Dominio público

¿Qué Universidad queremos para Catalunya?

Elisenda Alamany

Portavoz de Catalunya en Comú Podem

El año que entré en la Universidad, en 2001, mis estudios costaban cuatro veces menos de lo que cuestan ahora. Mi hermana acababa la carrera ese mismo año y mis padres pudieron ayudar a pagarnos la licenciatura. Esta es la historia que diez años más tarde fue difícil encontrar con otros nombres y apellidos en Catalunya. Mis estudios cuestan ahora cerca de 2.000 euros y la Universidad ha expulsado a estudiantes de las facultades. No es azar, se llama política.

Hace seis años, "el gobierno de los mejores" actuó sobre las universidades de nuestro país practicando unos recortes que situaron la inversión pública de estos centros por debajo de la media de todo el Estado y también de Europa, lo que también impactó en proyectos de investigación y desarrollo. En ese momento el ministro de Educación, José Ignacio Wert, decidió cambiar el sistema de las matrículas universitarias fijando un abanico de precios que las disparaba hasta un 66%. El responsable catalán de universidades, Antoni Castellà, actualmente diputado en el Parlament, fijó el precio más alto para las universidades catalanas. Esto situó a Catalunya como líder en cuanto a matrículas más caras de España y en el tercer lugar en Europa.

Asimismo, se aprovechó la coyuntura de la crisis para extender la precariedad entre el profesorado mediante la figura del asociado. Una coyuntura que se aprovechó para convertirlo en modelo y que ha hecho que actualmente dos de cada cinco profesores tengan contratos de un año y sueldos de 500 euros.

Desgraciadamente, los sucesivos gobiernos de la Generalitat desde entonces han mantenido estas políticas que suponen una barrera para miles de estudiantes, perpetúan la precariedad entre el profesorado y frenan el progreso de la Universidad y la investigación de Cataluña. Ante este hecho es imprescindible que el Gobierno cumpla con el acuerdo del Parlamento que fija la rebaja del 30% del precio de las matrículas universitarias, tomando el camino hacia la gratuidad que ha seguido Escocia, la mayoría de lands de Alemania, Austria, Dinamarca o Suecia.

Las universidades deben ser un motor del cambio de época y por eso necesitamos que sean auténticos centros de producción y difusión de conocimientos y no sólo expendedoras de títulos; donde debatamos qué debe ser aprendido y cómo debe ser aprendido en la sociedad de la información. En definitiva, la Universidad debe ser esta institución generadora de espíritu crítico y conocimiento, capaz de reflexionar sobre los valores, fines e intereses de un orden social excesivamente frenético.

La triple crisis económica, social y política que ha vivido nuestro país (como el resto de países europeos) en los últimos diez años nos deja un futuro por construir, también en el ámbito universitario. Vivimos un claro agotamiento de la política universitaria realizada hasta ahora y debemos afrontar el reto no sólo de la inversión sino de una auténtica renovación del modelo. Ya no se trata de salir de la crisis, se trata de cómo se sale y si se hace dándose cuenta de que la Universidad tiene en frente a una sociedad que ha cambiado.

Si toca decidir qué país queremos, no se puede soslayar el debate sobre qué Universidad queremos para Catalunya y cómo construimos un nuevo futuro.

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