Dominio público

Mercados, partidos y democracia

Ximo Bosch

Mercados, partidos y democracia

Ximo Bosch
Magistrado y portavoz territorial de Jueces para la Democracia
Ilustración de Enric Jardí

Un rasgo distintivo de las crisis es que las fórmulas nuevas no acaban de surgir y las anteriores han dejado de funcionar. Como señala Joseph Stiglitz, después de esta Gran Recesión el mundo ya no volverá a ser el mismo. La presente crisis está provocando un intenso deterioro de las condiciones sociales de amplias capas de la población. Pero también se ha producido un correlativo enriquecimiento de pujantes sectores vinculados a la esfera financiera. Y un incremento de las desigualdades a escala global. Numerosas voces atribuyen la responsabilidad de esta situación a una voraz ofensiva de los mercados y de los especuladores financieros. Sin embargo, parece más probable que nos encontremos ante una profunda crisis de la democracia.

Resulta inherente a la economía de libre mercado que la iniciativa privada intente obtener siempre los máximos beneficios. Lo que ahora aparece como novedoso es que los sistemas democráticos permitan que los intereses particulares estén por encima del bien común y que puedan causar perjuicios a la mayoría de la sociedad. Ello ha resultado posible ante lo que Norberto Bobbio calificó como crisis de la mediación representativa. Los principales partidos han dejado progresivamente de centrarse en las aspiraciones colectivas para convertirse preferentemente en agencias de gestión de intereses de grupo. Y sus cúpulas dirigentes a menudo se han erigido en genuinos núcleos de poder privado, concebido como un fin en sí mismo y no como un instrumento para mejorar la sociedad. La concentración y verticalización del poder en los partidos se ha acompañado en numerosas ocasiones de una sensible opacidad y falta de transparencia en la toma de decisiones. Todas estas circunstancias han facilitado una elevada permeabilidad a la influencia de los grupos de presión. Y también han generado el caldo de cultivo más propicio para abundantes casos de corrupción. Nuestro sistema de partidos requiere de modificaciones sustanciales para que estos puedan ejercer de manera adecuada su función representativa.

En palabras de Luigi Ferrajoli, la democracia constitucional se caracteriza por una serie de reglas, separaciones, contrapesos, equilibrios e instituciones de garantía. Su finalidad consiste en evitar los peligros de una excesiva concentración de poder. La consolidación en nuestro país de la partitocracia ha posibilitado que la cúpula de una formación política pueda acabar anulando en la práctica al resto de poderes estatales, al subordinar el legislativo al ejecutivo. Y al condicionar al poder judicial a través de determinados nombramientos, entre los que la designación de los magistrados del Tribunal Constitucional representa el caso más conocido. Un ejemplo flagrante de desnaturalización de la democracia ha sido la última reforma constitucional en la que, con el apremio de los intereses privados, los líderes de las dos principales fuerzas políticas pactaron la reforma de la Constitución, sin debate previo de los parlamentarios, ni de los militantes de sus partidos. Y sin que la ciudadanía pudiera pronunciarse sobre tan importante asunto.

Las reformas en el funcionamiento de los partidos debieran establecer los oportunos contrapesos para evitar dichas acumulaciones de poder. Ello implicaría limitar la duración de los mandatos en el ámbito interno y en el institucional. También debiera suponer la introducción de mecanismos democráticos de participación directa en la adopción de decisiones. Y, como sugiere el propio Ferrajoli, sería conveniente algún grado de separación entre las funciones institucionales y las de los cargos en los partidos, para que estos últimos pudieran cumplir realmente su misión de receptores de las inquietudes sociales.

Resulta preocupante el creciente distanciamiento de cientos de miles de ciudadanos que cada vez se sienten menos identificados con nuestras instituciones representativas. Ello ha quedado demostrado con las masivas protestas de los indignados o con el notable incremento del voto nulo o en blanco. Pero el fenómeno tiene carácter global. Y se encuentra muy relacionado con la apacible subordinación de los organismos económicos internacionales hacia determinados grupos financieros. Como ha señalado Jürgen Habermas, en este nuevo mundo que se está forjando una de las grandes incógnitas será si el timón de las decisiones relevantes acabará definitivamente en manos de entidades no democráticas o si, por el contrario, nuestras sociedades postindustriales serán capaces de dotarse de estructuras conjuntas realmente democráticas. Sin embargo, en el ámbito internacional no podrán vertebrarse instituciones democráticas coordinadas si en cada país los militantes de los partidos no acometen enérgicas transformaciones.

En los últimos tiempos se han extendido términos como el de dictadura de los mercados. Más allá de probables excesos en el lenguaje, lo cierto es que ninguna dictadura puede imponerse sin desplazar a los demócratas. Resulta necesario un impulso muy activo a favor de los principios democráticos, para que sean los ciudadanos los que decidan sobre su futuro en este mundo cambiante en el que están apareciendo demasiadas sombras. Los demócratas de todas las sensibilidades tendrían que redoblar sus esfuerzos. Sin duda, han resultado muy significativas las palabras del excanciller alemán Helmut Schmidt, un histórico socialdemócrata poco sospechoso de radicalismo, al afirmar en su discurso solemne en el Congreso del SPD que hoy la democracia está en peligro en Europa. Y que los políticos han sido tomados como rehenes por los mercados financieros.

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