Dominio público

Elecciones de noche y día

Antoni Gutiérrez-Rubí

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

03-101.jpgEl pueblo soberano ha hablado. Una curiosa e interesante coincidencia ha convertido este fin de semana en una doble cita electoral. Chiquilicuatre irá a Belgrado representando a España en el concurso de Eurovisión 2008 por decisión popular. El sábado por la noche los espectadores bailaron, cantaron y eligieron. Al día siguiente, transformados en electores, también votaron, pero en silencio, casi de luto. No era un día para muchas bromas.

El resultado del concurso y del programa televisivo Salvemos Eurovisión puede que no salve a España del habitual y reiterado ridículo europeo al que nos tiene acostumbrados recientemente; pero ha significado la irrupción definitiva de la cultura iconoclasta y guasona del friki con tecnología hacker.

Recientemente los frikis ya han llegado a la política. Ariel Santamaría, al frente de la Coordinadora Reusenca Independiente (La Cori), ya ha ganado –de momento– un sillón consistorial en el Ayuntamiento de Reus disfrazado también de Elvis Presley. Con sus inseparables gafas oscuras, su tupé y su chiquichiqui Rockero, Ariel participa activamente de la vida municipal dando la nota pero no siempre desentonando en el conjunto. Algo tendrá Reus, que es la cuna de Buenafuente y de Santamaría. Y también la villa que ha acogido los inicios profesionales de Carles Francino, que dirige las mañanas de
la Ser; o los pinitos políticos de uno de Sus hijos más conocidos, Ernest Benach, que hoy dirige las otras mañanas y las tardes del Parlament de Catalunya en su calidad de presidente.

La presencia del cómico en política es un síntoma profundo de una respuesta cívica ante el hartazgo o la decepción. El anuncio de Eva hache, al inicio de su temporada televisiva, de presentarse a las próximas elecciones generales con el objetivo de desembarcar "a lo bestia" en la vida política española, ha sido sólo un tanteo oportunista de una estrategia de márketing, de momento. Pero ahí queda y da pistas.

Hay antecedentes de cómicos y presentadores que, aprovechando su popularidad mediática, decidieron probar suerte en la vida política. El cómico Colouche lo intentó en las presidenciales francesas de 1981. Y el humorista italiano Beppe Grillo, con sus iniciativas provocadoras en contra de los políticos, es un temible adversario mediático que zarandea a toda la clase política y es un fenómeno europeo en Internet. Una auténtica pesadilla para la política establecida. A los que le censuran la crítica mofa, les responde orgulloso que más risa (o pena) dan algunos de los políticos que tenemos. Y no le falta razón, lamentablemente.

Las posibilidades de los asaltos descarados y provocadores han sido probadas con éxito por Rodolfo Chiquilicuatre y su canción Baila el chiki-chiki, con letra de Santiago Segura. Otro niño malo que se ríe de todos (y de él mismo) con el éxito –en términos de audiencia, merchandising y taquilla– de su galería de personajes demenciales. Torrente alardea de "resultados" frente a los que contraponen éxito y calidad, audiencia y buen gusto.

Con la tecnología y la cultura de un hacker, Chiquilicuatre –y su troupe– han actuado como un gusano troyano (uno de los virus informáticos más peligroso) y han colado un producto de La Sexta en la mismísima gala de Televisión Española. Para ello, ha contado con la complicidad de las redes sociales y del gusto canalla que provoca romper los corsés de lo establecido, de lo aceptable, de lo razonable. Encontrar las grietas de los sistemas informáticos es muy parecido a encontrar las
de las instituciones públicas, por ejemplo. Un aroma de anarquía pacífica, de poder alternativo, excita estos retos.
Hay también una cierta sorna y guasa con los símbolos patrios de los que la canción de Eurovisión no se escapa. Son demasiados años de cita periódica con la argamasa del espíritu nacional: la selección y Eurovisión han configurado parte de nuestra arquitectura épica. El episodio de la frustrada –e innecesaria– letra del himno lo ilustra muy bien. Mientras hay quien se toma muy en serio, casi dramáticamente, los símbolos nacionales hasta hacerlos irrespirables, otros prefieren el sentido del humor, la desmitificación y la burla, si es necesario. Estoy seguro que derrotar a José Luis Uribarri y su trasnochado fervor por las "canciones de verdad" con intérpretes "con voz fuerte y música festivalera", fue un aliciente más de la noche. Raffaella Carrà, más inteligente y profesional, con vena cómica, comprendió mejor el juego de roles y emociones de la noche.

Chiquilicuatre es un friki pero no es cutre. En su exitoso desafío hay habilidad tecnológica, mediática y profesional. Un actor con larga trayectoria y, detrás, una factoría de éxitos televisivos. Hay ingenio mordaz e irreverente actitud de quien dice no querer romper ni un plato pero lanza por los aires toda la vajilla de porcelana. El caradura descarado irrita a algunos, pero es el colega para una amplia generación hedonista, satisfecha y con ganas de jugar que tiene nuevas lógicas y nuevos ídolos.
Baila el chiquichiqui recuerda el estribillo de la popular Velvet Mornings y su "Triki, triki, triiiiiki, triiiki, triki, mon amour, triki, triki, triki, triiiiii" del inolvidable Demis Roussos. No sé si los serbios, después del desgajo de Kosovo, están para muchas bromas y, en su caso, si su sentido del humor balcánico coincide con el de Chiquilicuatre. Hay un fondo de provocación irónica en su reto de brillantina que conecta muy bien con el hastío y el cansancio creciente hacia la cultura (y la política) formal en nuestra sociedad. Hay ganas y necesidad de remover, agitar y subvertir los escenarios de lo previsible y propinar una burlesca bofetada en la cara del sistema. Los frikis han entrado ya en Eurovisión, quizás para no salvarla.

Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación

Ilustración de Álvaro Valino

Más Noticias