Dominio público

Ante la muerte

Javier Sádaba

JAVIER SÁDABA

03-09.jpgMe piden que dé mi opinión sobre el atentado que ha costado la vida al ex concejal socialista de Mondragón Isaías Carrasco. No es fácil. Porque rápidamente se tergiversan las palabras, haciendo casi imposible la comunicación. Algunos tienen ya un esquema a disposición y dicen siempre lo mismo en este tipo de situaciones. No es mi caso. Otros mirarán más de frente que de reojo a las próximas elecciones para ver a quién favorece este atentado. Tampoco es mi caso.

¿Desde dónde hablar, entonces? Pienso que habría que distinguir dos niveles. Uno es el moral y el otro, el político. Desde un punto de vista moral es totalmente inaceptable un tipo de acción como el que acabamos de padecer. Primero, porque no se debe matar, torturar o humillar a nadie. Sólo en los casos extremos de legítima defensa se puede permitir una
reacción que acabe con la vida de otro. Si tal circunstancia no tiene lugar, entonces estamos ante un acto reprobable, que coloca sobre quien lo ha realizado toda la repulsa de una comunidad que no haya dimitido de sus sentimientos morales.

En segundo lugar, nos encontramos con la forma en cómo se ha hecho. Isaías era socialista y un miembro activo de su partido. Se simpatice o no con su ideología o con la política de su partido, no tiene ningún sentido eliminarle por eso. De esta manera, no sólo se mata a una persona o a unas ideas sino que se genera un miedo circundante que muestra uno de los peores males de los humanos: atemorizar extendiendo el círculo del terror a modo de supremo argumento. En tercer lugar, la muerte de una persona se utiliza como una pieza dentro de un tablero en el que se intenta enviar un mensaje. Sea el que sea dicho mensaje, es absurdo que la vida de una persona se convierta en el peón que se adelanta en la jugada. Y, finalmente, si de lo que se trata es de reaccionar ante unas denunciadas torturas o la ilegalización de ANV, la respuesta es cruelmente desproporcionada, brutalmente ejecutada.

Existe, a otro nivel, el punto de vista político. Muchos pensarán que todo ello es fruto de una insensata negociación con ETA. Creo que en esa negociación, todavía oscura, no se ha actuado con la prudencia, sabiduría y consejo que hubieran sido convenientes. Pero en modo alguno es reprobable la negociación en cuanto tal. Los mismos que se han opuesto y oponen tajantemente a ella no ven mal, por ejemplo, que los que llaman en Colombia "narcoterroristas" puedan negociar con el Gobierno de esa nación. Y a los mismos que se les llena la boca con la afirmación, sin matices, de que un estado de derecho no negocia con violentos desactivan, minimizan, destruyen o son incapaces de poner en pie un estado en el que la participación libre e informada de la gente lo convierta, realmente, en algo digno. Este Gobierno ha podido tener muchos defectos. No ha sido, sin embargo, el de la negociación, en cuanto negociación, uno de ellos.

Es hora de volverse a la izquierda abertzale. Ha habido tímidos gestos de desaprobación, como han sido los de ANV de Mondragón, que ha abandonado el Ayuntamiento por varios días, o la nota de LAB lamentando la muerte de Isaías. Pero eso no basta. Además, no se puede ser solidario con los familiares sin condenar a quien ha disparado. En caso contrario, se cae en una clara contradicción. Es como decir que lamento la ofensa que te han hecho, pero soy indiferente respecto a quien la ha causado. Y, por otro lado, continuar sosteniendo que las condenas a nada llevan es, de nuevo, caer en la contradicción. Porque dicha izquierda abertzale está condenando o pidiendo que se condenen constantemente las violaciones a los derechos de una parte significativa de los vascos.

Ha llegado la hora, una hora que lleva mucho tiempo esperando, de saber conciliar las reivindicaciones que uno considera justas, con los métodos adecuados. El pacifismo ni es un brindis al sol ni una actitud débil. Todo lo contrario. De ahí que, en vez de recurrir al siempre contundente recurso a la violencia, lo que se tendría que hacer es formar gente que sepa argumentar, defender con razones sus ideas y utilizar todos los medios, incluida la desobediencia civil en casos graves, para poner al descubierto sus ideales; y, al mismo tiempo, el deseo de que se cumplan, si es eso lo que la gente quiere. La gente no es, por cierto, una amalgama surgida de nuestra imaginación. La gente es cada uno de los individuos que se manifiestan, en democracia, con sus votos, en un sentido o en otro, o con su abstención. Una reconversión de la incultura de la violencia a la real y cotidiana cultura de la argumentación y movilización ciudadana es una de las asignaturas pendientes en Euskadi.

En otras ocasiones, he protestado contra, por ejemplo y entre otras cosas, la ilegalización de Batasuna o de ANV. No cambiaré de opinión a no ser que se me ofrecieran razones que hasta el momento desconozco. Pero nobleza obliga. Y la moral tiene sus imperativos. Uno de ellos, al margen de decir, a corriente o contracorriente, lo que uno piensa, consiste en ser imparcial. Traducido a nuestro caso, en negar la actitud violenta, pedir que se modifique tal modo de proceder, reeducar todo lo que se pueda e instalar un pacifismo fuerte. Y, concretamente, afirmar que la muerte de Isaías Carrasco es inmoral, irracional y, más aún, cruel.

Javier Sádaba es catedrático de Ética de la Universidad Autónoma de Madrid

Ilustración de Diego Blanco

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