Dominio público

Es necesario negociar con Irán

Mehdi Khalaji

MEHDI KHALAJI 

03-14-b.jpgCon la publicación de una evaluación a escala nacional de los servicios de inteligencia según la cual Irán ha suspendido su programa de fabricación de armas nucleares, la perspectiva de una confrontación militar con el gobierno de Bush se ha atenuado, pero el peligro no ha pasado, porque Irán no ha renunciado a la producción de armas nucleares que, llegado el caso, se podrían alimentar con su uranio enriquecido.

Todas las partes deben encontrar una fórmula para resolver esta cuestión antes de que amenace de nuevo con estallar en un conflicto. En los últimos años la diplomacia occidental se ha centrado en el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad como la clave para resolver la crisis, pero ese planteamiento es un callejón sin salida.

Recordemos la suerte corrida por los dos predecesores inmediatos de Ahmadineyad. Mohamed Jatamí (1997-2005) intentó aplicar una reforma política espectacular, mientras que Akbar Hashemi Rafsanyani (1989-1997) intentó abrir la economía iraní a Occidente. Los dos fracasaron, porque los presidentes de Irán no dirigen el país. La solución del dilema nuclear –o cualquier otro problema de las relaciones exteriores de Irán– está en manos del Dirigente Supremo, Ayatolá Ali Jamenei.

Entre sus atribuciones, Jamenei cuenta con la de comandante en jefe del ejército, la de controlar los servicios de inteligencia y nombrar a los directores de los medios nacionales de comunicación. Sus designados controlan efectivamente la mayoría de los ministerios y las mayores ciudades de Irán.

Diplomáticamente, Jamenei suele actuar de un modo inteligente, pero reconocible. Envía a diferentes diplomáticos a celebrar negociaciones con instrucciones contradictorias. Cada uno de ellos afirma actuar con toda la autoridad del Dirigente Supremo, pero en última instancia no pueden concertar compromisos, porque tienen poca idea de lo que Jamenei quiere que hagan. Al cabo de un tiempo, son destituidos y se manda a un nuevo grupo de representantes.

Para dominar el proceso de adopción de decisiones, Jamenei prefiere presidentes débiles. Ahmadineyad no es diferente. Su base política se ha esfumado a causa de la crisis económica, cada vez más profunda, de Irán, que se ha intensificado con el conflicto con Occidente en relación con la cuestión nuclear. Su apoyo en las elecciones parlamentarias del próximo marzo parece particularmente débil, cosa que agradará, seguro, a los observadores occidentales, pero los resultados de las elecciones no importarán: también el Parlamento tiene poca influencia en la política exterior de Irán.

Algunos diplomáticos occidentales reconocen el papel del Dirigente Supremo. Sin embargo, en la práctica la diplomacia occidental suele pasar por alto a Jamenei, quien sabotea todos los intentos de eludirlo como árbitro final de la política iraní, lo que podría explicar en parte por qué Jamenei se ha mostrado desconfiado de las negociaciones con Occidente. Los occidentales no parecen entender quién manda. De hecho, algunos analistas sostienen que los intentos del ex presidente Bill Clinton para lograr un avance decisivo con Irán fracasaron porque iban dirigidos a los presidentes de Irán.

Occidente debe seguir el ejemplo de Vladimir Putin, que no se trasladó a Irán hasta que se le permitió celebrar una reunión directa con Jamenei, durante la cual Putin hizo, según cuentan, una propuesta para poner fin al punto muerto nuclear. Aún no ha habido respuesta, si bien parece haber algún movimiento reciente entre Rusia e Irán sobre el suministro de combustible nuclear para los polémicos reactores.

Desde luego, Jamenei es reacio a reunirse con dirigentes extranjeros no musulmanes, pero eso no debe impedir que Occidente intente reunirse directamente con él o lo presione para que nombre públicamente a los representantes que negocian con Occidente.

Un político americano que entiende cómo se debe actuar con la estructura iraní de poder es el ex congresista Lee Hamilton, quien ahora dirige el Centro Woodrow Wilson. Cuando Haleh Esfandiari, investigadora de dicho centro, fue detenida en Irán, Hamilton escribió a Jamenei para suplicarle su liberación por razones humanitarias. Jamenei respondió –la primera vez, según cuentan, que respondió a un americano– y Esfandiari fue liberada al cabo de unos días.

A Jamenei le resultaría difícil no atender una invitación directa de Estados Unidos a negociar sobre los intereses más vitales de Irán. Su prioridad clara es la supervivencia de la República Islámica, no la suerte de determinados políticos iraníes. Mientras que la concepción apocalíptica de Ahmadineyad constituye un obstáculo para que los occidentales traten con él, Jamenei no quiere llegar a una confrontación militar con Occidente, que desestabilizaría Irán y posiblemente propiciaría la caída del régimen.

Para resolver las cuestiones pendientes con Irán, Occidente debe tratar con la única persona que tiene el poder suficiente para concertar tratos y hacer concesiones. Esa persona es Jamenei, no Ahmadineyad.

Mehdi Khalaji es Profesor en el Instituto Washington para la Política de Oriente Próximo

Copyright: Project Syndicate

Traducción: Carlos Manzano

Ilustración de Patrick Thomas 

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