Dominio público

No son "otros", somos "nosotros"

Begoña Marugán

PintosProfesora Asociada de Sociología del Universidad Carlos III de Madrid

Begoña Marugán Pintos
Profesora Asociada de Sociología del Universidad Carlos III de Madrid

Los cientos de muertos en la Isla de Lampedusa vuelven a reabrir el debate sobre la inmigración y las fronteras; un debate que nunca se ha cerrado puesto que no es otro que el de la humanidad en la globalidad.

En los momentos de estabilidad social el devenir rutinario permite el mantenimiento de la cohesión social, pero cuando las crisis surgen se precisan estrategias para evitar el resquebrajamiento y es entonces cuando, más que nunca, se precisa inventar un "otro" diferente para mantener unido al grupo. La dicotomía ellos/nosotros y el miedo colectivo crean una supuesta amenaza que legitima psicológicamente el rechazo grupal y hasta la persecución.

A las personas inmigrantes se les ha colocado históricamente en el papel del "otro", el distinto y diferente. Las fronteras territoriales han legitimado el cierre mental y el color de piel y el lenguaje estigmatizan al "diferente". La política desarrollada bajo el paradigma de la seguridad y el discurso del miedo han completado el puzle de la indiferencia y el rechazo.

Ya el barómetro de septiembre del año 2004, del Centro de Investigaciones Sociológicas, situaba a la inmigración como el tercer problema en España, ubicándose por delante de la vivienda pero por detrás del paro y el terrorismo. Según la investigación de Mª Ángeles Cea el porcentaje de personas más reacias hacia la inmigración ha pasado de un 10% a finales de los años noventa a triplicar esta cifra debido a una disminución considerable de las personas que anteriormente se mostraban ambivalentes.

El semiólogo Yuri Lotman, que trabajó la base psicológica que lleva a la persecución colectiva, concluye que es una constante en las exposiciones de miedo social que la mayoría elija a la parte más débil. Así, la culpabilidad del inmigrante se le presupone de antemano. En este momento de deplorable y mezquina realidad el poder está fomentando la creación de "otros" enemigos frente a los que enfrentarnos para mantener nuestra integridad y el emigrante se presenta como colectivo fácilmente etiquetable en esta categoría al ser más vulnerable.

Ha habido más de 300 muertos en Lampedusa el día 3 de octubre y otros 50 varios días más tarde en un naufragio y no pasa nada. No son humanos, no son personas, son... eso "inmigrantes". No son "uno de los nuestros" a los que sí lloramos y que merecen nuestro duelo. Personas, miles en todo el mundo, se juegan la vida por salvarla y el mundo no se estremece sino todo lo contrario. La supervivencia de unos parece gozar de buena salud mientras otros se juegan la vida.

En España, la "mala salud" de la sanidad pública permite concebir que para que unas personas puedan seguir teniendo atención primaria otras sean descartadas.  Para que en este momento 870.000 personas estén "desechadas" y no pase nada ha habido que librar antes un combate en el terreno sensorial y otorgar a este colectivo –al que primero llamamos "ilegal"- un carácter desechable. En "Violencia de Estado, guerra, resistencia", Judith Butler trata de explicar cómo "cuando una vida se convierte en impensable o cuando un pueblo entero se convierte en impensable hacer la guerra es más fácil. Los marcos que presentan y sitúan en primer plano las vidas por las que es posible llevar duelo funcionan para excluir otras vidas como merecedoras del dolor".  Dichos marcos, según la autora, operan en la prisión y en la tortura, pero también en la política de inmigración.

Y sin embargo, ¡que error tan grande! ¿Cómo podemos privar a las y los inmigrantes de su carácter humano? No hay tipos de especie humana. Solo hay una especie humana. ¿Cómo es posible no ver, desde el más puro egoísmo y lucha por la supervivencia, que todos somos desechables, que sólo es cuestión de plazos y de tiempos? El miedo contribuye a crear monstruos y nos estamos volviendo monstruosos. Mientras la brecha social se agranda y la miseria llega a los más vulnerables, la precariedad de vida se extiende cada día a nuevos colectivos. Primero fueron los funcionarios, luego los pensionistas, después los jóvenes, ahora los inmigrantes, ... La fragmentación se impone y facilita el deterioro social y la pérdida de derechos. Así, no vemos que la pérdida de derechos de las personas inmigrantes también es nuestra pérdida de derechos, la de todas las personas. ¿Cómo es posible no entender que el Real Decreto Ley 16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones, no es un atentado contra los inmigrantes sin papeles, sino contra todos? Estamos hablando de más de 800.000 personas sin derecho a atención sanitaria, ni revisiones, si continuidad en tratamientos por ejemplo de tuberculosis. Nos estamos refiriendo a más de 800.000 personas que viven y respiran – a Dios gracias como dicen en mi pueblo- con nosotras. No se trata por tanto de ser solidarios y rechazar la limitación de derechos del colectivo inmigrante, estamos hablando de un problema de salud pública. Estamos pensando en defender nuestros derechos porque si ellos y ellas son inmigrantes, son ilegales y no tienen papeles, todos nosotros lo somos porque somos de la misma pasta como especie humana.

Bien es cierto que hay detalles que animan como la campaña de Médicos del Mundo, las redes de desobediencia como reivindicación de los derechos o la de los grupos de acompañamiento de "Yo Sí Sanidad Universal" pero de seguir así, tal y argumenta  Eudald Carbonell, co-director de Atapuerca, como especie caminamos de manera directa hacia el colapso. El sistema capitalista es un sistema arcaico que se basa en la explotación, la competitividad y el aprovechamiento de los más débiles. Es una evolución sin conciencia. La evolución consciente y responsable parte de la competencia de las personas, de la educación, del equilibrio, de la igualdad de oportunidades, que obligará a los ciudadanos a replantearnos el humanismo.

Por tanto, debería ser evidente la necesidad de superar el miedo y romper las barreras mentales que marcan fronteras entre "nosotros" y "los otros". O luchamos todas juntas, o nos condenamos todas, ya que como dice Sennett "un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad.

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