 diez mil millones de euros adicionales. Mucha gente salió a la calle, y ocupó las plazas, para protestar contra los recortes de derechos y prestaciones sociales, mucha gente gritó a las puertas del Congreso "no nos representan", pero mucha más gente en esa misma semana  de la primavera de 2011 le dio la mayoría absoluta en ayuntamientos y autonomías al PP, y seis meses más tarde le dio el Gobierno de España.

Cuando se diseña un modelo estadístico para explicar un fenómeno social, se distingue entre los datos esperados que predice el modelo, y los datos observados en la realidad. Si los datos esperados no coinciden con los observados, se tira el modelo a la papelera. Cuando, en lugar de ciencia, se hace ideología, si la realidad observada no coincide con la esperada, se tira la realidad a la papelera y se conserva la ideología, como falsa conciencia del mundo.

Del mismo modo que los 186 escaños que logró el PP en 2011, diez por encima de la mayoría absoluta, fueron una victoria de la derecha, los 161 que alcanzaron el PSOE, Podemos, e Izquierda Unida, en 2015, fueron una derrota de la izquierda. Una derrota política y una derrota ideológica, o como se la quiera llamar. No era eso lo que esperaba una incierta izquierda que había puesto, paradójicamente, su esperanza de victoria en las políticas injustas y erróneas de la derecha.  Medio año y unas nuevas elecciones generales después, las izquierdas sumaron 156 escaños, cinco menos que en diciembre de 2015, y las derechas, PP y Cs, sumaron 169, seis más que en diciembre. Lo del PP en 2011 fue una victoria. Lo de la izquierda en 2015 y 2016 ha sido una derrota. Y sumar los resultados de las fuerzas nacionalistas de izquierdas y derechas no cambia esa realidad. Esas derrotas, además, como la victoria del PP en 2011, se han producido contra el pronóstico de una ideología que predecía que todo el dolor social producido por la crisis y los recortes de la derecha debería dar lugar a algo similar a un proceso revolucionario.

La crisis ha radicalizado a la izquierda, pero no la ha hecho más fuerte. La crisis ha dividido a la izquierda, pero no la ha hecho más numerosa. ¿Qué ocurre cuando la realidad no coincide con lo que predice la ideología? Estoy seguro de que el inteligente lector o lectora de estas líneas lo sabe perfectamente: peor para la realidad. Para muchas personas resulta más fácil aceptar una mentira que hacer una suma, pero cualquier debate sobre la posibilidad de un gobierno de izquierdas choca contra la aritmética, no es la voluntad política, son las matemáticas, ¿pero cómo vamos a oponer las matemáticas a los sueños? Los dirigentes y simpatizantes de Unidos Podemos están demasiado felices por su repentino éxito, demasiado obnubilados con el sorpasso al PSOE, como para pensar en el sorpasso que nos está dando la derecha a todos. Los socialistas llevamos demasiado tiempo disculpándonos por hacer lo que debemos y lo que podemos, y hemos olvidado cómo explicarnos y defendernos. Nadie, o muy pocos, parecen haberse parado a reflexionar por qué la realidad defrauda las expectativas de la izquierda.

Hay personas que, en lugar de reconocer esa realidad y reflexionar sobre ella, prefieren creer que el partido de Pujol y de Mas, el partido que aprobó la reforma laboral con el PP, es un partido de izquierdas y sin mácula de corrupción. Piensan que es el aliado perfecto de la izquierda. Están en su derecho, pero ese no es el derecho de un responsable político socialista. Los socialistas tampoco podemos permitirnos creer que, en el último minuto, Convergencia iba a estar dispuesta a apoyar políticas de izquierdas y que ERC iba a cambiar la independencia de Cataluña por una comisión de estudio de la cuestión territorial. Ni tenemos derecho a sostener el gobierno de España sobre la expectativa de que la aversión de los independentistas al PP es tan grande que van a sacrificar su ideal de una Cataluña independiente para que haya una España de izquierdas. Si en lo que consideran su patria, si en Cataluña, ERC ha sacrificado sus valores de izquierda a la construcción nacional, por qué deberíamos esperar que los diputados de ERC hicieran lo contrario por una patria que consideran ajena, y se olvidaran de la independencia de Cataluña para sostener un gobierno de izquierdas en España.

Había un gobierno alternativo aritmética y políticamente posible, que es el que intentamos en marzo. Ese gobierno posible no era de izquierdas, sino de progreso, porque mejorar las instituciones democráticas es progreso. En ese empeño podíamos coincidir Ciudadanos, Podemos y PSOE. Los socialistas lo intentamos, pero los líderes de Podemos, después de fracasar electoralmente en su promesa de asaltar los cielos para las masas desfavorecidas, vieron en el sorpasso su premio de consolación y de supervivencia política, y empujaron a favor de unas segundas elecciones. Ahora los problemas internos de los socialistas han vuelto a despertar en ellos el deseo de sustituir al PSOE en la izquierda española, y para conseguirlo empujan a favor de una terceras elecciones. Los dirigentes de Podemos no quieren hacerse cargo de ningún problema, pero están dispuestos a liderar todas las protestas. Es por esa, entre otras razones, por la que desde diciembre no hay un gobierno alternativo al PP.

Las crisis no hacen más fuertes a sus víctimas, sólo los pijos bienintencionados creen en esas cosas, sólo ellos sueñan con grandes mítines en los que las masas enfervorecidas y agradecidas los aclaman con cánticos y banderas. La izquierda a la que pertenezco sueña con poder poner delante de unos padres un impreso para una beca para su hijo, o la solicitud para una plaza en un centro de día para la abuela, o con un empleo digno y con derechos para un parado de larga duración. Sueños que muchas veces alcanzamos y mantenemos incluso cuando perdemos el gobierno. Conquistas que son, para quienes no las tienen, lo más cercano al Paraíso. La tradición de la izquierda a la que pertenecemos los socialistas, consiste en desvelarse pensando de dónde sacar el presupuesto para sostener esos servicios, y negociar con nuestros adversarios más enconados en Parlamentos en los que casi nunca tenemos mayorías cómodas, y en soportar los desprecios y la soberbia de unos y de otros para conseguir los votos que nos faltan. Llevamos con paciencia y humor las críticas de quienes nos acusan de no haber hecho nada, por no haberlo hecho todo. La izquierda a la que pertenezco es la que mejorando la vida cotidiana de la gente ha cambiado la historia de los pueblos. Cuando todos los demás se hayan cansado, los socialistas seguiremos aquí.

 

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