Dominio público

La ilusión industrial

Robert Reich

Exsecretario de Trabajo de EEUU, catedrático de Políticas Públicas y autor de ‘Aftershock’Ilustración de Mikel Jaso

Robert Reich
Exsecretario de Trabajo de EEUU, catedrático de Políticas Públicas y autor de ‘Aftershock’
Ilustración de Mikel Jaso

De repente, la industria ha regresado a EEUU. Al menos en la carrera electoral. Pero no te dejes engañar. El asunto real no es cómo hacer volver la industria, sino cómo recuperar los buenos trabajos y los buenos sueldos. No es la misma cosa.
Los republicanos se han vuelto súbitamente adalides de la industria estadounidense. Esto puede tener alguna relación con las primarias que tendrán lugar la semana próxima en Michigan y la siguiente en Ohio, ambos antiguos arsenales de la industria americana.

Mitt Romney, precandidato republicano, dice que él "trabajará para traer de regreso la industria" a EEUU mediante una posición de dureza con China, país al que describe como un "ladrón de trabajos" por mantener artificialmente bajo el valor de su divisa y abaratar así sus exportaciones.

El también aspirante Rick Santorum promete "luchar por la industria estadounidense". Para ello, pretende eliminar los impuestos corporativos a los fabricantes y permitir a las empresas traer a EEUU desde el exterior sus beneficios libres de impuestos siempre que reinviertan ese dinero en crear nuevas fábricas.

El presidente Obama también está impulsando una agenda industrial. El mes pasado, desveló un plan de seis puntos para eliminar los incentivos tributarios a las compañías que se trasladen al exterior y generar alicientes para que traigan trabajos a casa. "Nuestro objetivo
–dice– es crear oportunidades para que los buenos trabajadores estadounidenses comiencen de nuevo a hacer cosas".

Entretanto, la creciente demanda de los consumidores estadounidenses de utensilios, coches y camiones ha originado un cierto auge en la industria nacional, estableciendo una ola de esperanza, mezclada con patriotismo nostálgico, de que la industria estadounidense podría estar volviendo.

Pero la industria estadounidense no volverá. Aunque desde enero de 2010 el sector ha proporcionado 404.000 puestos de trabajo, eso nos deja aún con 5,5 millones de empleos menos que en julio de 2000, y 12 millones menos que en 1990. La tendencia a largo plazo indica que cada vez habrá menos empleos en la industria. Incluso si no tuviéramos que competir con trabajadores peor pagados en el exterior, tendríamos aún menos empleo en la industria porque la vieja cadena de producción ha sido reemplazada por máquinas y robots. La industria se ha vuelto de alta tecnología.

Traer de regreso la industria estadounidense no es el desafío verdadero. Este consiste en crear buenos empleos para la mayoría de los ciudadanos que no tienen el grado de bachiller. El sector solía proveer muchos de esos trabajos, pero ello ocurría sólo porque los trabajadores de las fábricas estaban representados por sindicatos con el poder suficiente para mantener altos salarios.

Ese ya no es el caso. Incluso el otrora poderoso Trabajadores del Automóvil Unidos ha sido forzado a aceptar para los nuevos empleados en los Tres Grandes (General Motors, Ford y Chrysler) paquetes salariales que representan la mitad de lo que ganaban hace una década. A 14 dólares –10,65 euros– la hora, los nuevos trabajadores del sector automotriz ganan aproximadamente lo mismo que la mayoría de los empleados estadounidenses del sector servicios. General Motors acaba de anunciar beneficios récord, pero sus nuevos trabajadores no reciben mucho del pastel.

En los años 50, más de un tercio de los trabajadores de EEUU estaba representado por un sindicato. Ahora, menos del 7% de los empleados del sector privado tienen un sindicato detrás. La única razón que puede explicar la caída drástica del salario medio de los trabajadores sin bachillerato en las pasadas tres décadas y media es el declive de las centrales.
¿Qué piensan los candidatos sobre los sindicatos? Mitt Romney no ha hecho más que despreciarlos. Él pretende impulsar una ley llamada "derecho al trabajo" que dificulte los requisitos para la afiliación sindical así como la financiación de los mismos. "Ya he encarado antes a jefes sindicales –dice–, y estoy feliz de encararme de nuevo". Cuando Romney no está culpando a China por los problemas de competitividad de los industriales estadounidenses, culpa a los altos salarios sindicales. Rick Santorum dice apoyar a los sindicatos del sector privado, pero no está interesado en fortalecerlos, y no los quiere en el sector público.

El presidente Obama alaba las "fábricas sindicalizadas", tales como Master Lock, el fabricante de candados de Milwaukee que visitó la semana pasada, que trajo de vuelta cien puestos de trabajo de China. Pero el presidente no ha prometido que, en caso de ser reelegido, vaya a impulsar la Ley de Libertad de Opción del Empleado, que facilitaría a los trabajadores organizarse en sindicatos. Él la apoyó en la campaña para las elecciones de 2008, pero, una vez elegido, nunca la tramitó. El presidente también ha guardado un silencio notable ante los conflictos laborales que han estado recorriendo el Medio Oeste, como el asalto en Wisconsin a los derechos de negociación de los trabajadores públicos.

El hecho es que las empresas estadounidenses –tanto las industriales como las de servicios– lo están haciendo maravillosamente bien. Sus beneficios en el tercer trimestre de 2011 fueron de dos billones de dólares. Eso es un 19% más que en el punto más alto antes de la recesión, hace cinco años. Pero los trabajadores estadounidenses no están recibiendo su porción de esta recompensa. Aunque los trabajos están retornando lentamente, los salarios siguen cayendo. El problema fundamental no es el declive de la industria estadounidense, y revivir la industria no lo resolverá.

El problema es el declive del poder de los trabajadores estadounidenses para compartir las ganancias de la economía del país.

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