Dominio público

La crisis y sus entramados ocultos

Pere Vilanova

PERE VILLANOVA

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Parece que sobre la crisis económica internacional está todo dicho, o casi. Y, sin embargo, su evolución ofrece nuevos ángulos de análisis, algunos bastante poco explorados hasta ahora. nte todo, las prisas, la aceleración de los tiempos. En las múltiples comparaciones que se han hecho con grandes crisis anteriores, es relativamente sencillo poner de relieve las grandes diferencias con la de 1929, pero se ha insistido poco en otras grandes crisis más recientes, como la del primer choque petrolero de octubre de 1973, la del segundo choque petrolero de 1979/1980, o la de 1993. Y deberíamos hacerlo sistemáticamente porque, en 1973, lo que ahora llamamos globalización –y que entonces se llamaba, más apropiadamente, interdependencia– ya estaba entre nosotros, a escala global y con todos sus efectos. Aunque quizá con ritmos menos acelerados, porque lo crucial en esta ocasión es el efecto multiplicador de algunos nuevos actores del sistema internacional: estamos hablando de Internet y sus derivados, del efecto CNN, es decir, de los flujos de comunicación globales, en tiempo real, de modo ininterrumpido. Y en este sentido, el efecto de aceleración es devastador en las percepciones sociales colectivas, multiplicando su alarmismo. Cabe pensar que en este factor está el llamado "nerviosismo de las bolsas", que en realidad traduce a la vez el pánico y la impaciencia de los inversores. Si quieren otro ejemplo, la preparación de la conferencia de Bretton Woods e 1944, en la que se crearon los grandes instrumentos (ya globales) de gobernanza económica mundial, empezó... ¡en 1941! Cuatro años de minuciosa preparación no es lo mismo que tres semanas, y eso que estaban en plena II Guerra Mundial (de hecho, Estados Unidos ni siquiera había entrado en ella todavía). Asombra pensar que, en 1941, Reino Unido y Estados Unidos ya estuvieran tan seguros de quién ganaría la guerra y (aproximadamente) cuándo. En 1944 sí, pero en 1941... había que tener capacidad de prospectiva, o tenacidad, o ambas cosas.

Una segunda consideración tiene que ver con los protagonistas de la gestión de la presente crisis. Por supuesto, la mayoría de los analistas han subrayado con razón la importancia del redescubrimiento del Estado como único agente público habilitado para tomar decisiones. El único habilitado tanto por las prerrogativas que como actor político sigue teniendo, como por –a algunos les gustará más, a otros menos– la legitimidad que sigue ostentando a nivel interno –facultad de crear reglas vinculantes, etc– y a nivel internacional. Lo curioso es que, con la prudencia y desconfianza que le caracteriza (cuando actúa a nivel internacional), esta vez se ha saltado o, al menos, ha orillado con maneras poco elegantes el principio de concertación en sede de Instituciones Internacionales supuestamente decisivas para la gobernanza mundial. Si se fijan, en estos últimos dos meses el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial han tenido un papel discreto. Sus dirigentes han opinado aquí y allá, pero poco más, si exceptuamos las expectativas que suscita siempre el Banco Central Europeo. En cambio, los líderes políticos prefieren concertarse en reuniones de organismos inexistentes, como el G-8, el G-20 y otras variantes. En realidad, existen, pero no son organizaciones internacionales fundamentadas en normas, instituciones permanentes y reglas de funcionamiento claras. Son, en cierto modo, grupos de amigos y conocidos. Con ello, ¿mejora la gobernanza global? Puede que sí, en fases iniciales de crisis que requieren mecanismos informales de concertación, de negociación y sobre todo de compromiso. El tiempo lo dirá, pero es chocante que se haya olvidado por completo el acuciante debate sobre la reforma de Naciones Unidas (y sobre todo del Consejo de Seguridad), y en cambio se dé tanta importancia a si el G-20 tiene que ser el G-22 o el G-25. ¿Quién decide quienes son los "emergentes" del G-20? Y, sobre todo, ¿quién decide y con qué reglas la cooptación de unos u otros?

Una tercera cuestión se deriva de todo ello. En esta crisis muchos analistas van insistiendo en la tesis de las potencias emergentes, e incluso hay quien se atreve a pronosticar el año exacto en que China –supuestamente– adelantará económicamente a la Unión Europea, siempre con la mención obligada a India y Brasil. La verdad es que no aparece en casi ninguna reflexión una variable crucial: cómo y con qué consecuencias la presente crisis, si dura en el tiempo, afectará a estas potencias emergentes. No se hace casi prospectiva sobre cómo el rápido desarrollo chino puede verse afectado por un estallido de sus contradicciones sociales internas, de proporciones imposibles de predecir. Lo que no se sostiene es la hipótesis contraria: por qué extraña razón la crisis no tendría graves consecuencias para países que han crecido muy rápido, mucho, y sin mecanismos de compensación o redistribución social. Sería la primera vez que ello sucede en la Historia de la humanidad. De modo que, a la vista de la situación actual, no tenemos medios de saber cómo serán el G-8 o el G-20 dentro de 20 o 30 años.

Una última nota sobre la crisis y su impacto sobre la percepción que de ello tiene la ciudadanía, la opinión pública, es decir, los votantes. Curiosamente, ha permitido a algunos líderes consolidarse como tales, por ejemplo, Lula; a otros, salir de cotas muy bajas de popularidad –por desafección política de la opinión–, como Sarkozy; y a alguno que estaba casi desahuciado políticamente –según las encuestas–, resurgir con un dinamismo insólito, como Gordon Brown. El liderazgo, ciertamente, se mide en tiempos de crisis y el estilo y maneras del gobernante son entonces elementos clave de su proyección social.

Pere Villanova es Catedrático de Ciencia Política y y analista de estrategia en el Ministerio de Defensa

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