Dominio público

Seguridad y juego político

Enrique Vega

Seguridad y juego político

 

Enrique Vega

Analista de conflictos y su gestión internacional

Ilustración de Gallardo

El pasado 5 de octubre, el presidente del Gobierno anunció que la base naval de Rota acogerá, probablemente a partir de 2013, coincidiendo con el fin de la última prórroga del Convenio de Defensa hispano-estadounidense, ciertos elementos de la última versión (versión Administración Obama) del "escudo antimisiles" programado por Estados Unidos y asumido como "valor propio" por la OTAN en su último Concepto Estratégico de noviembre de 2010. Un anuncio que ha suscitado, como era previsible, comentarios a favor y en contra. Los partidarios centran sus argumentos en la seguridad que el escudo antimisiles proporcionará a Europa frente a ataques con misiles de gran alcance, ya que este es el objetivo del escudo: detectar e identificar la trayectoria de misiles para poder interceptarlos con otro misil antimisil antes de que llegue a su objetivo (supuestamente en Europa).
Pero, analicemos, ¿quién lanzaría esos misiles? Bueno, en primer lugar, podría pensarse en las grandes potencias nucleares que ya disponen de misiles capaces de alcanzar cualquier punto del planeta, Rusia y China, a quienes, sin embargo, se les está asegurando que no se está pensando en ellas. Pero que no por ello dejan de sentirse molestas ante lo que tiene todo el aspecto de ser una incitación a la carrera de armamentos tipo lanza-coraza (misil-misil contramisil en nuestros días).
En quien se dice que se está pensando es en potencias menores de alguna forma enfrentadas a Occidente y con programas nucleares y misilísticos en desarrollo. Irán y Corea del Norte en concreto. Países que, efectivamente, podrían ser capaces de amenazar con misiles, quizás incluso dotados de cabezas nucleares, a Europa. Sí, efectivamente, pero a largo plazo, quizás dentro de 15 o 20 años. Ahora bien, en temas de seguridad, ¿es útil prever a 15 o 20 años? ¿Sirvieron para algo las previsiones a 15 o 20 de los años sesenta y setenta para intuir la caída de la URSS? ¿Sirvieron para algo las previsiones a 15 o 20 años de los años ochenta después de la caída del muro de Berlín? ¿Sirvieron para algo las previsiones a 15 o 20 de los años noventa tras los atentados del 11 de septiembre de 2001? ¿Han servido para algo las previsiones a 15 o 20 años de la primera década del siglo XXI para entender por qué hay que estar retirándose de Irak y Afganistán sin haber alcanzado los objetivos que se pretendían? ¿No estaremos, una vez más, preparando una seguridad que no se va a corresponder con las necesidades del futuro? No, no parece convincente que sea la seguridad la que justifique el escudo. En todo caso, solamente lo racionaliza.
Entonces, si no es por seguridad, ¿en función de qué podemos entenderlo? En función del juego político. Desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos se rige por un principio: que no pueda aparecer en el mundo ninguna potencia o coalición de ellas que pueda retar su hegemonía militar. Y uno de sus instrumentos para conseguirlo es la tecnología, a cuya cabeza ya estaba tras el derrumbamiento de la URSS. Pero no sólo hay que seguir en cabeza, sino además arrastrar a las demás potencias por el camino de la carrera tecnológica (no necesariamente numérica) de armamentos, incitándolos permanentemente (por miedo a la excesiva distancia o en nombre de la alianza mutua) a gastar cada vez más y a resolver cada vez más por medios militares todo tipo de crisis. Un paradigma que le dio muy buen resultado frente a la Unión Soviética, especialmente tras el órdago lanzado por el presidente Reagan con su célebre Guerra de las Galaxias, de la que el escudo antimisiles actual de la Administración Obama no es sino su continuación a través del de la Administración Bush, con formas y presupuestos cada vez más realistas y, por tanto, con escudos cada vez más factibles.
¿Por qué entonces lo ha asumido también la OTAN? Por algo que yo llamaría "el síndrome del primo de Zumosol", uno de los pilares en los que sigue sustentándose el vínculo o alianza trasatlántica entre Estados Unidos y Europa. Ya que las acciones de Estados Unidos para mantener su hegemonía militar benefician en términos generales a los países europeos, con la ventaja añadida de poder seguir representando el papel de poder blando basado en la influencia y la persuasión, mientras Estados Unidos juega el papel de Marte, más tendente a la acción violenta y al poder duro, dejémoslo que nos arrastre mientras siga llevando el peso principal, siga apareciendo como el gran imperialista y no nos exija por encima de ciertos límites.
Juntemos estos razonamientos y quizás podamos vislumbrar por qué España (podía haber sido otro país europeo cualquiera) se compromete a contribuir a un escudo sobre el que probablemente no va a tener ninguna capacidad de decisión y en el que ni siquiera va a poder participar a pesar de disponer de cuatro fragatas dotadas del sistema antiaéreo antimisiles Aegis. El mismo del que van a estar dotados los cuatro buques estadounidenses que se van a incorporar a Rota a lo largo de 2013 y 2014.

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