Dominio público

Podemos cambiar el mundo

Alfonso López Borgoñoz

ALFONSO LÓPEZ BORGOÑOZ

Podemos las personas corrientes cambiar el mundo? La respuesta es sí. Ya lo hemos hecho. Muchas veces. La última batalla –nunca mejor dicho– la están librando los valientes manifestantes en la primavera árabe, que desde hace meses luchan por la libertad y la justicia contra gobiernos represores. La última batalla... pero no la única.
Amnistía Internacional cumple mañana 50 años. Echando la vista atrás, podemos asegurar que en estas cinco décadas se ha producido una verdadera revolución, un cambio cultural, social y político que ha creado una mayor conciencia global por los derechos humanos. A pesar de las dificultades y de la sensación en ocasiones de ir "marcha atrás", el salto ha sido enorme.
El mundo ha cambiado, sí, pero no ha cambiado solo. En Amnistía Internacional, muchos años de activismo nos han enseñado que sólo cuando las personas corrientes nos hemos unido en una acción común hemos podido enfrentarnos a las injusticias y lograr cosas extraordinarias.
El activismo es una fuerza poderosa para el cambio. No hay nada que más teman muchos gobiernos –y muchas empresas– que enfrentarse a la unión de miles de acciones individuales. Esto es algo que las fuerzas de la represión nunca han podido silenciar. Por eso, Amnistía Internacional ha sido una organización incómoda para los poderosos, que se han esmerado en descalificarla y atacarla siempre que ha denunciado abusos contra los derechos humanos y ha señalado con el dedo a sus responsables.
Todo empieza en 1961. Dos estudiantes portugueses son encarcelados por brindar por la libertad. La flagrante injusticia inspira al abogado Peter Benenson su famoso artículo "Los prisioneros olvidados", publicado el 28 de mayo en el periódico The Observer, en el que hace un llamamiento para sumarse a una petición de amnistía para varios presos de conciencia. Miles de personas responden a su iniciativa.
A partir de ahí crece como la espuma una verdadera red social, dispuesta a enfrentarse a los abusos de poder, que ha sabido sacar jugo a las tecnologías que pueden dar voz a las personas desamparadas o que han sufrido abusos, desde la pluma estilográfica de los inicios hasta las poderosas herramientas de comunicación global en internet.
Decía que el activismo es una fuerza para el cambio. La liberación de las personas encarceladas por motivos de conciencia fue el principio –50.000 casos trabajados en 50 años, incluyendo algunos célebres como Nelson Mandela, Andrei Sajarov o Aung San Suu Kyi–, pero luego vinieron más logros.
La lucha por la abolición de la pena de muerte puede que sea una de las señas de identidad más reconocibles de Amnistía Internacional. En 1977, sólo 16 países habían renunciado a la aplicación de la pena capital, mientras que en la actualidad lo han hecho 139.

Nuestro trabajo por la justicia universal ha tenido también logros importantísimos, como contribuir a la detención e inicio del proceso judicial contra Augusto Pinochet, o a la condena contra Alberto Fujimori. También impulsamos la creación del Tribunal Penal Internacional, instrumento fundamental en la lucha contra la impunidad.
En el ámbito del comercio de armas, Amnistía Internacional, junto con otras organizaciones, lanzó la campaña mundial "Armas Bajo Control" por un tratado internacional sobre el comercio de armas que la ONU respaldó en 2006. También hemos contribuido a la aprobación de otros tratados internacionales que han tenido gran impacto en la vida de millones de personas.
En España hemos trabajado por la protección de las mujeres frente a la violencia de género, por las víctimas del franquismo y la Guerra Civil, por el control en el comercio de armas, por la erradicación de la tortura y los malos tratos, por la firma de diversos tratados internacionales, por la puesta en marcha de un Plan de Derechos Humanos... En 1995 contribuimos de manera determinante a la abolición en España de la pena de muerte en tiempo de guerra, lo que significó la erradicación de esta condena, aunque todavía se menciona en la Constitución.
¿Podemos las personas corrientes cambiar el mundo? Por supuesto que podemos, y debemos. Los retos en derechos humanos son demasiado importantes como para dejarlos en manos de los gobiernos. Una vez más, el poder de la gente corriente deberá forzar el cambio. En este esfuerzo todos somos imprescindibles. Como lo son los derechos por los que luchamos.
Nuestra agenda de derechos humanos para los próximos años es sencilla y compleja a la vez. Sencilla porque se resume en defender la interdependencia e indivisibilidad de todos los derechos consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, y compleja porque esto supone trabajar en muchos ámbitos a la vez: la pobreza, la violencia y la discriminación que sufren millones de personas en el mundo, la justicia internacional, la libertad de expresión, la pena de muerte, las personas migrantes, el comercio de armas...
El movimiento global por los derechos humanos debe crecer. Debemos redoblar nuestro impacto. En Amnistía Internacional necesitamos que más personas se sumen a nuestra lucha, tanto en los países del norte, donde la organización es más fuerte, como en los países del sur global, donde tiene el reto de crecer y convertirse en un actor relevante. Esto también incluye incorporar a más gente joven de universidades y centros escolares.
En su 50 aniversario, Amnistía Internacional ya tiene tres millones de miembros y simpatizantes y está presente en más de 150 países. Es un buen comienzo.

Alfonso López Borgoñoz es presidente de Amnistía Internacional España

Ilustración de Diego Mir

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