Dominio público

En la zona de peligro

Ban Ki-Moon

BAN KI-MOON

11-18.jpgNo es necesario recordarle al mundo la urgencia de este momento histórico. Lo percibimos diariamente en las noticias. Un día, algún gran banco, compañía de seguros o fabricante de automóviles anuncia pérdidas sin precedentes. Al siguiente, llegan informes del impacto sobre las naciones y pueblos menos aptos para soportar estos golpes –los más pobres de los pobres del mundo–.

Durante los dos últimos años me he enfrentado a muchas crisis, desde Darfur y la República Democrática del Congo, hasta los grandes retos globales como la crisis alimentaria y el cambio climático. Pero la crisis financiera es única y potencialmente abrumadora.

Lo que era una crisis exclusivamente financiera se ha convertido en una crisis económica que se ha extendido por todo el mundo. Todos los pronósticos de crecimiento se han ajustado a la baja. Y, aunque hay signos de que las economías maduras se están recuperando del pánico que congeló los mercados crediticios, de ninguna manera hemos salido de la zona de peligro. Mi mayor preocupación actual es que la crisis financiera de hoy se convierta en la crisis humanitaria de mañana. Si queremos proteger los medios de vida y las esperanzas para el futuro de millones de personas, debemos reconocer lo que Martin Luther King, Jr. llamó "la feroz urgencia del momento".

Muchos expertos financieros han diagnosticado las causas de la crisis. Los encargados del diseño de las políticas han ofrecido medidas para solucionarla. Oímos hablar de nuevas reglamentaciones bancarias e incluso de una nueva arquitectura financiera global.

Todo esto es deseable. No obstante, si bien celebro este debate y reconozco plenamente la necesidad de adoptar medidas de largo plazo, soy muy consciente del tiempo. Los problemas inmediatos requieren respuestas inmediatas. Tampoco se puede permitir que la crisis financiera se vuelva una razón para descuidar otros temas cruciales: los niveles inaceptables de pobreza y hambre, la crisis alimentaria, el cambio climático. Eso sólo exacerbaría la ya frágil situación política y de seguridad de muchos de los países más afectados.

En la cumbre financiera del G-20 que se llevó a cabo este fin de semana en Washington, expuse cuatro mensajes que reflejan mis conversaciones con varios Estados miembros de la ONU. En primer lugar, necesitamos un paquete global de estímulos para detener la crisis. Recientemente, el FMI pronosticó que prácticamente todo el crecimiento mundial en 2009 vendrá de las economías emergentes y en desarrollo. Por lo tanto, se requerirán grandes aumentos del gasto público y privado en muchas regiones del mundo para contrarrestar la caída de la demanda.

En segundo lugar, estos paquetes financieros de rescate y asistencia no pueden terminar en las fronteras de los países más ricos. Los mercados emergentes y otros países en desarrollo necesitarán el oxígeno que significan las líneas de crédito y el financiamiento del comercio. Además, debemos oponernos al proteccionismo. Sin un comercio abierto, el crecimiento y el desarrollo podrían colapsarse por completo.

En tercer lugar, parte de nuestros estímulos globales deben provenir de los compromisos que la comunidad internacional ha contraído en materia de ayuda. En el ambiente actual, cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio es más que un imperativo moral. Es cuestión de necesidad económica pragmática.

Por último, la inclusión debe ser nuestra consigna. En nuestro mundo interdependiente, estas tareas sólo se pueden emprender mediante un multilateralismo revigorizado, que sea justo, flexible y sensible, con líderes de todas partes. Si bien las naciones del G-20, cuyos líderes se reunieron en Washington, representan casi el 80% de la producción, el comercio y la inversión mundiales, más de 170 países, donde vive la tercera parte de la población del planeta, no estuvieron presentes. Es nuestra responsabilidad escuchar sus voces y responder a sus preocupaciones.

Los próximos meses serán críticos. Muchos de nosotros nos reuniremos nuevamente en Doha dentro de dos semanas para revisar los progresos del financiamiento para el desarrollo. Hace seis años, el presidente George W. Bush y otros líderes adoptaron las metas ambiciosas que constituyen el núcleo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. La historia nos juzgará con severidad si no estamos a la altura de esos compromisos. Por lo tanto, insto a todas las naciones, ricas y pobres, a que envíen a sus representantes de más alto nivel a Doha con la voluntad firme de hacer lo que se debe hacer.

En diciembre nuestros negociadores sobre cambio climático se reunirán en Polonia. Tenemos un año hasta que se vuelvan a reunir en Copenhague –un año para llegar a un acuerdo que todas las naciones puedan aceptar–. Cuanto antes establezcamos ese acuerdo, más rápido tendremos las inversiones y el crecimiento verdes que tanto necesitamos.
Los grandes desafíos que nos esperan están interrelacionados: la economía mundial, el cambio climático y el desarrollo. Necesitamos soluciones para cada uno que sean soluciones para todos.

Ban Ki-Moon es secretario general de las Naciones Unidas

Ilustración de Iker Ayestaran

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