Dominio público

De economistas y corderos

Fernando Scornik Gerstein

FERNANDO SCORNIK GERSTEIN

El tema de la especulación inmobiliaria y de lo que subyace en el fondo del mismo –el valor del suelo en España– ha sido un tema tabú para los economistas. El que en un país vacío, con apenas 87 habitantes por Km² –uno de los índices más bajos de Europa– y abundancia de capitales, la tierra tenga valores extraordinarios que insumen entre el 50% y el 60% del costo de la vivienda nueva, no ha merecido un análisis detenido y profundo por parte de la inmensa mayoría de los economistas, tanto de izquierda como de derechas. Decimos análisis, aunque para muchos ni siquiera ha merecido una mención, ni qué decir una explicación.

Hace un par de años escuchamos por televisión a Rodrigo Rato –quizás el más preclaro expositor económico de la derecha española– resumir los problemas principales de nuestra economía. El valor especulativo del suelo no figuraba en su lista. Es más, ni siquiera mencionó el de la vivienda como un problema grave. Pero, además, ¿por qué habría de mencionarlo? Sería contradecirse, pues en los años que fue Ministro no hizo absolutamente nada por corregir la deformación evidente que implican los valores inflados de la tierra.

Pedro Solbes, cuyo talento y pericia son evidentes, tampoco ha mencionado nunca en una exposición pública el problema que plantea al país la escalada de los valores del suelo, el "espacio económico", como habría que llamarlo con propiedad. En cuanto a hacer, en el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero, ni hizo, ni propuso –que nosotros sepamos– absolutamente nada, salvo modificaciones a la ley del suelo que no tuvieron mayor trascendencia.

Pero, bajando en la escala de figuras públicas, constantemente vemos aparecer en entrevistas televisadas a economistas de izquierda, de derecha, de centro y hasta los que gustan definirse como puramente técnicos, que jamás mencionan cómo un problema gravísimo, el que, en un país con tan baja densidad de población, la tierra la tierra tenga valores inaccesibles cuando, por su abundancia, debería costar prácticamente nada. Ahora se enfrentan con la crisis, con el derrumbe del mercado inmobiliario. Era totalmente previsible: después del boom, viene el crash. Sin embargo, ninguno pide disculpas al pueblo español por no haberse ocupado del problema y previsto lo que iba a suceder.

Algunos, como el ministro Pedro Solbes, cree que es bueno el "ajuste" de los valores inmobiliarios (a la tierra propiamente dicha jamás la menciona). Lo que no dice el ministro es que en la crisis se "ajustan" (es decir, caen) los valores inmobiliarios, pero también se "ajusta" (es decir, cae) el poder adquisitivo de los ciudadanos. Los que no podían acceder a la vivienda (lo que implica acceder al suelo) antes de la crisis –por los valores especulativos– tampoco podrán hacerlo ahora porque ha caído su capacidad de compra.

Pero ¿a qué se debe este silencio?

Creemos que hay dos tipos de razones. Una es la enseñanza deformada en nuestras universidades –algo que ya apuntaba el gran economista francés Leon Walras en 1910– impuesta a partir de fines del siglo XIX y principios del siglo XX por los neoclásicos americanos y agravada en nuestra época por los "neoconservadores": se identifica a la tierra con el capital. ¡Como si la tierra pudiera reproducirse como los automóviles, aviones, ordenadores y televisores! Esto se les ha enseñado machaconamente a todos los estudiantes de economía, para satisfacción de las clases dirigentes. Tierra y Capital –les dicen– son lo mismo y, si son lo mismo, las mismas reglas de competencia que abaratan los bienes de capital deben abaratar la tierra.

Por supuesto, la realidad demuestra que no es así. Pero no importa, lo importante es lo que se les ha metido en la cabeza y los buenos alumnos repiten lo que aprendieron.

Pero, además, como también señalara Leon Walras, es peligroso para las carreras profesionales apartarse de las "ideas aceptadas". Si te apartas, dice el genial francés, todas las puertas de las academias, de las sociedades, de los medios, se cerrarán ante ti; en cambio, si las aceptas tu buena fortuna está asegurada. Por algo el tema del suelo estuvo ausente de los recientes Congresos, tanto del Partido Popular, como del PSOE.

Pero, además, hay otro tipo de razones: las plusvalías del suelo son la fuente primordial de ingresos no ganados por el trabajo. Tocarlas implica afectar intereses muy poderosos que se extienden y entrelazan en todas las fuerzas económicas y sociales y en los partidos políticos. Hay que tener coraje para enfrentarlos y esto quizás sea pedir demasiado. Porque haber soluciones, las hay. Pero en su mayoría son soluciones fiscales, e implantar impuestos sobre los valores o las plusvalías del suelo tiene un indudable coste político. El problema no se resuelve declarando urbanizable toda la tierra del país. La propiedad privada del suelo implica un monopolio, con muchos titulares, pero monopolio al fin, que en un país como España sólo puede paliarse con medidas fiscales.

Lo cierto es que el problema no se resolverá mientras el silencio de los economistas esté acompañado por el silencio de los corderos, es decir, de los ciudadanos sin acceso al suelo, víctimas inocentes de una injusticia con solución al alcance de la mano.

Son los españoles lo que deben hablar y pedir explicaciones a economistas y políticos. Ningún economista debería explayarse en público sobre la economía española sin definir su posición sobre este tema, sin aclarar lo que dijo en el pasado o pedir disculpas por su silencio. Pero lo cierto es que mientras los "corderos" –es decir, los ciudadanos– no hablen y presionen el problema seguirá. Y, mientras continúe, la única solución –para los que pueden– es seguir aquel consejo que Mark Twain, con sorna, daba a sus amigos: compren tierra, que es un bien que ha dejado de fabricarse.

Fernando Scornik Gerstein es Presidente de la International Union for Land Value Taxation and Free Trade y miembro  del Grupo de Fulham en Londres

Ilustración de Patrick Thomas

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