Dominio público

Marruecos: dignidad y juventud

Thierry Desrues

THIERRY DESRUESMarruecos: dignidad y juventud

Los jóvenes marroquíes de hoy son los hermanos pequeños y los hijos de los adultos que fueron identificados con la generación de Mohamed VI. A esta nueva generación no le satisface ni la tímida apertura que ya inició Hasán II al final de su reinado, ni el proceso de reconciliación con la antigua oposición, ni la reforma del código de la familia. La naturaleza de su lucha es distinta a la de sus predecesores. Lo es porque esta generación antepone una concepción ciudadana del individuo (como sujeto social libre e igual en derechos y deberes) a cualquier otra reivindicación realizada en nombre de un colectivo, ya sea la clase, el sexo, la lengua o la ideología. Por ello, el llamamiento a través de las redes sociales de internet a manifestarse el 20 de febrero en Marruecos para reivindicar más libertad, más justicia social y más democracia recogió una clara y firme demanda: la recuperación de la dignidad en un país de súbditos marcados por la sumisión y el conformismo, tal como analizó brillan-
temente Abdallah Hammoudi en su libro Maestro y discípulos (2007). Y es precisamente este modelo de sumisión el que cuestionan los jóvenes marroquíes de hoy.

Esta generación de jóvenes ha sido escolarizada, ha podido llegar incluso a la universidad y está conectada con el mundo a través de las nuevas tecnologías. No obstante, observan cómo sus mayores son los que siguen detentando un poder político, económico y social del que son excluidos. La exclusión social y económica es ilustrada por el fenómeno de los diplomados en paro, que desde hace 20 años se manifiestan periódicamente en las calles de Marruecos para reivindicar un puesto de trabajo. El 30% de los que han sido formados y han apostado por la movilidad social ascendente a través de la educación no encuentra una salida profesional acorde con su formación. La emigración es un sueño de difícil alcance, y si bien muchos jóvenes ven en el movimiento asociativo una vía de inserción social, esta sigue siendo un mal menor que no satisface plenamente sus aspiraciones y esperanzas.
La falta de integración política de los jóvenes se ha convertido en un problema público inscrito en la agenda de Mohamed VI. A pesar de los discursos del rey pidiendo a los partidos políticos que den mayor presencia a la juventud en sus filas y recojan en sus programas políticos las reivindicaciones de los jóvenes, la abstención en las elecciones
de 2007 fue muy amplia (se estima que solamente uno de cada tres jóvenes fue a votar). Esto pone de manifiesto la desconfianza de los jóvenes tanto hacia el rol subalterno de los partidos políticos en la configuración del régimen político como hacia las deficiencias de los propios partidos, afectados por la percepción del inmovilismo de sus liderazgos y la incompetencia o la corrupción de sus miembros.

Si tomamos datos de encuestas sobre el sistema de valores de los jóvenes marroquíes (ver L’Economiste, del 8 y 27 de enero de 2006, y el estudio de El Ayadi, Rachik y Tozy L’islam au quotidien. Enquêtes sur les valeurs et les pratiques religieuses au Maroc, 2007), se observa que en su inmensa mayoría se declaran religiosos y valoran positivamente el islam como religión, pero el apoyo al islamismo no es mayoritario. Los jóvenes se casan cada vez más tarde (27 años las chicas y 32 años los chicos) y el número de solteros crece. Esta evolución es paralela a la prolongación de la permanencia de las chicas en el sistema educativo. A ello ha contribuido también el paro, la falta de vivienda o los cambios en los valores. La autonomía de las mujeres jóvenes respecto al uso y control de su cuerpo afecta las relaciones intrafamiliares y levanta las diatribas de los adalides de la moral islámica y patriarcal.
La constitución de la juventud como categoría social se plasma también en la efervescencia del movimiento cultural Nayda (Ponte de pie), que ha sido portador de tres importantes cambios simbólicos: la apropiación del espacio público (las plazas y las calles ocupadas por los jóvenes con ocasión de festivales populares), la legitimación de la cultura urbana juvenil y una mayor tolerancia hacia la libre relación entre chicos y chicas en esos eventos. Este movimiento fusiona elementos de la cultura global con las culturas locales, por lo que el resultado es fundamentalmente marroquí, pero abierto al mundo.

En esta misma senda, los llamamientos a la movilización del 20 de febrero parecían sintomáticos de una ruptura generacional. Los debates en la red reflejan la propensión a la deliberación en pie de igualdad de los participantes y cómo el sujeto colectivo se va construyendo a partir del reconocimiento del derecho de cada individuo a involucrarse en estos. Los participantes demandan respuestas pragmáticas e inmediatas a unas acciones de protesta alejadas de las lógicas de muchas organizaciones sociales y políticas. Por ello, incluso a las formaciones políticas que se oponen al régimen les resulta difícil capitalizar la disponibilidad militante de los jóvenes.
Cuando el ascensor de la movilidad social no funciona y cuando los jóvenes ven incierto su futuro, se movilizan por ser reconocidos en una sociedad caracterizada sobre todo por su conservadurismo. La cuestión a dilucidar es la de saber cómo el régimen político marroquí gestionará las aspiraciones de los jóvenes a convertirse en ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes.

Thierry Desrues es Investigador responsable del Magreb en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC

Ilustración de Mikel Casal

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