Dominio público

Monumento gay

Ricard Vinyes

 

RICARD VINYESMonumento gay

La última disputa relativa a símbolos, éticas, memorias y patrimonios trata de la construcción en Barcelona de un monumento gay (así lo definen, coloquialmente, sus patrocinadores, las instituciones y la prensa). Según las noticias, el monumento consistirá en una escultura, y afirman los promotores que su elaboración estará inspirada en el triángulo rosa y negro que evoca el distintivo de los deportados homosexuales en los campos de exterminio hitlerianos (una vez más el Holocausto constituye el icono que certifica la calidad del padecimiento). Parece que para el Gobierno de la ciudad (y parte de su oposición) y los colectivos que emprendieron la iniciativa (y también para la prensa), el único tema digno de atención es el emplazamiento del monumento. Que nadie se lleve a engaño, el "dónde" no debería ser el aspecto de mayor relevancia, de momento. Tal vez lo sea para promotores e instituciones, incluso para los detractores –básicamente la jerarquía católica y sus afueras–, que han provocado una pelea en la que parece que algo serio está en juego, cuando lo que hay detrás no es mucho más que una pendencia entre colectivos que discurre entre el autismo (aparente) de la ciudad.

Nadie, que yo sepa, se ha preguntado ni el qué (qué memoria deseamos, ¿la del sufrimiento o la del esfuerzo por conseguir mayores cotas de igualdad? ); ni el por qué (¿cuáles son las razones y valores que empujan la iniciativa); ni el para qué (qué haremos con ello); ni a quién se destina (¿a los colectivos directamente afectados?, ¿a la imagen de las instituciones que han pagado el monumento?, ¿a la formación de ciudadanía?, ¿al conjunto de ciudadanos interesados en que ninguno de nuestros vecinos, en casa y en la calle, tenga impedimentos al bienestar que otorga el respeto a sus opciones?). Prescindir de esas preguntas y establecer directamente el lugar y la forma de la cosa es actuar como lo hacía el Estado-nación del siglo XIX, que por otra parte es como han actuado las iniciativas conmemorativas recientes en este país, de espaldas al capital de reflexiones que en este ámbito se han producido en Europa y América. Para decirlo claro: no hay mucha diferencia entre el Bambi que homenajea a Walt Disney en el hermoso parque de la Ciutadella, el Cambó convertido en letrina de palomos en Via Laietana (una misteriosa iniciativa del alcalde Maragall) y el probable triángulo del monumento gay, ya sea bajo el sol de la Plaza de la Sagrada Familia, la humedad botánica de la Ciutadella, o el color (tan sólo turístico) de la Rambla. Qué más da. ¿De veras alguien cree que un texto en la base explicando qué sentido debe darse a la piedra (triangular o no) será suficiente para impedir que acabe invisible por la rutina urbana? La iniciativa tiene la importancia suficiente como para detenerse y pensar; la ciudad no sólo la merece, la necesita.
En una actuación memorial, lo determinante, el "centro", es el observador, la subjetividad y la capacidad de su mirada; no lo es el monumento, la placa, la piedra... eso llega mucho más tarde, el monumento es para el que mira, no al revés. Se trata de incorporar el proceso de conocimiento y de memoria en la mirada del observador, no de obligarle a un recuerdo preestablecido, cerrado, sin posibilidad de

reinterpretar. Para evitar eso sirven aquellas preguntas primordiales. Voy a un ejemplo.

Responder al qué, por qué, para qué, para quién y cómo, es lo que hicieron los artistas alemanes Renata Stih y Frieder Schnock, y actuaron proponiendo signos que remitían a relaciones complejas. Esa era la base de su instalación "Lugares del Recuerdo", en el Barrio Bávaro del berlinés distrito de Schönberg. Su decisión estaba precedida por años de un intenso proceso memorial en el barrio, en el que habían participado grupos muy diversos, talleres de historia, asociaciones de vecinos, parroquias, escuelas... que ofrecieron respuestas a las preguntas centrales, estableciendo los deseos de los vecinos más participativos de un barrio en el que habían desaparecido alrededor de 6.000 judíos durante el Tercer Reich. La actuación artística producida en Schönberg hoy está internacionalmente reconocida como una de las más interesantes junto al Memorial de Paine, en Chile. Se trata de 80 plafones metálicos de 70x50 cm., distribuidos por todo el barrio y adosados a las farolas del alumbrado público. Cada uno de ellos exhibe en una cara una imagen, por ejemplo, un gato que parece sacado de un manual escolar, y en el reverso de este plafón está escrito un fragmento de la ley de 15 de mayo de 1942 en el que se prohíbe a los judíos tener animales de compañía. O la imagen de un sobre, que tiene en su reverso el fragmento de una carta de exilio escrita por un vecino del barrio. Y así sucesivamente. A nadie se le ocurriría interpretar estos motivos, el gato, la vaca, el sobre ... que parecen casi naif, como símbolos del Holocausto; sin embargo devienen motivos concretos para recordar el contenido del texto del reverso y exponer las consecuencias del Tercer Reich y la responsabilidad de todos, porque sucedía ante todos. Tras intensas discusiones, en 2005 el ayuntamiento del distrito decidió efectuar una exposición intermitente cada tres meses con los materiales acopiados y presentados en forma de álbum familiar. El nombre de la instalación no podía ser más penetrante. "Éramos vecinos". No se trata pues de un monumento aislado, sino integrado en un proceso –y proyecto– colectivo de memoria.

Tengo así el deseo de una intervención que acoja narraciones para comprender que la responsabilidad no era sólo de la dictadura, sino del conjunto de la sociedad, que detestaba las libres opciones del género y el afecto; una intervención que evoque los esfuerzos, costes y éxitos de los procesos democráticos hacia todas las equidades. Pero por lo que más quieran, olvídense de piedras, de triángulos y otras correcciones.

Ricard Vinyes es historiador

Ilustración de Alberto Aragón

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