Dominio público

Memoria de un periodista

Lidia Falcón

LIDIA FALCÓNMemoria de un periodista

Cuando se cumplen cien años del nacimiento de Miguel Hernández recuerdo que en la Semana Santa de 1966 Eliseo Bayo y yo sacrificamos nuestros pocos días de asueto y nos fuimos a Orihuela, que no era nuestra patria pero sí la de Miguel Hernández, porque queríamos sacarle del olvido en que la dictadura y sus corifeos pseudointelectuales lo habían hundido. Una semana que nos conmovió a quienes nos sabíamos sus versos y su triste biografía de memoria.
El primer reportaje que sobre Miguel Hernández se publicó en España en aquellos peligrosos años lo escribimos nosotros y se publicó en la revista Destino de Barcelona, que entonces constituía un pequeño refugio de rojos. Visitamos la casa de sus padres, nos entrevistamos con sus hermanos y cuñadas, conversamos con los amigos que lo ayudaron y con los próceres de la ciudad que lo persiguieron, fotografiamos el colegio, la iglesia y los campos de cabras donde se forjó la infancia de Miguel. La viuda y su hijo vivían en Alicante entonces y no querían hablar con nadie, perseguidos todavía por el odio franquista. Fuimos hasta el cementerio de Alicante y el vigilante nos guió hasta su nicho, que exhibía únicamente dos palabras en la lápida: "Miguel Hernández", de la cual aún guardo la fotografía. Ni siquiera constaba la fecha de su muerte. A pesar del riesgo que corrimos y que desafió la revista, no tuvo eco aquel trabajo. Durante este tiempo han aumentado los trabajos sobre la obra de Miguel, incluyendo la serie que se filmó en los nefastos tiempos de la televisión de Aznar, donde se le humillaba y minimizaba. Han debido pasar 44 años para que se cumpla su centenario y al fin eclosione el entusiasmo que todos sentimos por la obra y la vida de Hernández en congresos, conferencias, revistas, libros. Ninguno de ellos recoge aquella primera, valiente y novedosa aproximación a la vida del poeta y a la obra del militante comunista, que no por breve y autocensurada como correspondía al momento deja de tener su mérito.
Leo el número de La República de las Letras, revista dirigida por Andrés Sorel, donde se recogen 20 trabajos literarios, históricos y biográficos sobre el poeta y constato que en ninguno de ellos se menciona a César Falcón, mi padre, el periodista y escritor peruano que vivió en España 20 años y luchó por la República y el socialismo invirtiendo en ello todo lo que tenía: su prestigio como intelectual, su trabajo como periodista, su libertad, que perdió en varias ocasiones, su supervivencia económica, y que concluyó finalmente en el exilio. Falcón conoció y protegió a Miguel, un muchacho recién llegado a Madrid cuando mi padre ya había sido corresponsal de El Sol en París y en Londres, y colaboraba en Blanco y Negro, y más tarde perteneció al Comité Central del Partido Comunista. Mi padre fue director del periódico Mundo Obrero, publicó novelas, escribió obras de teatro, montó y dirigió durante varios años el Teatro Proletario, la versión revolucionaria de un teatro popular frente al elitista de La Barraca, del que hoy se han querido olvidar, y estuvo en primera línea de fuego con el primer programa de radio que creó con el nombre de Altavoz del Frente y que transmitía las noticias de la guerra. Para el muchacho que era Miguel, Falcón fue su amigo al llegar a Madrid, su maestro en el periodismo y su avalador en el partido. Frente a la hostilidad que le mostró García Lorca, desde su pedestal de poeta exquisito, mi padre admiró y apoyó a Hernández. El compromiso militante que no todos los intelectuales de la época asumieron, unieron a Falcón y a Hernández, que más tarde se encontrarían en el frente, donde uno en su juventud luchaba con las armas y el otro en su madurez con las palabras. Ninguno de los eruditos colaboradores de La República de las Letras lo conoce e incluso alguno atribuye Altavoz del Frente a otro periodista.

Todavía más sorprendente es que ni aún se le mencione en la ponencia publicada en el libro, dirigido por Julio Rodríguez Puértolas, sobre los periodistas y escritores latinoamericanos que estuvieron en España durante la República y la Guerra Civil, de la que es autor Teodosio Fernández Rodríguez. No puedo decir que tal ninguneo me haya sorprendido. Exceptuando a Gonzalo Santonja, que escribe con verdadera erudición sobre los intelectuales que defendieron la República y que publicó una hermosa semblanza de César Falcón en Diario16, nadie más le cita y quizá ni siquiera le conoce.
Bien sé que el viento de muerte que se abatió sobre España mató, con la mejor gente de nuestro pueblo y de nuestra intelectualidad, también el recuerdo y envileció la historia. Pero en estos años, los que dirigen el país no sólo no han mostrado reconocimiento ni gratitud por aquellos que lucharon y murieron por construir un país que les permitiera a ellos sentarse en los sillones del Parlamento, de los gobiernos y de las cátedras, sino que han elevado a la fama y al reconocimiento a mediocres personajillos, cuando no corruptos, a los que se les conceden las canonjías, los puestos de mando, los sustanciosos sueldos y los premios. Cierto es que la primera ingratitud es la del Partido Comunista, que nunca ha reivindicado la figura y el papel que cumplió César Falcón durante tantos y difíciles años, pero los profesores e investigadores que se especializan en descubrir la verdadera y oculta historia de nuestro país no tienen derecho a ignorar que César Falcón fue uno de los intelectuales más afamados de la España de los años veinte y treinta, que luchó contra el fascismo invirtiendo en ello su tiempo y su libertad y que hizo más por conseguir que la democracia se implantara en nuestro país que muchos de ellos.

Lidia Falcón es periodista y escritora.

Ilustración de José Luis Merino

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