Dominio público

La ruptura catalana

Joan Manuel Tresserras

Dpt. Mitjans, Comunicació i Cultura. Universitat Autònoma de Barcelona

Joan Manuel Tresserras
Dpt. Mitjans, Comunicació i Cultura. Universitat Autònoma de Barcelona

La jornada electoral catalana no deparará sorpresas. El giro soberanista de Artur Mas le garantiza la victoria, a pesar de los recortes y la falta de otro proyecto económico, con un margen tan amplio que el resultado será apenas relevante. ¿Mayoría absoluta? No lo parece, aunque pudiera ser. Pero lo relevante es que va a triplicar con creces a la segunda fuerza. Al margen de esta cuestión, lo más destacable será la constatación del crecimiento del soberanismo, más allá de los dos tercios del Parlament. Y el batacazo del PSC, aislado en su propuesta federalista y sin socios convincentes en ninguna parte. De hecho, desvelar cual va a ser la segunda formación en votos y escaños (PSC, PP o ERC) será una de las escasas amenidades del domingo por la noche. Para, después, especular acerca del calendario para el referéndum sobre la independencia, o sobre el estado propio.

¿Qué es lo que ha ocurrido en Cataluña en estos últimos años? ¿Cómo se ha llegado a esta situación? No hay un acuerdo general al respecto, pero propongo una doble hipótesis de acercamiento: una en profundidad, otra en superficie.

En lo profundo, lo que mueve las placas tectónicas de la sociedad catalana es el desplazamiento, largamente incubado, de la hegemonía de las clases dirigentes tradicionales por un nuevo bloque histórico compuesto por un abanico muy amplio de sectores: clases trabajadoras ilustradas, clases medias laboriosas y cualificadas, nuevos emprendedores, profesionales liberales, autónomos y empresariado emergente, funcionarios de los grandes servicios públicos, trabajadores del conocimiento, etc. La falta de un proyecto nacional catalán por parte del Estado español, así como la falta de iniciativa política y de alternativas por parte de las clases dirigentes autóctonas, subordinadas a aquel estado, han ido haciendo evidente que cualquier propuesta de futuro con ambición nacional debería partir de la mayoría social, de una alianza entre los sectores populares más dinámicos y las clases medias. El rechazo del Estatuto, en un contexto de cambio de la hegemonía social y política, fue visto desde Cataluña como la liquidación definitiva de la vía autonómica. De ahí que emergieran de inmediato, tras la indignación inicial (manifestación del 10 de julio de 2010 a raíz de la sentencia del TC), el hartazgo generalizado y el fortalecimiento del independentismo explícito. La manifestación del 11 de setiembre último se convirtió en una exhibición de fuerza del nuevo bloque histórico popular ascendente y en la puesta en escena de lo que, en propiedad, es una revolución democrática. Transversal, pacífica, cívica, participativa, propositiva, con voluntad de emancipación tanto social como nacional y con una gran capacidad de autoorganización. Hemos transitado en pocos meses del cabreo general del 2010 a la definición de un nuevo escenario político en 2012. Y en todo este proceso los partidos políticos y las instituciones han ido siempre a remolque de la iniciativa popular.

En lo superficial, la legislatura de Mas, tras las dos de la coalición de izquierdas, ha resultado frustrante para sus propios protagonistas. En menos de dos años su programa ha quedado hecho trizas y ha perdido todo el sentido. Todo ha cambiado. El equipo de Mas y CiU creyó su propia propaganda y llegó a la Generalitat pensando que era una administración excesivamente grande, burocratizada e ineficiente, en el marco de un sector público que debía ser redimensionado y reducido. Aplicaron a rajatabla y desde el primer día severos recortes e introdujeron todas las dietas de adelgazamiento de servicios públicos, hasta que resultó evidente que habían contribuido a bloquear el sistema en vez de dinamizarlo. En abril de este año, el Gobierno catalán ya sabía que tendría problemas inmediatos de liquidez para hacer frente a sus compromisos de pago, que no habría pacto fiscal —la propuesta estrella de la legislatura— y que ya no sería posible un nuevo acuerdo con el PP —que incumplía pactos y era desleal— para aprobar el presupuesto de 2013. Mas parecía condenado a convocar unas elecciones anticipadas en Cataluña y a tener que afrontarlas como el gran recortador, el efímero President que había laminado el estado de bienestar. El futuro parecía muy gris. Y en esto llegó la manifestación del 11 de setiembre. Hasta el día antes, CiU vaciló, defendió que era una manifestación a favor del pacto fiscal, y aconsejó al President que no asistiera ni recibiera personalmente a los representantes de la Assemblea Nacional Catalana, la entidad convocante. Pero la manifestación fue colosal y sin incidentes. El lema era claro: "Catalunya, un nou estat d’Europa". Aquella apoteosis independentista multitudinaria cambió el decorado y el escenario. Al día siguiente, Mas ya había corregido su rumbo, planteando que el clamor popular debía ser escuchado. Recibió a los representantes de la ANC y, aunque a posteriori, tras una intervención enérgica en Madrid (13 de setiembre), y administrando adecuadamente sus plataformas mediáticas, se puso al frente de la movida. Tuvo que echar mano y apropiarse de fragmentos de discursos de otros, pero se manejó bien. La reunión del día 20 en Madrid, con Mariano Rajoy, le permitió escenificar el entierro definitivo del pacto fiscal. A la semana siguiente, en el arranque del debate catalán de política general, convocaba las elecciones y aprovechaba la oportunidad para presentarse, no como el gran laminador, sino como el abanderado de la construcción del nuevo estado. La mutación se había consumado.

Veremos hasta donde conduce el giro audaz de Artur Mas. Nadie puede ignorar que lo realmente decisivo es la evidente fortaleza del movimiento popular ciudadano dispuesto a plantear unas nuevas bases para el futuro. Se trata de un movimiento democrático que ve en el proceso de la construcción de un nuevo estado, basado en su propio impulso (el estado como resultado de la voluntad expresa de la mayoría para blindar sus derechos, valores y libertades), la gran oportunidad para establecer unas nuevos cimientos que sostengan y rijan el modelo económico y social. Transformación social y emancipación nacional se presentan, de este modo, como las dos caras inseparables de un mismo proceso histórico y político. En el horizonte próximo, el primer gran reto democrático será la convocatoria de un referéndum. Ahora mismo, desde Cataluña, la legalidad constitucional española aparece más bien como la cobertura jurídica de una dominación inaceptable. No se espera nada de esa legalidad. Se espera todo de la voluntad y la radicalidad de los demócratas. Para poder, en un mundo en crisis que cambia aceleradamente, cerrar un ciclo, el de las viejas hegemonías, y abrir otro, el de las nuevas.

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