Dominio público

¿Salir o no salir del euro?

Josep Borrell Fontelles

¿Salir o no salir del euro?

 

José Borrell

Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia

Ilustración de Federico Yankelevich

Cuál hubiese sido la pregunta del referéndum que Papandreu intentó convocar en Grecia? Al principio era sobre si los griegos aceptaban o no las duras condiciones del enésimo plan de ajuste impuesto por sus socios europeos a cambio de la ayuda necesaria para evitar la quiebra del país. Pero el dúo Merkel-Sarkozy le impuso que la pregunta debía ser si querían o no seguir en el euro, que no es lo mismo.

Al final la caja de Pandora que abrió Papandreu se la han cerrado las presiones de dentro y de fuera y no habra referéndum. Pero la pregunta era y sigue siendo pertinente, y la decisión merece ser analizada en todas sus consecuencias. Salir o no salir del euro; cualquiera de las dos opciones tiene inconvenientes y ventajas, pero, en mi opinión, fuera del euro la situación de Grecia sería mucho peor.
Sin duda devaluar la moneda ayuda a restaurar competitividad. La devaluación del tipo de cambio es una forma mas rápida de reducir los precios a la exportación que no una devaluación interna, conseguida a base de reducir salarios y, a través de ellos, los costes y los precios.

La devaluación monetaria y la deflación salarial son dos procedimientos muy diferentes de recuperar la competitividad perdida. Jugar con el tipo de cambio es mas rápido, menos conflictivo y probablemente más justo, porque los costes del ajuste se reparten automáticamente entre todos los consumidores de productos importados y no sólo sobre los salarios y otras víctimas de las políticas de austeridad.

Pero plantea muchos problemas, empezando por los jurídicos, ya que no está previsto en los tratados que un país salga del euro. Desde el Tratado de Lisboa, un país puede salir de la Unión Europea, pero para salir del euro tendría que salir primero de la UE y renunciar a las ayudas de los fondos estructurales, de la política agrícola, etcétera, que para Grecia son muy importantes.

Hay otros problemas de tipo técnico, económico, financiero y operativo que son mucho más graves.

Para pasar al euro hicieron falta años de preparación de los sistemas contables e informáticos. Salir sería igualmente complejo y desde luego no se haría por sorpresa en una noche. Y cuando se supiera que eso iba a ocurrir, todos los depósitos en euros se retirarían para evitar encontrárselos convertidos en dracmas devaluados.

Se repetiría la experiencia del "corralito", como en Argentina, para lo cual habría que imponer a tiempo un control del movimiento de capitales y más tonto el último... El coste social sería muy grande y, sólo por eso la teoría de una salida del euro "tranquila" es pura ficción.

Además, el tipo de cambio del nuevo dracma no lo iba a fijar Papandreu, o su sucesor, en una proclama desde un balcón de la Plaza Sintagma. Lo decidirían los mercados financieros y no habría forma de controlarlo. Si un país ha tenido que salir del euro, su moneda no inspiraría mucha confianza, y lo más probable es que la devaluación fuese una hiperdevaluación.

Cuando Argentina, en 2002, rompió su cambio fijo con el dólar (1 peso, 1 dólar), el Gobierno anuncio un cambio de 1,4 pesos/dólar. Pero seis meses después estaba en 4 pesos/dólar.

Así, el riesgo en una operación de salida del euro es una caída descontrolada del tipo de cambio. Serviría para exportar mucho, pero, aparte de que Grecia tampoco tiene tanto que exportar, la devaluación es un cuchillo de doble filo: encarece los productos importados y Grecia tiene que importar muchas cosas, empezando por la energía. Los consumidores se empobrecerían y las empresas no podrían importar los equipos necesarios para reforzar su competitividad, que no es sólo cuestión de precio.

Pero el problema más grave es de tipo financiero. Las deudas públicas y privadas están nominadas en euros y en euros se quedarían. Habría que devolverlas en una moneda devaluada, lo que equivale a que habrían aumentado en la misma proporción en la que se devalúe su nueva moneda con respecto al euro. Y, como el problema es precisamente el excesivo endeudamiento, lo habríamos agravado en vez de resolverlo.

Se puede argumentar que la salida del euro llevaría aparejada una suspensión de pagos de la deuda de forma que tampoco se iba a tener que pagar en una parte importante. Pero, cuanto más grande fuese el default, mayor sería la falta de credibilidad y más débil nacería la nueva moneda. Y como al día siguiente seguiría teniendo déficit publico y déficit comercial, tendría que volver a pedir financiación. ¿Y a que tipo de interés la encontraría si a su falta de credibilidad hay que sumar el riesgo de tipo de cambio?

Y el problema no sería sólo para Grecia. Un default descontrolado afectaría de forma caótica al conjunto del sistema financiero europeo de forma descontrolada. Algunas partidas de los balances de los bancos seguirían en euros y otros cambiarían bruscamente de valor. Y la desconfianza afectaría gravemente a países como Italia, cuya prima de riesgo está ya por encima del peligroso umbral los 440 puntos.

Por estas razones, creo que más vale que hagamos todo lo posible para evitar que Grecia tenga que salir del euro. No es imposible que ocurra, pero el coste sería mayor de lo que costaría evitarlo. Deberíamos estar más dispuestos a ayudar a Grecia y menos a castigarla por sus trampas fiscales. Tiene toda la razón Rubalcaba cuando dice que los ajustes, sin un plan de impulso al crecimiento, no son la solución. Y que la reducción del déficit que se exige es demasiado rápida para que sea viable.

Hay un límite a lo que los pueblos pueden soportar y las políticas de ajuste drásticas acabarán haciendo inevitable la salida de Grecia del euro, la peor de las soluciones para todos.

Más Noticias