Dominio público

Europa: lo importante no es la caída sino el aterrizaje

Jorge Moruno

Jorge Moruno

Cuando en las elecciones griegas de 2012 Syriza se quedó a las puertas de salir elegido, el diario ABC y el diario El País coincidieron en titular sus portadas con la misma frase, "Grecia da un respiro a Europa". Años más tarde y a modo de escarmiento contra el pueblo griego por haber elegido a Syriza, las instituciones europeas decidieron (con el apoyo entusiasta del gobierno español) asfixiar (más) su economía cortándole el grifo de la liquidez e imponiendo medidas cuya finalidad era el castigo y el aplastamiento de la osadía griega por exigir más democracia. Pegar a Grecia para educar al resto de países, no se les vaya a ocurrir poner en duda el pacto de austeridad de la Troika que tantos beneficios le ha reportado a las élites de aquí y allá.

Desde entonces, visto que la UE trata a sus miembros como Hobbes lo hace con los "rebeldes", es decir, como a enemigos, se hace palpable y se acelera la descomposición política de una UE sostenida sobre automatismos financieros y la disciplina presupuestaria. Primero se estrangula a Grecia, luego se cede al chantaje de la City de Londres como intento fallido de evitar el Brexit, después se externalizan personas a Turquía mostrando una vez más como ya se vio con Ucrania, que no existe una política exterior europea coordinada, ni una apuesta compartida de proyecto político. Europa se ha construido como un cascarón jurídico vacío que no se molesta mucho en incumplir sus propios objetivos (Europa2020) cuando se trata de reducir la desigualdad. Lejos quedan las intenciones federalistas del Manifiesto Ventotene de Spinelli, por una Europa capaz de construir democracia más allá del marco del Estado-nación.

Hoy, en 2017, nos encontramos en otra situación, una en la que la amenaza viene dada por fuerzas reaccionarias de extrema derecha, que lejos de ofrecer más democracia a la falta de democracia, propugnan reducirla replegándose a modo de defensa. En este tránsito que va desde Grecia a Francia, pasando por Holanda, pareciera que se han amnistiado por el camino a las fuerzas políticas y a las políticas económicas que han generado la situación de debilidad en la que se encuentra Europa. Tal y como reafirmaron los mandatarios reunidos en el 60º aniversario del Tratado de Roma, había que defender a Europa de la amenaza populista, pero en ningún caso corregir las razones que provocan dicha amenaza.

De este modo, se plantean las opciones de manera dicotómica, pero no ya entre austeridad y democracia, sino entre lentejas o extrema derecha. Este retroceso tiene como principal culpable la dejación y la afasia intelectual de todo el campo que se reivindica socialdemócrata, que en ausencia de un horizonte, se ha plegado a las tesis de una Europa que sigue apostando por ampliar el desgarro social en su interior. Ahogados en su contradicción, tratan de resolverla buscando culpables en ese totum revolutum llamado "populismo." Con el populismo sucede algo parecido que con el tiempo para San Agustín, que "si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé." Así, los problemas nunca son las causas sino solo los efectos.

En las recientes elecciones holandesas donde el candidato de extrema derecha Wilders no consigue alcanzar el gobierno, la socialdemocracia, persiste en seguir mostrando con claridad su subalternidad intelectual y política (Dijsselbloem destila ese espíritu). El titular de El País en marzo de 2017 es calcado al de 2012: "El voto holandés ofrece un respiro a la Unión Europea."Es propio de las mentes pequeñas buscar semejanzas entre un caso y otro, primero Grecia con "la extrema izquierda", luego Holanda con "la extrema derecha", aparentemente distintos pero con un mismo objetivo, dinamitar el proyecto europeo. De nuevo, este modo de encarar la realidad plegándose permanentemente al marco que establece el "establishment", no hace más que cavar su propia tumba: primero en Grecia, luego en Holanda, ahora en Francia. A los socialistas no les ha salido muy rentable la estrategia. ¿Se acuerdan cuando se decía, señores de Europa, señores socialdemócratas, no pierdan la oportunidad que representa Grecia para cambiar la UE, porque si no se hace por la vía democrática vendrá la extrema derecha? Ahora se rasgan las vestiduras y buscan, insistiendo de nuevo en su incapacidad, equiparar a Mélenchon o a Podemos con Le Pen, alimentando la tesis según la cual criticar a la Troika es apoyar a la extrema derecha.

Hamon ya podría haber pedido el voto para Mélenchon en su momento, así se hubiera ahorrado pedirlo para Macron. Por las razones que fueran, todos sabíamos que se iba a hundir igual. Bien, se consigue frenar el avance de la extrema derecha, podemos seguir aplicando las políticas que hunden a Europa unos años más. El problema es que ese «poder seguir» es lo que permite, si no se consigue construir una alternativa democrática, crecer a la extrema derecha. Porque se puede frenar a la ultraderecha y sin embargo no avanzar, se puede perder elecciones pero ganar en hegemonía y marcar los contornos; delimitar el campo de acción y el campo mental de los demás. Lo importante es el desplazamiento del centro de gravedad en la sociedad y del resto de actores políticos hacia posiciones más reaccionarias. Las fuerzas del cambio, primero deben impedir el mal del corto plazo y parar a Le Pen, pero es fundamental salir de esa camisa de fuerza y construir alternativas para que de nuevo se imponga el eje austeridad-democracia.

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