Dominio público

Un día cualquiera

Francisco Balaguer Callejón

Un día cualquiera

 

Francisco Balaguer Callejón

Catedrático de Derecho Constitucional

Ilustración de Mikel Casal

A diferencia de las guerras y de los actos violentos, la paz no estalla. No hace ruido, ni se manifiesta de manera estruendosa, salvo que alguien decida celebrarla de esa forma, con fuegos de artificio, cánticos o desfiles. No es complicado darse cuenta de que la paz es, en realidad, el fin de una anormalidad, de un desorden moral y cívico, de una monstruosa aberración por la que algunas personas se creen con el derecho a destrozar vidas ajenas. Una anormalidad que es el resultado de una posición ideológica insostenible, por la que se pretenden defender planteamientos legítimos que dejan de serlo en el momento mismo en que se recurre a la violencia. Esta paz que nos llega ahora es también de naturaleza silenciosa, porque tiene una parte de alegría y otra de tristeza, y quizás no haya que festejarla ni hacer de ella una bandera, pero es hermosa.

Es posible que hoy mismo comencemos a hablar ya de vencedores y vencidos, de la victoria de la convivencia y de la derrota definitiva del terrorismo. Seguramente habrá muchas palabras difíciles, sospechas, recelos y dudas sembradas más o menos interesadamente. También desconcierto, dificultad para cambiar un discurso asentado y para elaborar una nueva narrativa que se corresponda con el horizonte que se está abriendo ahora. Habrá que hacer muchas valoraciones: por ejemplo, acerca del momento elegido para hacer el anuncio, justo un mes antes de las elecciones. Sobre a quién beneficia y a quién perjudica electoralmente esta noticia. Y también valoraciones sobre las valoraciones que los distintos partidos realicen en estos días. Pero ayer, un día cualquiera, a las siete de la tarde, sin esperarlo nadie y a la vez ansiando que llegara, se declaró la paz.

Nada tenemos que agradecer, no ha sido un regalo ni una concesión generosa, ciertamente. Tampoco es posible, porque iría contra la lógica misma de lo que acaba de ocurrir, pretender una equidistancia entre los que han matado y sus víctimas. El comunicado de la banda terrorista puede tener muchos significados en el futuro, pero, en el día de hoy, su sentido profundo es el reconocimiento de un error y la voluntad de no volver a cometerlo. A partir de aquí se abren muchos escenarios posibles, que habrá que diseñar con paciencia y con esfuerzo, porque la lucha por la paz no acaba de terminar, sino que comienza ahora su fase decisiva. Un período en el que quizás podamos cerrar muchas heridas y reconocer, al mismo tiempo, que otras muchas quedarán abiertas para siempre y que tendremos que vivir con ellas, hasta que se agoten los últimos testimonios vitales de un período siniestro que nunca debió haber existido.

Pero días como este quedan para siempre en el corazón de las personas y de los pueblos. Son días para recordar a los que ya no están con nosotros, para derramar, quizás, unas cuantas o muchas lágrimas, para seguir caminando con el peso de un pasado que todavía está ahí y que tardará en desaparecer. Pero también para soñar con un futuro que estamos tocando con las manos. Con todas las cautelas que se le quieran poner, es difícil no sentir la emoción de un momento que tiene una dimensión histórica. Porque no podemos olvidar a las víctimas, pero tampoco podemos obviar el hecho de que no habrá ya nuevas víctimas. No podemos dejar a un lado el dolor, que se prolongará en el tiempo y que deberá seguir siendo una referencia inexcusable en el proceso que ahora se abre. Pero, al mismo tiempo, tendremos que reivindicar, con respeto y prudencia, la finalidad esencial que toda sociedad democrática debe perseguir: el fin de la violencia y la solución pacífica de los conflictos de cualquier naturaleza. Recordemos: todas las propuestas, incluidas aquellas que plantean proyectos en los que no creemos, son legítimas si se defienden con la palabra y sobre la base del respeto a los derechos y a la reglas del sistema democrático.

Es también el momento para pedir responsabilidad y sensibilidad a las personas que tienen que gestionar el nuevo escenario que se abrió ayer. Quizás no debieran olvidar que la paz es siempre frágil y que el proceso va a requerir mucha sabiduría para superar los obstáculos que puedan aparecer. Como también exigirá de una gran generosidad para no ceder a la tentación de hacer un uso partidista de las nuevas situaciones que se generen a partir de ahora. Ningún grupo debería tener nada que ganar individualmente, porque la paz sólo puede ser una conquista de toda la sociedad. No cabe otra alternativa posible si queremos que sea duradera y que permita el desarrollo de una nueva cultura política en la que la convivencia y el respeto se impongan sobre cualquier tipo de fundamentalismo. No se trata sólo de mantener las formas democráticas, sino de convencerse realmente de que no hay ni debe haber nunca otra opción posible que la de la canalización de todos los conflictos, por intensos que puedan ser, mediante las vías democráticas establecidas en nuestro sistema.

Casualmente estaba ayer en Bilbao, paseando por calles repletas de personas. No había nada parecido a fuegos artificiales o a un día festivo. Simplemente la normalidad de la gente que sale del trabajo o va al trabajo, que camina apresuradamente. Todo normal, como hubiéramos querido que fuera siempre y como esperamos que sea a partir de ahora.

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