Dominio público

Pizarro, un fichaje autodestructivo

Fernando Scornik Gerstein

FERNANDO SCORNIK GERSTEIN

02-26.jpgDecía Adam Smith, el genial fundador de la Ciencia de la Economía Política y padre del liberalismo económico, que la clase menos indicada para gobernar un país era la de los empresarios (él hablaba –en el siglo XVIII– básicamente de los comerciantes, que eran los empresarios de entonces). Según Smith los comerciantes se preocupan sólo de maximizar sus ganancias y eliminar la competencia, todo lo contrario de lo que necesita un país, que es ampliar sus mercados basándose, precisamente, en la libre competencia.

Si algo ha quedado demostrado en el debate entre Solbes y Pizarro es que, más allá de sus cualidades como hombre de empresa, Pizarro tiene muy escasa solvencia para dirigir la economía de un país desarrollado –como lo es España– y ninguna para afrontar una crisis, si llega a haberla.

Hasta el más lego sabe que las tensiones económicas actuales –que afectan en mayor o menor grado a todas las naciones europeas– tienen su origen en un factor externo a España (y a Europa): la crisis del sector inmobiliario norteamericano que, en una economía globalizada, se ha extendido como un reguero de pólvora a todos los mercados. Pretender culpar de nuestra desaceleración al Gobierno de Rodríguez Zapatero, como repite machaconamente el Partido Popular es, simplemente, falsear la realidad, y decirlo en un debate televisivo –como claramente lo sugirió Pizarro– no es solo falso, es además poco serio.

Un pretendiente al Ministerio de Economía debe cuidar sus palabras, ya que por ellas será juzgado. Si llega al ministerio será juzgado por lo que haga, por ahora solamente lo es por lo que dice o por lo que omite.

Decir por ejemplo que el ahorro fiscal –para justificar la rebaja de impuestos– debe basarse en la supresión del Ministerio de Vivienda, de los sueldos de los diputados de la izquierda abertzale o en no hacer reformas como las de la vivienda del ministro de Justicia –entre otras cosas igualmente insignificantes en el presupuesto del Estado– es ofender la inteligencia del público que aunque no sea experto en economía, sí sabe sumar y restar.

Sobre el problema de la vivienda -el que más afecta a la economía familiar y al futuro de la juventud española, ya sea por los precios abusivos que inciden sobre las hipotecas o simplemente por no poder acceder a ella– ninguno de los dos contendientes estuvo brillante. Ambos ignoraron el factor central que incide en el precio de la vivienda: el valor especulativo del suelo. Solbes, si se quiere, estuvo más cauto. Pizarro se dedicó a hablar reiteradamente de las viviendas protegidas construidas por la Comunidad de Madrid (se olvidó de las otras comunidades gobernadas por el Partido Popular) que, como todos los madrileños saben, no han resuelto el problema, que sigue exactamente igual que antes. Frente a la necesidad de vivienda, las protegidas son como una gota de agua en el océano: un paliativo, nunca por sí solas una solución.
Solbes reclamó seriedad a su contrincante y estaba en lo cierto. Pizarro no tuvo más remedio que inclinarse frente a la seriedad del ministro.

Los consejeros de Rajoy evidentemente no habían leído las sabias palabras de Adam Smith, sino quizás se habrían abstenido de recomendar el fichaje. El haberlo aceptado arroja dudas sobre la capacidad de discernimiento del propio Rajoy. El haberlo puesto en segundo lugar en la lista por Madrid –a un hombre sin experiencia política– puede interpretarse en términos freudianos como el fruto de tendencias autodestructivas. Quizás las mismas que llevaron al candidato del PP a negar acceso a Gallardón, uno de los hombres con más tirón popular de la derecha española.

Fernando Scornik Gerstein es abogado y presidente de la International Union for Land Taxation and Free Trade

Ilustración de Patrick Thomas

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