Dominio público

Pasos perdidos en La Noche de los Libros

Inma Chacón

INMA CHACÓN

04-24.jpgAlgunos pasos se pierden en los adoquines de las grandes ciudades, y no hay manera de encontrarlos después. Suben y bajan aceras, cruzan calles, recorren avenidas, visitan catedrales y museos, descansan en los bancos de los parques y de las plazas, o irrumpen en los bares y en los restaurantes, donde saborean ese curioso placer que consiste en distraerse del reloj para recrearse en un tiempo que sabe escaparse de la medida de la prisa.
Pasos que inspiran novelas donde cada cual se busca a sí mismo, en un viaje exterior e interior que comienza precisamente en esos pasos; en ese deambular que se dirige a todas partes y a ninguna. Ejemplo entre ellas, Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, cuyos personajes se aventuran hacia el centro de la selva, y hacia las profundidades del alma.
Pasos que prestan su nombre a salones decorados al estilo isabelino, como el Salón de Conferencias del Palacio de Congresos de los Diputados, donde los representantes de distintos partidos se encuentran para buscar sus acuerdos, y cuya mesa central, decorada con incrustaciones de bronce y de nácar, fue donada por Isabel II, después de haberla recibido como regalo del zar Nicolás I.
El mismo nombre de los Pasos Perdidos reciben, en diferentes países del mundo, y con la misma finalidad, algunas salas aledañas a las Cámaras de Representantes, así como las que preceden al conjunto de las cámaras del Senado, de un tribunal, de una estación, o de un ayuntamiento. También se llaman así algunos salones que sirven de paso a otras dependencias, en determinados palacetes y casas señoriales.
Curiosamente, por ese mismo nombre se conoce, en las logias, la antesala que precede al templo masónico, donde los aprendices, compañeros y maestros realizan sus rituales, sus "tenidas", en las que se inicia ese viaje interior cuyo objetivo final consiste en alcanzar la perfección, la libertad y la sabiduría.
Resulta difícil averiguar la procedencia de este nombre, no hay datos sobre ello, pero quién sabe si la Antesala de los Pasos Perdidos masónica no ha sido en algún momento de la Historia, al menos nominalmente, el origen de esos salones por los que inevitablemente hay que pasar, para encaminarse a determinados lugares.

Pasos perdidos.
Se pierden, sí, como en las grandes ciudades, y a veces resulta difícil encontrarlos. Algunos, incluso, se atreven a trepar por jardines que olvidaron la obligatoriedad de la línea horizontal, y se yerguen hacia lo alto por paredes imposibles. Jardines como los que se alzan en uno de los inmuebles del Paseo del Prado. Jardines que trepan hacia las azoteas, sorprendidas de que el verde consiga mantenerse en el costado de un edificio que no nació para la singularidad, pero que se convirtió en diferente cuando alguien decidió terminar con la costumbre de sembrar los jardines alrededor de las casas.
Pasos que se adentran en las librerías de edificios restaurados para mostrar la armonía entre la innovación y la majestuosidad, entre el arte y la pasión, entre el blanco del mármol y el ladrillo rojizo de una antigua central eléctrica, entre la emoción y la curiosidad, entre el espacio vacío y el deseo, cualquier deseo, cualquier sueño que trate de cumplirse. Pasos que se pierden en pequeñas librerías de la periferia, en pueblos absorbidos por la desproporción de la urbe, pero que conservan el sabor de una cultura en la que la palabra lejos tenía otro significado, cuando aún tenía sentido medir el espacio por el tiempo que se tarda en recorrerlo. Pasos en las librerías de los barrios, las de siempre, entre estanterías y expositores abarrotados de historias que esperan el final que guarda cada lector. En los grandes almacenes, en las macrolibrerías, en los centros culturales, y en los tenderetes al aire libre.
Pasos perdidos entre libros abiertos; entre libreros que aconsejan y que disfrutan cuando se les pide consejo; entre autores que se encuentran con lectores que darán sentido a su obra; entre amigos que comparten la aventura de leer; entre padres e hijos; entre enamorados; entre mujeres y hombres solos, completamente solos, disfrutando de su soledad o huyendo de ella, mientras la noche que se acerca les recuerda, a unos y otros, que el día 23 de abril está a punto de terminar.
Muchos de ellos ni siquiera sabrán que en esa fecha, en la que la UNESCO conmemora desde 1995 el Día Internacional del Libro, fallecieron tres genios de la literatura cuyas obras vivirán para siempre: Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Tres hombres que murieron un 23 de abril, sin imaginar que, siglos después de su muerte, sus obras seguirían transmitiendo emociones con la misma intensidad que el día en que las escribieron.
Quizá ninguno pensó que trascenderían hasta el punto de convertirse en referentes universales y atemporales. Quizá muchos de los grandes escritores que vinieron detrás no habrían escrito obras maestras sin Don Quijote, Macbeth, o La Florida del Inca. Quizá muchos grandes lectores no lo serían si no se hubiesen perdido entre las páginas de estos libros. Quizá sean imprescindibles. Y, sin embargo, otros no los habrán leído. Pero todos vivirán la noche del día 23 entre historias que buscan su final, entre autores que firman sus éxitos, y también entre voces que buscan donde acomodarse, otras muchas voces que, influidas o no por aquellos que nunca pensaron en convertirse en referente, contribuirán a que el 23 de abril termine de una forma distinta. Porque entre todos, autores, lectores y libreros, la convertirán en una noche repleta de Pasos Perdidos entre Libros.

Inma Chacón es escritora y preofesora de Documentación en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid

Ilustración de Álvaro Valiño

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