Dominio público

¿Rescate del liberalismo o secuestro de la democracia?

Miguel Ángel Sanz Loroño

Investigador de la Universidad de Zaragoza

Miguel Ángel Sanz Loroño
Investigador de la Universidad de Zaragoza

Según relata Perry Anderson, el 7 de diciembre de 2002 el Economist recomendó a Alemania someterse a una terapia de choque. Las medidas propuestas, la Agenda 2010 aprobada en 2003 por el canciller Schroeder, fueron un buen ejemplo de lo que se conoce por neoliberalismo. Así, el diario prescribía reducir las contribuciones empresariales a la seguridad social y los impuestos sobre sus actividades, disminuir la prestación por desempleo, las pensiones y un recorte adicional a un sistema sanitario "demasiado generoso". Nada original entonces ni ahora, ya que desde los años ochenta se ha seguido esta política económica ratificada en 1992 por el Tratado de Maastricht.

Tampoco es nuevo acusar a las economías europeas de generar poblaciones dependientes del estado. Desde que Hayek escribió en 1944 su Camino de servidumbre, los ataques contra los estados de economía mixta construidos desde 1945 iban a reproducir repetidamente sus argumentos. Lo que proponían, convertido en dogma por los gobiernos en los años ochenta y noventa, se basaba en una idea tan sencilla como disparatada. En vez de subvencionar la "dependencia", se pretendía una nueva versión del laissez faire, laissez passer conocida en el ámbito de la distribución de recursos como "teoría del goteo" (trickle down effect). Cuanto mayor fuese el dinero de los de arriba, más recibirían los de abajo. Cuanta más libertad y menos gravámenes para el empresario, más puestos de trabajo y riqueza se crearían.

A pesar de su apariencia de farsa, las elites creyeron su cuento de hadas. La ideología es un mapa del mundo que tomamos por la realidad. Es una narrativa que da sentido a las cosas, compensando las ansiedades generadas por lo cotidiano y reprimiendo sus efectos amenazantes sobre la estabilidad. Sabemos que las elites siempre han tratado de ocultar la barbarie que funda el origen de su poder. El neoliberalismo no es una excepción. La teoría del goteo no solo es la cobertura moral del desguace del Estado de bienestar, sino una pieza clave del triunfo de esta ideología.

Los recortes no son exigidos por la crisis económica, sino por esta visión de la realidad promovida por los máximos beneficiarios del sistema. No son "deberes" necesarios, sino medidas para el beneficio de las elites y la apertura de nuevos mercados. El recorte no es un bisturí aséptico, sino una puñalada a quien precisa del Estado de bienestar. No son resultado natural de la coyuntura, sino producto de unos intereses concretos. Es hora, dice esta ideología, de que el capital penetre en lo que hasta ahora no había entrado. El bocado es grande; las consecuencias en forma de exclusión social, abrumadoras. Las elites europeas consideran que ya no tienen porqué contribuir a la seguridad social pactada en 1945, puesto que desde los años ochenta ninguna amenaza política las ha obligado a ello.

Como ideología, el neoliberalismo oculta que la crisis del Estado de bienestar es provocada por los ciclos del capitalismo y la agresión de los mercados. Esconde los paraísos fiscales y la desregulación financiera, porque sin ambos la crisis de la deuda y el capitalismo globalizado no serían posibles. Encubre el origen y el funcionamiento del poder de las elites. Se culpa a los gobiernos "manirrotos", a la gente que "gasta lo que no tiene", en definitiva, al Estado de bienestar. La teoría del goteo se exhibe como razón fundamental y la victoria sobre lo público se pretende total. La crisis que el mismo sistema ha generado es tan solo el momento más propicio para despojar a la multitud de los recursos públicos. No es un diluvio. Nada en el capitalismo es natural.

Es preciso atender a las relaciones de poder que existen detrás de frases como "con la que está cayendo" o "vivimos por encima de nuestras posibilidades". Solo así podremos entender por qué la Troika recomienda al gobierno griego implementar la semana laboral de seis días; por qué se precisa el despido libre y la reducción de la prestación por desempleo para "flexibilizar" la economía; o por qué en Portugal se aumenta un 7% el impuesto de contribución de los trabajadores a la seguridad social al tiempo que el tipo de los empresarios baja un 6%.

Cuando el capitalismo regulado entró en crisis a partir de 1968, sacudido por la contestación social y la caída de las ganancias relativas del capital, el sistema buscó vías de transformación. Entonces como ahora, se argumentó que la crisis imponía un tipo único de política económica. La actuación de los gobiernos contra los que se resistían al nuevo sistema fue imprescindible. Thatcher declaró una vez que ella no creía en clases sociales, sino solo en individuos. No obstante, su política gubernamental fue tan destructiva contra el Estado de bienestar que ha quedado como modelo de gobierno para toda la derecha posterior. Lo que demuestra que aunque la Dama de Hierro no creyese en las clases, el capitalismo no dejaba de hacerlo.

Y es que el neoliberalismo, en realidad, es muy intervencionista. El Estado le es imprescindible. Solo así pudo adquirir la fuerza necesaria para desmontar la economía creada entre 1945 y 1968. Solo así el capitalismo pudo desactivar las revueltas de 1968, deprimir los salarios, reducir la seguridad social y privatizar los recursos públicos sin provocar una alteración radical del orden social. Solo así puede transferir recursos de la multitud a las elites en una completa inversión de la teoría del goteo. Aunque en última instancia el neoliberalismo implica la renuncia a toda política, ahora vemos que lo que reprime no es la política en sí o el Estado, sino la posibilidad de una política de lo diferente. El plan del BCE no es un rescate de la población, sino la culminación de un secuestro premeditado de la democracia.

En la década de 1790, escribió el historiador EP Thompson, Gran Bretaña, regida por el liberalismo desde 1689, torturó y ahorcó a un buen número de sus ciudadanos bajo la acusación de ser agentes de la democracia. El gobierno británico quiso escarmentar a las clases populares dejando claro que liberalismo y democracia eran cosas muy distintas. Hoy, una soga nos amenaza con otra lección. A pesar de sus proclamas, la UE o el Gobierno siguen repitiendo con sus acciones la vieja cantinela del capitalismo: neoliberalismo y democracia no serán nunca la misma cosa.

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