Dominio público

El Mediterráneo tras la cumbre de París

Haizam Amirah Fernández

HAIZAM AMIRAH FERNÁNDEZ

07-221.jpgEl balance de toda cumbre de alto nivel se realiza, sobre todo, a partir de dos componentes: uno público, donde lo que cuenta son las imágenes y los símbolos; y otro sustantivo, donde lo importante son los resultados y las decisiones políticas que no se podrían tomar en otro marco. La cumbre euromediterránea auspiciada por el presidente Sarkozy el 13 de julio pasado en París ha sobresalido en lo primero.

Más allá de la presencia de la hipermediática pareja presidencial francesa, en París se presenciaron escenas llamativas, algunas inéditas y otras poco habituales. Basta con repasar la nutrida galería de imágenes que ofrece en la Red la diplomacia del país anfitrión. En París se vieron duetos que, cuando se juntan, son noticia: árabes e israelíes, turcos y chipriotas, marroquíes y argelinos, etc. La presencia de dirigentes de 43 países europeos, mediterráneos y otros invitados habría pasado más inadvertida de no juntarse en la misma foto el presidente sirio y el primer ministro israelí, los presidentes de Siria y Líbano, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina y el primer ministro de Israel, entre otros. De hecho, uno de los momentos álgidos de la cumbre fue el abrazo tribanda de estos últimos con el presidente francés.

La escenificación de una atmósfera favorable entre enemigos acérrimos es siempre positiva –y halagüeña para cualquier anfitrión–, pero la experiencia indica que es insuficiente para resolver los problemas de fondo y, más si cabe, en Oriente Medio, donde el optimismo largamente esperado puede tornarse en el pesimismo de costumbre en cuestión de días o semanas. Si la paz no se ha conseguido aún en esa región, no será por falta de cumbres y reuniones de alto nivel, sino por la ausencia de la voluntad política para transformar las raíces de los conflictos y aceptar concesiones mutuas.

Lo que sí ha quedado patente en París es que el buen ambiente entre los dirigentes de las distintas partes enfrentadas en torno al Mediterráneo siempre contribuye directamente a la sensación de avance en la construcción regional. El hecho de que el Proceso de Barcelona, creado en 1995 con un gran impulso de la diplomacia española, no haya dado los resultados que se esperaban de él en ese momento, se debe a la coyuntura cambiante en torno a las negociaciones entre los distintos vecinos enfrentados, sobre todo entre israelíes y palestinos. Sin embargo, ni el Proceso de Barcelona ni la nueva iniciativa de inspiración francesa se dotan de herramientas para resolver dichos conflictos. El tiempo dirá si las percepciones de optimismo que han rodeado a la reciente cumbre de París están mejor fundadas que aquellas que acompañaron el nacimiento del Proceso de Barcelona.

Precisamente, la Declaración de Barcelona fijaba el objetivo de crear una "zona de paz, estabilidad y seguridad en el Mediterráneo". Trece años después, las realidades políticas, sociales, económicas y emocionales a ambas orillas del Mediterráneo no han convergido, sino todo lo contrario. La existencia de un entorno regional cada vez más adverso (con viejos conflictos aún si resolver, a los que hay que añadir otros nuevos), sumado a la inercia interna de la Unión Europea, han minando la capacidad y la voluntad política de los países socios y de sus instituciones para poner en práctica el amplio abanico de reformas inicialmente contempladas en dicha Declaración.

La ocupación de los territorios palestinos y de Irak no contribuye a garantizar la seguridad ni a generar el bienestar en la región. Otros obstáculos están relacionados con la existencia de estructuras políticas, sociales y económicas en los países árabes que siguen sustentando regímenes autoritarios. Hasta la fecha, los cambios políticos en el sur del Mediterráneo han sido discretos y selectivos, y han estado controlados por los regímenes gobernantes. Las reformas han sido fragmentarias y no puede decirse que hayan contribuido de forma perceptible a resolver la crisis de desarrollo humano que afecta a la región. El contexto internacional, marcado por la "guerra contra el terror" emprendida por Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, también está repercutiendo sobre las libertades árabes, llevando a varios gobiernos a tomar nuevas medidas restrictivas que no hacen más que acrecentar el descontento y la sensación de malestar entre sus poblaciones. Para que el recién creado Proceso de Barcelona: Unión para el Mediterráneo tenga éxito, la Unión Europea tendrá que pensar en nuevas fórmulas para afrontar estos problemas de fondo.

Aún faltan muchas dudas por despejar en relación al funcionamiento institucional de la nueva iniciativa, al proceso de toma de decisiones, a las fuentes de financiación, así como a la voluntad de crear –y ayudar a crear– estados de Derecho en los países del sur. Esta iniciativa se centra en la creación y ejecución de proyectos en torno al Mediterráneo, sobre todo en el sur. Para ello se confía en que la inversión privada aportará la financiación necesaria, algo que no está garantizado de antemano. Si dichos proyectos se eligen no sólo por su carácter económico y comercial, podrían contribuir a generar empleo e infraestructuras necesarias para el desarrollo sostenible del conjunto de la región. Sin embargo, eso no se logrará sin una transformación gradual pero profunda de los sistemas de gobierno en los países del sur.

Una vez pasada la euforia creada por la cumbre de París, falta por ver la forma en que los gobiernos europeos y mediterráneos pueden trabajar juntos para hacer que todos los ciudadanos de la región se sientan más a gusto en sus países de origen. El éxito se medirá en función de cuántos desplazamientos humanos se realizan por voluntad y no por necesidad o por temor.

Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano

Ilustración de Iván Solbes

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