Dominio público

¿Rascatarán a las familias?

ANDRÉS VILLENA

¿Rascatarán a las familias?En España, la familia siempre ha estado ahí. Probablemente esto lo hayan tenido en cuenta los ejecutores de los distintos planes de ajuste que hemos sufrido a lo largo de los últimos meses y que, a todas luces, continuaremos experimentando en las próximas fechas. Utilizando el lenguaje bursátil, tan de moda, podríamos afirmar que los inversores y los obedientes poderes públicos descuentan el hecho de que se nos puede infligir un dolor adicional: la familia española es fuerte, nos lo podemos permitir...
¿Por qué nosotros? Diferentes factores han contribuido al mantenimiento de la institución familiar como la principal responsable del bienestar de los ciudadanos en España. Nuestro modelo es heredero de décadas de sindicatos verticales, un catecismo nacional-católico y una cultura patriarcal-machista que han hecho de este grupo primario la forma más socorrida de supervivencia y de seguridad material. La descomunal importancia que se concede a la familia como sostén de la sociedad es, por tanto, consecuencia de una serie de enfermedades públicas, pero, al mismo tiempo, cumple la dudosa función de permitir que estas deficiencias sociales se perpetúen en el tiempo.
Podemos observar un ejemplo de esto en el estudio realizado por el Instituto de la Juventud
(INJUVE) sobre la tendencia de los jóvenes a permanecer en casa de sus padres. Los resultados son muy llamativos: en 2006, antes de comenzar la crisis, un 60,1% de las personas entre 15 y 29 años vivían con sus progenitores en España, frente a un 34,5% en Suecia y un 30,8% en Finlandia. Hay razones que justifican esta holgada diferencia: la enorme brecha entre nuestro país y el modelo nórdico socialdemócrata en cuanto a políticas de alquiler público o la temporalidad y la falta de estabilidad de los contratos de trabajo en España, entre otras.
Cabe destacar también la influencia diferencial de la cultura en estos países: mientras que la ayuda familiar a los jóvenes en muchas naciones europeas prioriza la autonomía espacial de estos, limitándose a transferencias económicas, las familias en España tienden al reagrupamiento en situaciones de crisis y desempleo. De ahí que el fenómeno de los "jóvenes sobradamente preparados" que vuelven a casa por la crisis económica se haya convertido en un lugar común: bajo las condiciones actuales, no podría estar ocurriendo de otro modo.

Lógicamente, la vuelta a la residencia con los padres tiene sus ventajas: la familia es una instancia de socialización que protege económicamente y que, por la vía de la solidaridad y la comunicación, ayuda a mitigar las frustraciones que el Estado y el mercado no han podido evitar para los ciudadanos. Pero, al mismo tiempo, cuenta con fuertes inconvenientes: jóvenes pero adultos que sienten culpa o incomodidad en lo que conciben como una regresión biográfica, progenitores que ven limitado su presupuesto económico, sus planes de futuro, etc.
Esta nueva dinámica puede terminar por afectar negativamente a las propias relaciones familiares, pero, además, supone una limitación latente para articular una serie de demandas necesarias. El "colchón familiar" disminuye la probabilidad de que se generen protestas, movimientos sociales e incluso sindicatos para representar los intereses de los más jóvenes ante las agencias y poderes públicos: una política sólida de alquiler, profundas intervenciones en el mercado de trabajo a favor del empleo juvenil, etc. La aparente seguridad del colchón nos impide muchas veces ver los agujeros del paraguas que simboliza el conjunto de servicios y transferencias públicas destinadas al bienestar social y dependientes del Estado. Y ya es difícil que nos movilicemos para exigir recursos que ni siquiera hemos podido imaginar que pudieran existir.
Es fácil justificar la situación actual argumentando que los jóvenes españoles no quieren emanciparse; pero esto choca con los datos oficiales, como los del Consejo de la Juventud de España, según los cuales la proporción de personas entre 18 y 34 años independizados pasó del 35,1% en 2002 al 44,9% en 2007. Por entonces, las cosas iban bien. Con la crisis, el desempleo de los menores de 30 años ascendió desde el 13% en 2007 al 39% en la actualidad. Otro milagro del tigre español, obligado a volver, de nuevo, a su primera guarida.
Las esperanzas escasean hoy en día. Como titulan en su libro los prestigiosos economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, "Esta vez es diferente": las familias españolas han pasado de tener un endeudamiento del 66% de su renta en 1994 a un 150% en 2007; una deuda que representa 14 veces su nivel de ahorro. A este cuadro se suman los casi 1.300.000 hogares sin ningún miembro trabajando y los recortes públicos –eliminación de los 2.500 euros por recién nacido, menos presupuesto para dependencia y bajas por lactancia, paternidad, maternidad...–. Con estas cifras y una deuda total que se acerca al 400% del PIB no es de extrañar que inversores y especuladores apuesten lucrativamente por el hundimiento, rescate o quiebra de la economía española. El estado de nuestras familias es uno de los índices más significativos. Poco harán por ellas los discursos vacíos de nuestro bipartidismo imperfecto. Quizá sería el momento de que alguien contara, de verdad, cómo están las cosas y qué hay que hacer para que estas cambien.

Andrés Villena es economista e investigador universitario en Ciencias Sociales

Ilustración de Alberto Aragón

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