Dominio público

El abuelo Luis y sus nietos milagrosos

Luis Sepúlveda

LUIS SEPÚLVEDA

06-29.jpgQue el fútbol une y desata las mejores y las peores pasiones ya se sabe, también es sabida la crueldad de la hinchada cuando los resultados adversos caen en serie y rebaños de sabelotodos exigen renuncias, reclaman cabezas, levantan guillotinas desde la comodidad de los micrófonos y redacciones. Pero cuando los resultados no coinciden con las previsiones de los agoreros, entonces es extraño y hasta cobarde el clamoroso silencio de los que afilaban cuchillas.

Los espléndidos resultados de la selección española, que ha reinventado el hermoso fútbol-fiesta amado por todos los seguidores del rey de los deportes entre los que me cuento, permiten destacar un par de asuntos que ojalá permanezcan en las memorias de los agoreros de mañana porque, aunque España gane el domingo la final frente a Alemania, la racha de victorias no es eterna y para bien del deporte es bueno que así sea.

Luis Aragonés demostró que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Este abuelo huraño que respira fútbol por todos los poros, con cada uno de sus gestos reclamó tiempo para preparar una buena selección, un buen elenco, un buen todo en el que cada uno de sus hombres es responsable del buen juego de los otros, y no dejó que la esperanza o la confianza recayera en uno sólo de los que salen al campo. Eso se llama crear espíritu de equipo, algo muy diferente a la filosofía de paletos con dinero que optaron por la contratación de "galácticos" que dejaron atrás la belleza del deporte y no representaron más que las monstruosas sumas de dinero que costaron.

La idea que Aragonés tiene del fútbol ha encontrado correspondencias en el Getafe y en la reciente ascensión del Sporting Gijón, equipos que salen al campo a jugárselo todo y con alegría contagiosa.

Ese abuelo hosco, de gesto agrio, de ataques de mala leche, en cada una de sus apariciones en la prensa anteriores a la Eurocopa nos estaba diciendo que el trabajo nunca da frutos de manera espontánea, que también en el deporte existe la suma de experiencias, la armonización de los talentos, la simetría de estilos, y muchas veces con sus silencios parecía decir: "Estamos trabajando, coño, dejadnos en paz", y el resultado final es una selección que funciona con la precisión de un reloj, un equipo con vocación de victoria.

Lo más hermoso del fútbol se da cuando un equipo logra la necesaria simetría que confunde a los comentaristas, y los hombres que invaden el área contraria son el todo, son fuerza, determinación en las jugadas, y los goles son realmente marcados por todos. Y esa es la gran proeza conseguida por Luis Aragonés en años de trabajo e injustas incomprensiones.

Es muy hermoso lo que ha conseguido este abuelo gruñón; ha contagiado experiencia y sensatez a la selección española, algo que se ve incluso en las declaraciones de los jugadores, ajustadas, libres de lugares comunes que no dicen nada, pero que evidencian una valoración mesurada de sí mismos y respeto hacia el equipo contrario. Y respeto se siente solamente cuando se mira al adversario de igual a igual. Desde el complejo de inferioridad no se siente más que miedo y la selección española está por fin libre de tal complejo.

La selección española en esta Eurocopa no ha salido a jugar para los cálculos de los representantes de jugadores, sino para la gente que vibra con el fútbol, como la familia de Güiza apiñada en el salón de su casa, o como la hinchada del guaje Villa que hasta escribe bien como columnista de Público.

Hacía muchos años que no se veía un equipo, una selección dotada de tal agilidad, fuerza, vigor, determinación y capacidad de jugar con los pies y la cabeza. El último adversario antes de conquistar la Eurocopa tiene experiencia y conoce todas las mañas, pero los alemanes carecen de algo llamado alegría en el campo de juego, porque, ¡qué duda cabe! la selección española sale a ganar y a recuperar algo que la perversión del dinero estuvo a punto de desterrar al olvido: la alegría de un espléndido deporte.

Un absurdo lugar común dice que el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y que siempre ganan los alemanes. Este domingo, con el abuelo gruñón dirigiendo a sus nietos desde un costado del campo, se verá que semejante afirmación ya es cosa del pasado.

Luis Sepúlveda es escritor. Autor de  Un viejo que leía novelas de amor

Ilustración de Iker Ayestaran 

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