Dominio público

Chávez vuelve a ser decisivo

Alfredo Serrano

Iñigo Errejón y Doctores de Ciencia Política y Economía, respectivamente, y miembros de la Fundación Ceps

Iñigo Errejón y Alfredo Serrano
Doctores de Ciencia Política y Economía, respectivamente, y miembros de la Fundación Ceps

Al momento de escribir este artículo, los datos ya son oficiales y definitivos: la candidatura de Hugo Chávez se ha alzado con una victoria contundente en las elecciones presidenciales en Venezuela, en una jornada electoral pacífica con una participación del 80,94%, una de las más altas en las últimas décadas en el país y de referencia internacional. La imagen del "empate virtual" construida por los medios de comunicación privados venezolanos e internacionales, en torno a la supuesta pujanza del candidato opositor, no ha aguantado su contraste con la realidad de los votos.

Chávez gana por un 54,42% de los votos válidos, en un sistema electoral auditado internacionalmente, confiable y riguroso, con el que la oposición tiene plenas garantías, como ella misma reconoció y pudo comprobar cuando ganó su "No" a la reforma constitucional en 2007. Esta vez, las viejas élites con su candidato juvenil estuvieron casi 10 puntos y 1.300.000 votos por debajo de la candidatura de Chávez.

Se abre ahora la segunda batalla electoral, igualmente clave: la disputa por la interpretación de los resultados. Los mismos actores que fabricaron el espejismo de mercadotecnia del candidato de la derecha, tratarán ahora de convertir una victoria de Chávez en una muestra de "polarización" en "un país fracturado".  Esta representación es deudora de una visión estrecha de la política que cree que el disenso debilita la democracia, cuando es su condición de posibilidad. Pero, más grave aún, es un intento de deslegitimar las mayorías políticas que sostienen a los gobiernos de cambio en América Latina, pues sólo a ellos se les imputa. Para este discurso, dominante en el oligopolio mediático, los países latinoamericanos no estaban fracturados cuando las tasas de pobreza superaban el 60% mientras que unos pocos concentraban toda la riqueza. La división, para ellos, existe sólo cuando las élites tradicionales no son capaces de ganar unas elecciones. La fractura aparece cuando las mayorías empobrecidas eligen a un candidato que se les parezca.

El "chavismo", como identidad política nacional-popular, sigue siendo el factor decisivo de la política venezolana. Ha instalado el lenguaje y los elementos fundamentales de la cultura política del país, dentro de la cual la oposición ha tenido que moverse para poder aspirar a la victoria. Que un candidato proveniente de una de las familias más ricas del país, de larga trayectoria en los sectores conservadores del país, haya tenido que presentarse como "progresista" es un indicador del desplazamiento a la izquierda que el chavismo ha operado en el eje de gravedad de la política venezolana.

El futuro del proceso de transformación revolucionaria y democrática en Venezuela, decisivo también para otros abiertos en el continente, pasa por saber leer estos resultados. El voto popular del 7 de octubre es una manifestación de voluntad soberana en apoyo a un liderazgo en el que cristaliza una amplia identidad popular. Es también un respaldo claro a la agenda bolivariana de redistribución de la renta, inclusión social, desmercantilización de las necesidades sociales y protagonismo democrático de las clases subalternas. El resultado, en cualquier caso, no es un cheque en blanco, como esta misma noche lo ha reconocido el ya Presidente electo Chávez, quien ha prometido una nueva etapa caracterizada por la autocrítica y la batalla por la eficacia en la gestión y las políticas públicas. El caudal de confianza popular es, por último, una reivindicación de la política al servicio de las necesidades sociales, en un momento global de subordinación al autoritarismo financiero.

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