Dominio público

Los refugios de la izquierda

Joan Font

Investigador del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSICIlustración de Diego Mir

Joan Font
Investigador del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC
Ilustración de Diego Mir

Los partidos son grandes coaliciones que intentan hacer coincidir bajo unas mismas siglas los idearios de diferentes sectores sociales. En los años ochenta, los vicepresidentes Guerra y Serra simbolizaban dos estilos, pero también los intereses diversos de diferentes partes de la coalición social que sostuvo al PSOE, como Gallardón y Acebes pudieron hacerlo para el PP diez años después. Que esas coaliciones puedan sostenerse depende de su capacidad de mantener la conexión con estos diferentes sectores, pero también de quiénes son las alternativas y de cómo estas pueden conectar con los descontentos existentes. Dos procesos electorales recientes (las elecciones municipales en la ciudad de Córdoba y las generales del 20-N) servirán para ejemplificar cómo la descomposición de la coalición puede producirse por diferentes flancos, dependiendo de qué ofrezcan los competidores.

Los mayores éxitos de la izquierda parlamentaria en la Europa reciente se han dado cuando ha conseguido unir bajo sus alas la coalición formada por tres sectores sociales diferentes: trabajadores de grandes industrias con presencia sindical, nuevas clases medias con elevado nivel de estudios (en muchos casos vinculadas a la provisión de servicios sociales) y los sectores más débiles y precarios de las clases populares. Pero los pegamentos que pueden mantener unidos a estos sectores distan mucho de ser automáticos. En función de cuáles sean las ofertas alternativas más creíbles, la coalición puede desgajarse por uno u otro sector.

Los trabajadores de las grandes empresas siguen siendo una de las bases sociales más fieles de la izquierda, aunque su peso en el conjunto de la sociedad no ha dejado de disminuir. Las nuevas clases medias son un sector más crítico, cuya visión ideológica de la realidad les suele llevar a votar a alguna expresión de izquierdas, aunque estas pertenezcan a menudo a familias verdes o rojiverdes a la izquierda de la socialdemocracia. El apoyo de los sectores más populares es mucho menos ideológico y por ello su cambio de voto puede ser más rupturista: cuando los gobiernos de izquierdas abandonan sus roles protectores de los más débiles, estos sectores tienen su voto a disposición de quien les hable en su lenguaje y les proponga soluciones facilonas a sus problemas cotidianos.

En las municipales de Córdoba fue este sector el que dejó de votar a la izquierda: los partidos gobernantes (IU, en coalición con el PSOE) recibieron con alegría que un empresario imputado en la operación Malaya, Rafael Gómez, se presentara a las elecciones. En su análisis simplón de la realidad, como la candidatura era de derechas, el voto conservador se iba a dividir y eso iba a impedir la anunciada mayoría del PP. La realidad fue muy diferente: el PP sacó una holgada mayoría absoluta, la de Rafael Gómez se convirtió en la segunda fuerza política de la ciudad con cinco concejales y el partido que ostentaba la alcaldía (IU) pasó de tener 11 concejales a quedarse con cuatro, sin que el PSOE se beneficiara de ese desplome.

Córdoba no se había hecho de derechas de golpe. Un estudio del IESA (CSIC) sobre el tema muestra cómo la coalición social en que se basaba la mayoría de izquierda plural se ha quebrado por varios flancos, pero sobre todo por los sectores más débiles y precarios del electorado. Los parados, los más jóvenes, los que no tienen empleo fijo y no siguen cotidianamente la vida política son los que en mayor medida han apoyado a quien ha hecho una campaña simple, pero que conectaba con las preocupaciones de este electorado: empleo, empleo, empleo. Sin ideología, sin grandes consignas, esta candidatura se ha alimentado sobre todo de antiguos votantes de la izquierda, ofreciendo una credibilidad en el tema del empleo que el candidato había construido a través de su actividad empresarial.

En las elecciones generales, si nos atenemos a las tendencias que marcaba la encuesta preelectoral del CIS, la realidad ha sido muy diferente: el PSOE ha retenido al 70% de sus votantes de 2008 sin estudios, frente a menos de la mitad de quienes le votaron y que tienen estudios superiores. Pero esas pérdidas tan desiguales en función del nivel de estudios no están relacionadas con la abstención ni con el voto a las derechas (en esas direcciones se les han ido votantes de todos los tipos), sino con las fugas hacia los partidos a la izquierda del PSOE: estos sólo captan al 3% de los exvotantes socialistas sin estudios, pero alcanzan el 15% de ese electorado que tiene estudios superiores. Ese resultado provoca que en 2011, entre las personas que no han llegado a completar la educación primaria, el PSOE tenga 17 votos por uno del conjunto de los partidos a su izquierda, mientras que entre quienes tienen estudios superiores haya prácticamente un empate. Es decir, son esas clases medias progresistas las que han abandonado en mayor medida al PSOE por otras formaciones de izquierdas que conectaban con los valores de estos sectores.

En definitiva, quién capitalizará el descontento con las políticas gubernamentales va a depender mucho de qué ofertas políticas creíbles se presenten. En estos dos casos, el PP ha sido el partido ampliamente ganador, pero una parte de los votantes descontentos ha ido a refugiarse en opciones que no eran abiertamente de derechas. Las coaliciones sociales se han roto en ambas elecciones, pero los refugios disponibles en uno y otro caso ayudan a entender por dónde.

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