Dominio público

Lo que nos jugamos el 20-N

Ignacio Urquizu

Lo que nos jugamos el 20-N

IGNACIO URQUIZU

Profesor de Sociología de la UCM y colaborador de la Fundación Alternativas

Ilustración de Miguel Ordóñez

En el debate público español, en muchas ocasiones nos gusta centrarnos en los pequeños detalles. Tras el anuncio de la convocatoria electoral para el próximo 20-N, muchos andan analizando el significado de la fecha, mientras otros están "fascinados" con el adelanto electoral.

Pero lo cierto es que para una inmensa mayoría de los españoles, la muerte de Franco sólo es un hecho que han visto por televisión. Seguramente, la imagen que más retengan muchos de ellos es la de Arias Navarro anunciándola. Aunque no creo que la recuerden por su dramatismo, sino por las múltiples parodias que se han hecho de ella.

Menos fascinante es la idea del adelanto electoral. En España, de nueve elecciones generales, cinco han sido anticipadas. Y si dirigimos nuestra mirada más allá de nuestras fronteras, veremos que en las 23 principales democracias desarrolladas, entre 1945 y 2003, los gobiernos adelantaron las elecciones en la mitad de las ocasiones. Es decir, anticipar los comicios es algo muy normal en democracia.

Lo que realmente nos jugamos el próximo 20-N es qué modelo de sociedad queremos construir. La crisis económica ha puesto fin a unos modelos económico y político que no han cumplido con lo que se esperaba de ellos.

La política económica de los últimos 30 años ha sido incapaz de combinar pleno empleo y redistribución, algo que sí se logró tras la Segunda Guerra Mundial, hasta la crisis de los años setenta. Iversen es pesimista y sostiene que, en el mundo al que nos aproximamos, tendremos que elegir entre dos males: poco desempleo con amplias diferencias sociales o la marginación económica de una parte de la sociedad a cambio de una mayor igualdad entre clases (Torben Iversen, 2001, The choices for Scandinavian Social Democracy in Comparative Perspective, en Andrew Glyn (ed.) Social Democracy in Neoliberal Times).

Pero lo cierto es que no hay razones para ese pesimismo. Existe todavía un amplio abanico de innovaciones en las políticas. En muchas ocasiones, la izquierda se asusta ante posibles amenazas que no son tales. De hecho, muchas de esas amenazas son elaboradas teóricamente por economistas de tendencia neoliberal. Por ejemplo, cualquier subida de impuestos se ve pronto contestada por los profetas de la catástrofe. Pero lo cierto es que, casi siempre, los argumentos que esgrimen no dejan de ser respuestas ideológicas. La idea de que los impuestos reduce la inversión en una economía abierta tiene muy pobre evidencia empírica. Desde el punto de vista de la opinión pública, la mayoría de los españoles están dispuestos a pagar más impuestos si se les ofrece mejores servicios públicos.

Por lo tanto, ante un modelo económico que ha dado claras muestras de no cumplir con lo que se esperaba de él, la izquierda sólo tiene dos alternativas. Por un lado, puede acomodarse ante los diagnósticos que se hacen, diciendo que ella tiene mejores soluciones que la derecha. Progresistas y conservadores competirían en los espacios de la eficacia y la honestidad, aceptando ambos un mismo análisis de la realidad.

Por otro lado, la socialdemocracia puede presentar propuestas realmente innovadoras, cuestionando muchos de los análisis que se vienen realizando hasta la fecha, aunque ello le llevará a reconocer que algunas de las ideas que se vienen defendiendo en los últimos años no eran correctas.

Si las respuestas económicas tienen todavía un amplio recorrido, nuestro sistema político también es manifiestamente mejorable. Tal y como refleja la movilización del 15-M, los ciudadanos quieren una democracia mejor. La extensión de la educación y las nuevas tecnologías han contribuido a crear una sociedad más formada y mejor informada. Aspiran, por ejemplo, a que conocer los datos de gasto público en educación o sanidad de la Comunidad de Madrid no sea misión imposible. Muchos de ellos tampoco soportan que los partidos amparen en sus listas a corruptos. En definitiva, de lo que se trataría es de mejorar el control que ejercen los ciudadanos sobre los políticos.

Para mejorar este control, es necesario algo más que una reforma del sistema electoral. También implica que la formación de la opinión pública sea realmente libre. En este proceso, los medios de comunicación juegan un papel muy relevante.

En los últimos años, la televisión pública se ha convertido en un modelo de independencia y pluralismo. Contrasta mucho con lo que viene sucediendo en las televisiones autonómicas. De hecho, a algunos parece no importarles mucho esta cuestión. Una de las primeras decisiones de la nueva presidenta de Castilla-La Mancha ha sido nombrar a un director de Radio Televisión Castilla-La Mancha entre cuyas cualidades no están la neutralidad y la independencia. Este episodio nos da mucha información sobre la idea de democracia que tiene el Partido Popular. Parece ser que, más que preocuparles el control de los ciudadanos sobre los políticos, les inquieta el control que ejercen los políticos sobre la ciudadanía.

En definitiva, el 20-N nos jugamos en qué tipo de sociedad queremos vivir en los próximos años. Es un momento muy importante, porque los modelos económico y político se están redefiniendo. Tras la crisis, estamos comenzando una nueva etapa, y no es lo mismo empezar desde la izquierda que desde la derecha.

Una de las paradojas de las pró-ximas elecciones es que, aunque la izquierda lleva ocho años en el poder, se presenta con nuevos equipos y nuevas ideas. En cambio, el periodo de oposición para el Partido Popular parece no haber sido tiempo suficiente para renovarse ideológicamente.

Más Noticias