Dominio público

Puñetazos sobre la mesa

Elena Valenciano

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Como en la vida misma, en las relaciones internacionales tiene mucho que ver el lugar que creemos ocupar en el mundo. Esto explica la diferente visión que el PSOE y el PP tenemos sobre la política exterior española. Antes de que Zapatero llegara al Gobierno, las relaciones con gran parte de nuestros vecinos se habían visto enturbiadas por la concepción autoritaria y muy "alineada" de la política internacional de la última legislatura de Aznar. Las cosas no habían ido nada bien con Marruecos, ni con gran parte de Latinoamérica. La actitud de Aznar con respecto a Irak no fue comprendida en el seno de la UE, particularmente por nuestros amigos tradicionales, Francia y Alemania, ni tampoco por el mundo árabe-musulmán, que siempre tuvo en España un referente querido. La estrategia de búsqueda de una relación privilegiada y exclusiva con los EEUU de Bush convirtió al Gobierno de Aznar en antipático a los ojos de gran parte de nuestros socios, amigos y aliados. Aznar quiso ser "uno de los [más] grandes", pasando por encima de la tradicional política exterior de España que había formado parte de un consenso mayoritario desde la Transición.

Seis años después, el PP continúa anclado en ese lugar anhelado e imposible. Ante cualquier problema político o conflicto diplomático, su impulso inmediato es dar un golpe sobre la mesa, exigir la llamada a consultas de los embajadores y apuntarse a una escalada de declaraciones altisonantes, perfectamente inútil, contra todos los que no responden con obediencia a nuestras demandas. Los dirigentes del PP parecen ignorar que los cambios políticos ya no se dictan desde los despachos de Washington, Bruselas o Moscú. El mundo ha cambiado mucho, afortunadamente, y las relaciones internacionales y los equilibrios de poder son mucho más complejos, existen múltiples polos de influencia y España –incluso Europa– sólo es un actor más.

Es bastante sencillo distinguir los tres elementos fundamentales –y en absoluto contradictorios– en los que basamos nuestra acción exterior. El primero –y, por cierto, obligado– es la defensa de los intereses de España, de su ciudadanía y de sus empresas, de su imagen y de su futuro; el segundo es el mantenimiento del valor de la democracia, de la justicia, de la paz, de la solidaridad y de los derechos humanos; y, por último, la apuesta por una política exterior útil que produzca avances tangibles.

Cuba y Venezuela, muy presentes en los medios de comunicación durante las últimas semanas, son ejemplos paradigmáticos del desatino del PP y de nuestro diferente concepto de la responsabilidad política. Los socialistas creemos que es imprescindible que Cuba aborde, cuanto antes, un camino de reformas que lleve a los cubanos a la libertad y a la democracia. Somos exigentes en la defensa de los derechos humanos y lo mantenemos ante los responsables políticos del Gobierno y del Partido Comunista de Cuba. Abogamos por la puesta en libertad de los presos de conciencia y trabajamos para ello. Pero también sabemos que el cambio en la isla depende de la sociedad –plural– cubana y que ninguna imposición externa ayudará en ese camino. La UE mantiene con Cuba una posición unilateral que no ha dado ningún fruto desde el 1996. La búsqueda de un instrumento de relación bilateral que obligue a una relación más estrecha, directa y comprometida es, desde nuestro punto de vista, una apuesta más realista y más eficaz. Se puede discrepar de esta idea, por supuesto, pero ello no significa que se defiendan, por ello, mejor los intereses ni de España ni de Cuba. En todo caso, hacer de la relación con La Habana un elemento de constante crítica interna en España no es ni útil ni constructivo para los ciudadanos de la isla.

Venezuela, por su parte, es un país de una enorme importancia para los intereses de España. Nuestra inversión acumulada en los últimos 15 años asciende a 3.500 millones de euros. Las empresas españolas –Repsol-Ypf, Dragados, Iberdrola, Telefónica, Banco Santander...– tienen en Venezuela un importante volumen de negocio y, allí, viven 150.000 compatriotas. El Gobierno español mantiene una relación bilateral respetuosa y razonable con el Gobierno de Venezuela, que, por cierto, ha sido votado por los ciudadanos de ese país. El último ejemplo de la irresponsabilidad del PP ha sido la utilización, en su política de hostigamiento contra Zapatero, del auto del juez Velasco que investiga las posibles relaciones entre ETA y las FARC.

Todavía estamos esperando escuchar una idea de la política exterior que desarrollaría el PP en este siglo XXI. Las del siglo pasado y anteriores no nos sirven. Los puñetazos sobre la mesa (o las botas en el rancho) han dejado de ser instrumentos útiles para el nuevo orden mundial que se abre paso y en el que España puede jugar un papel importante. Como país interlocutor que no genera hostilidad en ninguna región del mundo, respetado por los grandes y querido por los pequeños, reconocido por su compromiso con el desarrollo y con los derechos civiles, admirado por la fortaleza de su sociedad en su tránsito democrático y modernizador, España no necesita parecerse a nadie para seguir contando en los espacios de diálogo y de decisión compartida que habrán de consolidarse en los próximos años en el tablero mundial.

Elena Valenciano es portavoz de la comisión de Asuntos Exteriores en el Congreso de los Diputados y secretaria de Política Internacional y Cooperación en el PSOE.Ilustración de Mikel Casal

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