Dominio público

Quitarse el velo

Säid El Kadaoui Moussaoui

quitarse-el-velo2.jpgSAÏD EL KADAOUI

Me parece prudente poner sobre aviso al lector de que este no es un artículo para defender a unos y acusar a otros. Déjenme aclarar también que no represento a ninguna comunidad. No se dejen llevar por el engaño, mi nombre es el que es, a mi me gusta, pero mi identidad no se reduce a ser un marroquí, a un inmigrante o a un inmigrante de origen marroquí. Amo el país donde nací, y pocas cosas me gustan más que viajar y pasar allí unos días. Pero amo también este país donde ya llevo 28 años y donde, probablemente, pase el resto de mi vida. Y, finalmente, soy tan tediosamente racional –y no lo digo con orgullo, simplemente constato lo que soy– que la religión está en las antípodas de mis intereses. Eso sí, como trato de no ser tonto, constato que hay mucha más gente en el mundo que yo y mucha de ella considera que la religión debe de ocupar un lugar preeminente en sus vidas.

Ahora sí, ya podemos ir al tema.

Najwa Malha es una chica de 16 años. Es española y musulmana, y hace unos meses decidió cubrir su cabeza con el hiyab. El instituto donde cursa (cursaba ya) sus estudios, el Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón (Madrid), que en su reglamento interno prohíbe cubrirse la cabeza en el aula, se ha mostrado inflexible y Najwa, inamovible también en su determinación, tendrá que continuar sus estudios en otro instituto.

Antes, ya les he prevenido de mi racionalidad. Pues bien, ahora estoy en un auténtico aprieto. Veo argumentos perfectamente racionales para defender una y otra posición.

Veamos si la señora Rosa Díez, por no hablar siempre de los mismos, líder del partido Unión Progreso y Democracia, me ayuda. Su opinión es que se debería prohibir el uso del velo en todo el espacio público por dos razones: es una expresión religiosa y, además, discriminatoria.

¿Prohibimos entonces por ley todo aquello que sea expresión religiosa y discriminatorio en el espacio público? ¿Prohibimos todo aquello que sea una expresión religiosa? ¿Prohibimos todo aquello que sea discriminatorio?

¡Más jueces! ¡Más cárceles!

Este es uno de los grandes males de la política en España. Aquellos que deberían ser más prudentes, menos viscerales, más cercanos a la complejidad de las relaciones humanas, de las dinámicas de los grupos, en definitiva, más serios son precisamente los que se apuntan rápidamente a un bombardeo y van improvisando en función de los titulares de prensa más polémicos.

Mi humilde opinión es que, como sociedad, tenemos un reto acuciante que, a la vista está, no es fácil: vivir juntos.
Claude Lévi-Strauss decía que probablemente todos los grandes dramas contemporáneos tienen su origen directa o indirectamente en la dificultad creciente que tenemos los humanos de vivir juntos.

El caso de Najwa nos muestra de forma nítida una realidad que nos resistimos a ver. Hay musulmanes en nuestro país y, sorpresa, hay musulmanes españoles. El debate profundo yo creo que está allí. ¿Aceptamos la realidad de que España está habitada por españoles (españoles, no inmigrantes a los que, según algunos, se les puede echar, no empadronar, marginar, etc.) que son musulmanes?

Lejos de mi intención está defender el velo, el pañuelo o el hiyab. Lejos también el demonizarlo. Me guste o no, es una realidad con la que hay que convivir. Lo que trato de combatir, por peligroso, es la idealización del victimismo.
Me explico. El 16 de abril, estuvo en Barcelona el doctor Vanik Volkan, psiquiatra y psicoanalista, asesor, mediador en conflictos internacionales y tres veces candidato al Premio Nobel de la Paz. En su conferencia, decía que cuanto más amenazada está nuestra identidad colectiva, más nos enganchamos a ella. Y podemos llegar a hacer infinidad de cosas para protegerla. Incluso, decía, actos masoquistas (para los que crean que el velo discrimina a la mujer, valdría la pena reflexionar sobre esto último). También decía que hay una especie de amplificadores culturales que nos une a nuestro grupo de referencia.

Mi intención no es agotar el tema con una sola explicación pero ¿podríamos pensar en el pañuelo como en un amplificador cultural? ¿Podemos afirmar que los musulmanes tienen motivos para sentirse agraviados?

Por otra parte, ¿podemos afirmar que muchos europeos sienten que el islam amenaza su identidad? ¿Podemos afirmar que este hecho hace que mucha gente se enganche a una idea estática, rígida y excluyente de la identidad europea?

Vayamos ahora a mi otro país, Marruecos.

Leí en la revista Tel quel (número 417) y posteriormente en la prensa española y francesa que, el mismo día en que se celebraba en Granada la primera cumbre entre Marruecos y la Unión Europea, comenzó un goteo de expulsiones de cristianos del país, acusados de un delito de proselitismo, que aún no ha finalizado. Esta realidad esconde otra: la existencia de marroquíes cristianos.

Aicha Akala y Hassan Hamdani, los dos periodistas de Tel quel que firman la noticia, afirman que el problema es cultural, social e identitario, y se preguntan si tiene sentido, en un país que se pretende moderno, silenciar la realidad de miles de marroquíes.

Nuevamente, la cuestión identitaria en primer plano.

Acabo de leer un ensayo monumental, La idea de la justicia, de Amartya Sen, del que citaré un pequeño parágrafo: "La función de la democracia en la prevención de la violencia comunitaria depende de la habilidad de los procesos políticos incluyentes e interactivos para meter en cintura el fanatismo venenoso del pensamiento divisionista".

Este es el reto. Cojan el guante señores políticos y, si son ustedes viscerales, absténganse de presentarse a las elecciones.

Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor

Ilustración de Alberto Aragón

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