Dominio público

Cuando Emmanuel Macron llama a las cosas por su nombre

Bernard Cassen

Le Monde diplomatique en español www.monde-diplomatique.es

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Pocos observadores detectaron que el Gobierno nombrado por el presidente francés Emmanuel Macron, poco después de su elección en mayo de 2017, incluía un ministerio de denominación inédita: el ministerio de Europa y Asuntos Exteriores. Hasta ese momento, en Francia, con diferentes nombres según los periodos y los presidentes, las cuestiones europeas figuraban en los organigramas gubernamentales como una subcategoría de las relaciones internacionales. Así también en otras capitales de la Unión Europea (UE).

La denominación elegida por Emmanuel Macron no es una simple variante terminológica. Tiene para él una doble significación política: por un lado, las relaciones europeas no son relaciones exteriores para Francia y, por ende, tampoco para todos los miembros de la UE, como lo serían, por ejemplo, sus relaciones con China o Rusia; por otro lado, el orden de las palabras no es anodino ("Europa" está antes que "asuntos exteriores"), indicando una prioridad al tiempo que un prisma a través del cual se conciben las relaciones de la UE con el resto del mundo. Parafraseando a Donald Trump, es "Europe first"...

Durante décadas, en la vida política de la casi totalidad de los países miembros de la UE, todo se desarrolló (o fue presentado a las opiniones públicas) como si las políticas europeas fuesen políticas entre otras. Un poco como si tuvieran el mismo estatus que las políticas nacionales de salud o de turismo. Fue principalmente en 2005, en el marco de la campaña de ratificación del Tratado Constitucional Europeo, cuando se logró poner en evidencia en el debate público dos características fundamentales de la construcción europea: por un lado, el hecho de que la mayoría de las políticas nacionales no eran sino simples variaciones de las políticas decididas a nivel europeo y, por otro lado, que estas últimas obedecían a una estricta lógica neoliberal.

Dichas características habían sido largamente silenciadas por los dirigentes. De esta forma, estos pudieron imputar a una entidad exterior –"Europa" o "Bruselas"– contra la cual nada se podía hacer, medidas impopulares de las que no obstante eran coautores. A ese respecto, Emmanuel Macron, de hecho, le presta un gran servicio al debate democrático al llamar a las cosas por su nombre. Contrariamente a sus predecesores, reivindica enfáticamente la centralidad de la cuestión europea con la esperanza firme de obtener con ello réditos electorales.

En cierto modo, podemos decir que se ve favorecido por la coyuntura: ya sea, entre otros, en el Reino Unido con el brexit; en Alemania y en Austria con la inmigración; en Grecia con la imposición por la UE de nuevas e inhumanas medidas de austeridad; en los países bálticos y en los del grupo de Visegrad (Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia) con la oposición, en primer lugar la de Francia, a su voluntad manifiesta de dumping social. No existe un gran tema de política nacional que no tenga asimismo una dimensión conflictiva con la UE como tal o con otros Estados miembros.

Aun cuando esto ya represente un gran paso en la buena dirección, no basta con que exista de ahora en adelante una clara conciencia del impacto de las políticas de la UE sobre sus Estados miembros. Son, por lo tanto, esas políticas las que deben ser debatidas y sometidas al sufragio universal con total conocimiento de causa. Las elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2019 pueden ofrecer esa oportunidad.

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