Dominio público

La economía después de las elecciones

Juan Francisco Martín Seco

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO 

manosarribablog.jpgPasadas las elecciones, quizás el análisis económico pueda regresar a la normalidad y sea posible juzgar la coyuntura con un mínimo de objetividad. Antes de los comicios el discurso estaba desvirtuado por los intereses de los distintos partidos. Al PP todo se le volvían catástrofes, mientras que para el Gobierno todo quedaba reducido a unas turbulencias sin apenas relevancia. Lo cierto es que cada día que pasa la situación se torna más crítica y los augurios, más pesimistas. Ha sido el mismo Greenspan el que ha afirmado que la crisis que nos amenaza puede ser la más grave después de la del 29. Tal vez sea una exageración, pero da idea de la importancia con que se está viendo el problema en EEUU.
Habría que decir que la crisis presenta dos caras distintas, aunque lógicamente interrelacionadas, una interna y otra externa. Las dificultades han partido ciertamente del exterior: el pinchazo de las hipotecas subprime de EEUU; pero el impacto en nuestra economía no sólo va a depender de la mayor o menor transmisión de las turbulencias financieras a Europa, sino también de los desequilibrios domésticos de nuestra propia realidad económica.
Las crisis siempre se han originado en una ola de desconfianza que, con mayor o menor fundamento, crea incertidumbres e inseguridades. México, Japón, los tigres asiáticos, Argentina y ahora EEUU. Lo insólito de la nueva situación es que es el corazón del Imperio el que se tambalea, con lo que la amenaza y la prevención son mayores.
Tras muchos años de ensueño neoliberal, afloran los problemas y las contradicciones. La inhibición estatal ha convertido al mercado, tal como afirma el primer ministro francés, en la ley de la selva. Sin vigilancia, las entidades financieras se han adentrado en operaciones especulativas y enormemente arriesgadas, y la tupida maleza de la ingeniería financiera –con operaciones encadenadas y recíprocas– hace difícil distinguir qué empresas están implicadas y cuáles no, de manera que nadie se fía de nadie ni está dispuesto a prestar dinero a nadie. El sistema se colapsa por falta de liquidez.
La falacia del discurso neoliberal aparece de manera clara en situaciones como la actual, en las que se descubre que la economía de un país es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos privadas, especialmente porque las consecuencias de los errores o abusos no se restringen al ámbito de los que los cometen, sino que tienen repercusiones en capas importantes de la población, de tal modo que en la mayoría de los casos es el Estado el que tiene que venir a sufragar los platos rotos. Incluso el muy liberal y conservador Gobierno de Bush está acudiendo en auxilio de los bancos en crisis, mientras que los gestores responsables se llevan cuantiosas indemnizaciones.

Cada día se hace más evidente que la crisis exterior va a influir en nuestra economía, al tiempo que se va desmintiendo un discurso erróneo, el de que nuestro país está en mejores condiciones que otros muchos para soportar las inclemencias futuras debido a que hemos hecho los deberes y tenemos unas finanzas públicas saneadas.
No entraré en cuestionar la cuantía del superávit presupuestario y cómo este se puede trocar en déficit en cuanto la actividad económica se ralentice y se ponga en práctica la pedrea de beneficios fiscales. Me referiré, sin embargo, al hecho mucho más significativo de que el saldo del sector público es tan sólo uno de los elementos, pero no el único, ni siquiera el principal, que coadyuva al déficit exterior. De nada vale que el sector público presente unas cuentas saneadas si los otros sectores de la economía arrojan importantes saldos negativos, y el endeudamiento de empresas y familias alcanza niveles peligrosos.
En el presente, el déficit por cuenta corriente ronda el 10% del PIB, el mayor de la OCDE en términos relativos, y el segundo, después de EEUU, en absolutos. Para darnos cuenta del nivel de magnitud del que estamos hablando, conviene recordar que en 1993 alcanzaba solo el 3%, porcentaje que nos parecía elevadísimo y que estuvo en el origen de las tres devaluaciones que tuvo que sufrir la peseta. Nuestra situación, pues, ante la crisis financiera, lejos de ser privilegiada respecto a los otros países europeos, es más bien crítica. En un momento de restricciones de liquidez y de desconfianza en los mercados, la economía española tiene que salir al exterior a financiar el 10% de su PIB y refinanciar, además, la deuda viva que venza en ese momento.
Nuestra moneda no es ya la peseta, sino el euro, y por lo tanto no cabe la devaluación como medio de recobrar el equilibrio de nuestra balanza de pagos; pero quizás por eso la situación es más delicada porque, al no poderse lograr el ajuste en el terreno monetario, se producirá en el ámbito real, del crecimiento y del empleo. Deberíamos haber tenido en cuenta este dato cuando nos vanagloriábamos de haber alcanzado a Italia en renta per cápita. Aparte de no ser cierto, hay que señalar que, de haberse producido la devaluación que eliminase o al menos paliase el déficit exterior, la relación entre la renta per cápita de España y de otros países sería distinta.
Es imprescindible considerar la diferencia en la evolución en los precios para poder realizar las comparaciones entre rentas per cápita. Esa ha sido siempre la historia económica de nuestro país. Cada cierto tiempo éramos víctimas de un espejismo. Durante años íbamos convergiendo en renta per cápita hacia la media del resto de países desarrollados hasta que la necesidad de depreciar la moneda rasgaba el velo de malla y devolvía los datos a su verdadera realidad, mostrándonos que la convergencia había sido bastante más pequeña de lo que creíamos. Ahora no se ve lo que está detrás del velo, pero eso no quiere decir que no exista.

Juan Francisco Martín Seco es economista

Ilustración de Iván Solbes

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